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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .
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There's the hunter and the hunted
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There's the hunter and the hunted
Los días estaban siendo cada vez más y más calurosos, la lluvia había dejado paso al sol aunque no lo suficientemente como para dejar su rastro demasiado tiempo. El verano era una época complicada en Londres, aunque en East End se llevaba mejor, más acostumbrados a no depender unos de otros para seguir adelante y hacer frente a las necesidades. Para Aldis era una de las épocas con más actividad, las calles se inundaban de gente, y eso para el joven irlandés se traducía en carteras… muchas carteras para robar, además, tras el invierno había goteras que tapar, madera que cortar, suministros que acumular… y todo ese tipo de trabajos era para los que el joven moreno servía.
Conseguir alimentos en verano, siendo incluso un indigente no era tan difícil como se podría creer, sobre todo si se sabía qué y dónde buscar. El bosque era un buen lugar para encontrar todo lo que alguien pudiera necesitar para sobrevivir, su padre se había encargado bien de enseñarle aquello, pero también era de los páramos más peligrosos que Aldis conocía. Sin embargo, era uno de sus favoritos, las bestias no eran tan preocupantes si se conocía cómo evitarlas, o sus horas de actividad. No todas habitaban los mismos lugares y desde luego necesitan descansar. Casi cualquiera de las bestias que él conocía tenía unas pautas de conducta, unas formas de proceder salvo aquellas que gozaban de una inteligencia semejante a la suya; sus parientes… su familia, de las cuales era mejor huir lo más rápido posible.
Por eso se encontraba en el bosque, lejos del río que fue su primera parada para llenar un par de cantimploras de agua. Su mochila no podía con demasiado peso, estaba hecha unos zorros y llena de remiendos, pero le traía suerte y era lo único que poseía de su vida anterior, así que se aferraba a ese objeto como si fuera un ancla a su cordura. Los arbustos de frambuesa dejaban caer sus frutos y él recolectaba las pequeñas frutas silvestres para obtener su recompensa, debía coger las frambuesas con cuidado pues no le pagarían por aquellas machadas o en mal estado. Casi al final del día había obtenido una buena recolecta, pero la noche se le estaba echando encima y la mochila empezaba a estar demasiado llena, no es como si no pudiera con el peso pero mejor no tentar demasiado a la suerte.
Caminaba lentamente, más pendiente aun del ambiente ahora que iba de vuelta. La gente tendía a relajarse precisamente en esos momentos y así ocurrían los accidentes, demasiado tiempo en la calle para no saber cómo actuar, sin embargo el bosque y la naturaleza era totalmente inesperada e independiente, no seguía normas y por esa razón se chocó prácticamente de frente con un olor que le era conocido, algunos pelos enredados entre las ramas terminaron de confirmarle lo que su nariz ya le había advertido. No sabía porqué los vampiros habían decidido desviarse tan al norte pero tampoco le apetecía descubrir la razón.
Empezó a retirarse lentamente. Se colocó bien los amarres de la mochila ajustándolo en torno a su pecho y en su cintura pegando bien el material a su espalda para facilitar sus movimientos. No se le pasó por la cabeza la idea de tirar la mochila, seguramente moriría con ella puesta y después de tres años eso podría ocurrir en cualquier momento, incluido ese mismo y no le parecería raro ni lo lamentaría, sería una muerte como cualquier otra, pero no se dejaría matar sin intentarlo todo para sobrevivir, después de todo eso era lo único que realmente se le daba bien.
Conseguir alimentos en verano, siendo incluso un indigente no era tan difícil como se podría creer, sobre todo si se sabía qué y dónde buscar. El bosque era un buen lugar para encontrar todo lo que alguien pudiera necesitar para sobrevivir, su padre se había encargado bien de enseñarle aquello, pero también era de los páramos más peligrosos que Aldis conocía. Sin embargo, era uno de sus favoritos, las bestias no eran tan preocupantes si se conocía cómo evitarlas, o sus horas de actividad. No todas habitaban los mismos lugares y desde luego necesitan descansar. Casi cualquiera de las bestias que él conocía tenía unas pautas de conducta, unas formas de proceder salvo aquellas que gozaban de una inteligencia semejante a la suya; sus parientes… su familia, de las cuales era mejor huir lo más rápido posible.
