Darkness Revival
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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .


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"No puedo darte nada más que amor, Baby" || [Mary Morstan]

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"No puedo darte nada más que amor, Baby" || [Mary Morstan] Empty "No puedo darte nada más que amor, Baby" || [Mary Morstan]

Mensaje por James Moriarty Dom Sep 14, 2014 2:19 pm


"No puedo darte nada más que amor, Baby"
Tema libre ф Septiembre, Regent's Park ф Zoológico de Londres

"Cuando uno se halla habituado a una dulce monotonía, ya nunca, ni por una sola vez, apetece ningún género de distracciones, con el fin de no llegar a descubrir que se aburre todos los días."

- Germaine de Staël (1766-1817) Escritora e intelectual francesa.


Varias semanas sin un entretenimiento realmente apetecible hacen desesperar a cualquiera, en particular al profesor James Moriarty. Los problemas matemáticos y la música ya no saciaban la voracidad de su mente, estresada y aburrida, ansiosa de diversión. Se sentía atrapado entre las paredes de su morada. En circunstancias corrientes habría volcado todas sus ganas en idear un nuevo golpe, pero tras el último entrometimiento de un detective aficionado, la libertad de su organización parecía estar en peligro. Así llegó a la conclusión de que era preciso desaparecer de la vida criminal por al menos un tiempo, en la medida de lo posible, breve.

Y era tal la ansiedad que le causaba el estar inactivo, que, no pudiendo soportar por más tiempo la tranquilidad general que reinaba en Londres, dejó su domicilio y comenzó a caminar. Tan solo necesitaba una oportunidad para sembrar el caos porque sí, y eso buscaba. Con paso ligero y decidido comenzó a escrutar cada escenario de la calle. No había más que gente riendo o dedicándose tranquilamente a sus tareas diarias, aquello era el escaparate de la rutina londinense. Apretó los dientes en su rabia al no ver ninguna posibilidad factible alrededor y continuó su andar, el cuál terminó por llevarle a Regent’s Park. Era uno de los espacios verdes más emblemáticos de la ciudad, un lugar muy hermoso y sede del jardín botánico además del zoológico.

La luz del sol atravesaba las hojas proyectando todo tipo de sombras extrañas sobre la tierra y creando una atmósfera cálida y acogedora. El buen tiempo había hecho a la gente abandonar sus confinamientos, algo bastante común en Londres. Todo el mundo aprovechaba el menor rayo de luz para salir al exterior. Paseó durante un rato y finalmente optó por visitar el zoológico, tal vez ese ambiente presentase mayores propuestas para un altercado público. Allí había todo tipo de personas, desde zoólogos y científicos fascinados a familias con niños pequeños. ¿Cuál sería la reacción pública si una de esas crías de humano terminaba siendo la merienda de una pitón reticulada? Sin duda, a él le resultaría muy divertido, y aunque no fuese un plan de gran magnitud, le serviría para calmarse y liberar el estrés. Exactamente igual que asistir a la representación de una comedia en el teatro.

Sentándose en un banco cercano a la mayor aglomeración de gente, comenzó a meditar lo que haría con detenimiento. La idea de la serpiente sería entretenida, pero arriesgada y algo pobre. Entonces, en mitad de sus pensamientos, uno de los cuidadores anunció que era la hora de alimentar a los leopardos. Todo el mundo, con ganas de observar a los animales, pegó sus ojos en la jaula situándose frente a ella. En ese momento supo con certeza lo que debía hacer.

Llevó la mano a uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó un pañuelo viejo sin bordado que lo identificase y lo rompió por la mitad. Guardó una de las partes y escondió la otra en su mano. El aspecto del acceso al recinto de los leopardos no era demasiado elaborado, una verja simple, lo suficiente para que los felinos no escapasen. No sería complicado impedir su correcto cierre. Al levantarse se dirigió al cúmulo de gente frente a la jaula de los leopardos y localizó a su chivo expiatorio: un hombre con aspecto de clase no muy alta. Se acercó a él y fingió un tropiezo, de tal modo que pudo tener una excusa para agarrarse a él y una oportunidad para deslizar uno de los trozos del viejo pañuelo en su bolsillo.

- ¡Oh, discúlpeme! – dijo el profesor apoyándose en el hombre tras su fingido traspiés y dejando caer la mitad del trozo de tela en su bolsillo. – No es necesario disculparse, ¿se encuentra bien? – respondió el desconocido. – Por supuesto, creo que solo estoy un poco nervioso por esos animales… oiga, ¿me haría un favor? – preguntó Moriarty . El caballero le miró con una expresión extraña - ¿de qué se trata? – contestó. – Verá, quisiera conocer la seguridad de la estructura que encierra a esas fieras, ¿podría ir a preguntárselo a un empleado? Lo haría yo, pero llevo todo el día caminando y los años no perdonan. Puedo pagarle diez chelines por el favor, si lo desea. – En ese instante, la expresión del desconocido se tornó algo más conforme y accedió. El profesor le dio los diez chelines y vio cómo se alejaba para charlar con un empleado del zoológico.