Por eso se encontraba en el bosque, lejos del río que fue su primera parada para llenar un par de cantimploras de agua. Su mochila no podía con demasiado peso, estaba hecha unos zorros y llena de remiendos, pero le traía suerte y era lo único que poseía de su vida anterior, así que se aferraba a ese objeto como si fuera un ancla a su cordura. Los arbustos de frambuesa dejaban caer sus frutos y él recolectaba las pequeñas frutas silvestres para obtener su recompensa, debía coger las frambuesas con cuidado pues no le pagarían por aquellas machadas o en mal estado. Casi al final del día había obtenido una buena recolecta, pero la noche se le estaba echando encima y la mochila empezaba a estar demasiado llena, no es como si no pudiera con el peso pero mejor no tentar demasiado a la suerte.
Caminaba lentamente, más pendiente aun del ambiente ahora que iba de vuelta. La gente tendía a relajarse precisamente en esos momentos y así ocurrían los accidentes, demasiado tiempo en la calle para no saber cómo actuar, sin embargo el bosque y la naturaleza era totalmente inesperada e independiente, no seguía normas y por esa razón se chocó prácticamente de frente con un olor que le era conocido, algunos pelos enredados entre las ramas terminaron de confirmarle lo que su nariz ya le había advertido. No sabía porqué los vampiros habían decidido desviarse tan al norte pero tampoco le apetecía descubrir la razón.
Empezó a retirarse lentamente. Se colocó bien los amarres de la mochila ajustándolo en torno a su pecho y en su cintura pegando bien el material a su espalda para facilitar sus movimientos. No se le pasó por la cabeza la idea de tirar la mochila, seguramente moriría con ella puesta y después de tres años eso podría ocurrir en cualquier momento, incluido ese mismo y no le parecería raro ni lo lamentaría, sería una muerte como cualquier otra, pero no se dejaría matar sin intentarlo todo para sobrevivir, después de todo eso era lo único que realmente se le daba bien.
Re: There's the hunter and the hunted
El suave y punzante cosquilleo de la hierba fresca hizo asomar una feliz sonrisa a sus finos labios cuando sintió las cosquillas sobre las plantas de sus pies desnudas. Sus rodillas golpearon el suelo cuando se dejó caer, amortiguadas por la tierra que las recientes lluvias habían reblandecido. Los bosques exteriores de la ciudad se mostraban en el punto máximo de su esplendor. Toda brizna de hierba, flor en el suelo o en las ramas de los árboles se abría para mostrar toda su magnificencia, para que el sol las dotara con aquella brillante luz que se filtraba entre las grises nubes que cubrían la ciudad y así hacer sus colores más vivos y brillantes.
Aquello era tan diferente a la ciudad...
Acabó por extenderse en el suelo, con la capa roja extendida como un reguero de sangre sobre el que yació boca arriba, con sus ojos violetas completamente abiertos, perdidos en las copas de los árboles, en sus ramas, en los nudos de madera que se creaban en el tronco... Captaba cada detalle y se maravillaba con él como si fuera la primera vez que sus ojos los captaban.
Desde que se habían establecido en Londres y habían adquirido ese ruinoso teatro apenas disponía de tiempo para ella. Lo habían adecentado, trabajando todos y cada uno de ellos en arreglar el escenario, las butacas y la parte trasera donde el resto de su compañía se había asentado, como una gran familia, siempre todos juntos. Las actuaciones y los ensayos, así como la ayuda para mantener decente el teatro agotaban todo su tiempo libre, y si quería salir, debía renunciar a horas de sueño. Libertad a cambio de descanso no le parecía un mal precio. Pero claro, luego la falta de descanso hacía que su rendimiento disminuyera, y no podía permitirse aquello, pues en cada actuación se jugaba la vida con sus acrobacias. Bastaba con que se resbalase, o con que un día no se agarrase con suficiente fuerza a una de las telas para caer contra el suelo y romperse algo, o peor, quebrarse el cuello.
Así que habló con aquel quien un día la aceptó como hija y como circense para disponer de alguna tarde libre a la semana a cambio de ayudar también en ciertas obras de teatro.
Y esas tardes libres las exprimía al máximo. Disfrutaba de cada minuto, de cada segundo. No le importaba regresar al teatro cuando el sol asomaba anunciando un nuevo día... No le importaba tirarse y dejar que la hierba envolviera su fino cuerpo mientras contemplaba como el cielo oscurecía... Para ella, aquellos momentos eran sagrados..
Pero por desgracia, los momentos siempre terminan. Ese día el sol fue escondiendose lentamente enemistas ella, envuelta en su capa carmesí, contemplaba los colores de los cuales se teñía el cielo. Era como si alguien hubiera volcado un bote de tinta china roja en un vaso de agua y esta se fuera disolviendo poco a poco, creando ondas hipnóticas hasta que el color rojizo se fusionó con el azul y nació ese púrpura que tanto le gustaba, ese púrpura que brillaba en sus propios ojos.