Justo cuando su chivo expiatorio se fue, un mozo con una gran caja de carne cruda abrió la verja. Mezclándose entre la gente se acercó lo más que pudo al acceso. Había el personal justo, de modo que no presentó ningún problema aprovechar un instante de distracción. Cuando todos los cuidadores estaban dentro de la jaula introdujo la otra mitad del pañuelo en el hueco de la cerradura, así impediría su correcto cierre cuando el almuerzo terminara.

Satisfecho, decidió alejarse del lugar y esperar cerca a que la hora de la comida terminase para comprobar que la alteración no era advertida. Pasados unos minutos, los trabajadores cerraron el acceso sin notificar nada inusual y se despreocuparon, volviendo a sus otras labores. Era el momento de escapar. Se dirigió a la salida y justo cuando abandonó el lugar pudo oír el primer grito de auxilio.






Última edición por James Moriarty el Lun Sep 15, 2014 7:09 pm, editado 1 vez
James Moriarty
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Ocupacion : Profesor de universidad, filósofo, escritor y cerebro del crimen en la sombra
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"No puedo darte nada más que amor, Baby" || [Mary Morstan] Empty Re: "No puedo darte nada más que amor, Baby" || [Mary Morstan]

Mensaje por Mary Morstan Lun Sep 15, 2014 9:09 am

No era una maestra al uso. Me esforzaba porque a las niñas que tenía a mi cargo les gustase aprender, por que vieran las lecciones conmigo como una oportunidad, como algo ameno y que podría serles de utilidad. Siempre había intentado inculcar el placer por la cultura y que aprender no supusiese para ellas una obligación, un trámite a cumplimentar, como animalitos domésticos, para conseguir una recompensa al final si se portaban bien. Quiero creer que, en cierto modo, conseguía que eso fuera así.

Para explicarles un poco de zoología y botánica me gustaba utilizar las ilustraciones de Robert Hooke. Aquel genio maltratado por la comunidad científica hacía representaciones con tanto nivel de detalle que, tras mostrarles a mis niñas el dibujo de su pulga, la más pequeña de las dos estuvo casi una semana sin querer acercarse a los perros de la finca por miedo a que alguno de ellos portase uno de esos monstruos. Su hermana mayor aprovechaba la circunstancia para asustarla diciéndole que una de ellas vendría por la noche a meterse en su cama.

Pero claro, no contaba con un microscopio para mostrarles una pulga de verdad, o la estructura de los cristales de nieve, pero podía llevarlas al zoo y al jardín botánico para mostrarles los animales más grandes. Así que, tras pedirle permiso a sus padres, programé una visita al zoológico. Les había preparado a las dos unos cuadernos con fichas e ilustraciones. Quería que identificaran lo animales, ya también que anotasen toda la información que los cuidadores le pudieran proporcionar.

Las niñas lo veían como un juego entre ellas, una sana competición en que cada una se esforzaba por completar más fichas de animales que la otra. La mayor tenía más capacidad para dibujar y hacía unas ilustraciones preciosas. La pequeña poseía una memoria admirable y una facilidad innata para fijarse en los detalles y, aunque eran dos chiquillas traviesas y revoltosas, eran las alumnas favoritas de Mary por el interés que siempre mostraban a cada cosa que ella les decía.

Tocó el turno de ver a los grandes felinos. No creía que ninguna de las dos fuera a asustarse por verlos comer y sería interesante para ellas. A la hora que los cuidadores indicaron, y con una en cada mano, formamos parte de la multitud de gente que se congregaba en torno a la jaula de los animales. Yo escuchaba con una sonrisa las exclamaciones emocionadas de las dos niñas. Cuando las bestias acabaron de comer, me di media vuelta con ellas dispuesta a salir del parque.

– Es hora de que nosotras también volvamos a casa a comer, jovencitas. ¿Os habéis divertido?

De repente, nos vimos arrastrada por una marea de gente corriendo despavorida e histérica gritando de un lado a otro. Agarré con fuerza las manos de las dos niñas temiendo que alguna se pudiera soltar en la confusión y pudiera extraviarse. Busqué a derecha e izquierda la causa del pánico general. La mayor de las dos, que no había cumplido aún diez años, fue la primera en gritar.

Los leopardos había escapado de sus jaulas. Las bestias, tan confundidas y asustadas por la marea de gente como ellos, rugían descontroladas. Sabía que, en condiciones normales, los leopardos evitarían la presencia humana. Al menos eso me habían contado los nativos que se internaban en la selva cuando vivía en la India. “Ellos te tienen más miedo a ti que tu a ellos, pequeña”. Le había dicho una vez su padre. Pero aquellos estaban acostumbrados a la presencia humana y se sentían acorralados.  Su instinto más primario era atacar.

<< Y son rápidos. Demasiado. >>

Agarré a las niñas y traté de buscar la salida mientras las intentaba consolar y tranquilizar. Busqué un hueco entre la gente para salir del tumulto cuando uno de los enormes animales saltó delante de nosotras, rugiéndonos e impidiéndonos el paso. Las niñas gritaban pese a que las instaba a lo contrario. Sin pensarlo demasiado me interpuse delante de ellas y, en un gesto automático, llevé una de las mano bajo los pliegues de la falda buscando el liguero.

El Leopardo saltó hacia nosotras en el tiempo en que mis dedos se aferraban alrededor del frío metal.El sonido del disparo causó un repentino y denso silencio cuando los presentes se giraron hacia el ruido y descubrieron a la sencilla y vulgar institutriz que había acertado a la bestia en pleno salto en el centro de la cabeza con un revolver. Cerré los ojos, sabiendo lo comprometido de la situación en que me encontraba. Hasta las niñas habían cortado el llanto de golpe con la impresión.
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"No puedo darte nada más que amor, Baby" || [Mary Morstan] Empty Re: "No puedo darte nada más que amor, Baby" || [Mary Morstan]

Mensaje por James Moriarty Vie Sep 26, 2014 4:26 pm

Habiendo dejado el zoológico atrás, el peligro para su persona parecía haber cesado, a decir verdad, para él y para el resto de gente. Los alaridos de dolor y socorro que eran música para sus oídos pronto dejaron de ser espectáculo y fueron sustituidos por el sonido de un disparo. A continuación, tan solo el silencio y algunos murmullos que denotaban asombro. Con una notable expresión de decepción y curiosidad, emprendió la vuelta atrás. Caminando sobre sus pasos pudo ver como varias personas que antes no se encontraban en el recinto dedicado a la exposición de animales se acercaban para unirse al resto del tumulto. Movido por curiosidad e indignación debido a su espontáneo y fracasado plan, - pues nunca había sido hombre de improvisación - aceleró el paso y volvió a la zona donde se ubicaba la jaula los leopardos.

Una vez allí, pudo observar con detenimiento el resultado de lo que había acontecido en ese escaso margen de tiempo. Dos de los tres leopardos que huyeron habían sido neutralizados utilizando todo tipo de amarres y devueltos a su prisión, el otro yacía muerto de un balazo en la cabeza. Las miradas del público se concentraban sobre una dama que portaba un pequeño revolver entre sus manos. Los humanos no serían nada sin su tecnología y estarían indefensos frente a las fieras. Varios ya lo estaban aún con las mejores armas y aparatos, pues no eran lo suficientemente despiertos como para utilizarlas… ya ni siquiera especificamos si correctamente. Antes de volver a prestar atención a la señorita, hizo un rápido análisis de los frutos que había dado su plan, ese efímero altercado entre hombres y animales.

Un par de personas habían sido atacadas, probablemente se debió más al nerviosismo de los leopardos que  a la propia sed de sangre de las bestias. Tres caballeros habían recibido mordiscos en el brazo derecho y zarpazos en la mitad superior de su cuerpo, una clara consecuencia de un intento de defenderse. Una dama también había resultado herida mientras trataba de proteger a sus vástagos, sin embargo, las heridas de esta habían resultado más leves.  Medianamente satisfecho, aunque aún con una molesta decepción, se consoló con el pánico que había sembrado y devolvió su interés a aquella mujer del revolver. Las féminas no solían portar ni manejar un arma de fuego, y menos una tan sofisticada. Tenía el tamaño y el aspecto de una colt 45, un arma pequeña y manejable fabricada en América. Perfecta para llevar discretamente en un bolsillo. No obstante, a esa distancia no pudo apreciarlo con detenimiento y no estaba seguro del modelo exacto o el calibre.

Abriéndose paso entre la multitud, se colocó cerca de la mujer y pudo observar que estaba acompañada de dos niñas. Por su aspecto, pensó que era demasiado joven para que fuesen sus hijas, y por su indumentaria, elegante y cuidada a la par que no demasiado llamativa o de aspecto opulento, dedujo que sería una institutriz. El rostro de las pequeñas no expresaba si no estupor en estado puro, así como el del resto del público. Atravesando  aquella atmósfera de perplejidad generalizada, dos cuidadores del zoológico  rompieron  el círculo formado alrededor de la dama  al acercarse a recoger el cadáver del leopardo. El profesor se apartó para abrirles paso con gesto resuelto. Como ruido de fondo podía percibirse una susurrante mezcla de asombro y comentarios machistas.

Sintió curiosidad por averiguar  quién era en realidad  aquella mujer.  Estaba claro que no se trataba de una simple institutriz: estas  no  acostumbran a llevar revólveres encima.  Le pareció una cuestión lo suficientemente interesante como para  volver  a tomarse la molestia de hacerse paso entre el gentío para aproximarse aún más. El rostro de ella parecía querer decir  << ¿y ahora qué hago? >>, de modo que el profesor decidió facilitarle la respuesta.

- Sin duda, lo que debe hacer ahora es guardar eso, tranquilizar a sus alumnas y decirme quién le ha enseñado a disparar. Por ese orden. - Sentenció de una manera segura y carismática. La mejor vía para alcanzar un objetivo cuando se socializa.
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