Fue entonces cuando se levantó. Volvió a echarse la capa ropa a los hombros y cubrió su rostro con la capucha. Se había prometido que la dejaría, que nunca más la usaría. Pero le tenía demasiado cariño a esa capa roja. Era, junto al viejo reloj de plata, los únicos objetos que le habían dicho que pertenecían a su familia. Si bien era cierto o no, lo desconocía. Pero aquella capa le había acompañado durante demasiados años como para dejarla olvidada y acumulando polvo en el fondo de un viejo baúl.
Se internó en el bosque que tenía que cruzar para llegar a la ciudad, sorteando las raíces enrevesadas y los arbustos a su paso cuando un ruido extraño detrás de ella le alertó. No quiso preguntar, ni esperar. Sus pasos se aceleraron hasta convertirse en una carrera. Sabía que no era bueno adentrarse en aquellos bosques de noche, pues podía toparse con ladrones... o con aquellos seres que se alimentaban de sangre. Sabía que había más como aquella señorita y que sin duda, no serian tan buenos ni benevolentes como ella lo había sido.
Sorteó los árboles en una carrera que le robó el aliento hasta que fue a darse de frente con lo que en un principio, consideró ser una roca por el tremendo impacto. Pero cuando apartó el cabello blanco que le tapaba el rostro pudo ver que se trataba en realidad de un joven, puede que no mucho mayor que ella, con unos ojos que parecían brillar con la misma intensidad que la luz de la luna.
Me pregunté que oscuros secretos
albergarían unos ojos como aquellos
que parecían esculpidos por la misma luz de luna..
Aquello era tan diferente a la ciudad...
Acabó por extenderse en el suelo, con la capa roja extendida como un reguero de sangre sobre el que yació boca arriba, con sus ojos violetas completamente abiertos, perdidos en las copas de los árboles, en sus ramas, en los nudos de madera que se creaban en el tronco... Captaba cada detalle y se maravillaba con él como si fuera la primera vez que sus ojos los captaban.
Desde que se habían establecido en Londres y habían adquirido ese ruinoso teatro apenas disponía de tiempo para ella. Lo habían adecentado, trabajando todos y cada uno de ellos en arreglar el escenario, las butacas y la parte trasera donde el resto de su compañía se había asentado, como una gran familia, siempre todos juntos. Las actuaciones y los ensayos, así como la ayuda para mantener decente el teatro agotaban todo su tiempo libre, y si quería salir, debía renunciar a horas de sueño. Libertad a cambio de descanso no le parecía un mal precio. Pero claro, luego la falta de descanso hacía que su rendimiento disminuyera, y no podía permitirse aquello, pues en cada actuación se jugaba la vida con sus acrobacias. Bastaba con que se resbalase, o con que un día no se agarrase con suficiente fuerza a una de las telas para caer contra el suelo y romperse algo, o peor, quebrarse el cuello.
Así que habló con aquel quien un día la aceptó como hija y como circense para disponer de alguna tarde libre a la semana a cambio de ayudar también en ciertas obras de teatro.
Y esas tardes libres las exprimía al máximo. Disfrutaba de cada minuto, de cada segundo. No le importaba regresar al teatro cuando el sol asomaba anunciando un nuevo día... No le importaba tirarse y dejar que la hierba envolviera su fino cuerpo mientras contemplaba como el cielo oscurecía... Para ella, aquellos momentos eran sagrados..
Pero por desgracia, los momentos siempre terminan. Ese día el sol fue escondiendose lentamente enemistas ella, envuelta en su capa carmesí, contemplaba los colores de los cuales se teñía el cielo. Era como si alguien hubiera volcado un bote de tinta china roja en un vaso de agua y esta se fuera disolviendo poco a poco, creando ondas hipnóticas hasta que el color rojizo se fusionó con el azul y nació ese púrpura que tanto le gustaba, ese púrpura que brillaba en sus propios ojos.
Fue entonces cuando se levantó. Volvió a echarse la capa ropa a los hombros y cubrió su rostro con la capucha. Se había prometido que la dejaría, que nunca más la usaría. Pero le tenía demasiado cariño a esa capa roja. Era, junto al viejo reloj de plata, los únicos objetos que le habían dicho que pertenecían a su familia. Si bien era cierto o no, lo desconocía. Pero aquella capa le había acompañado durante demasiados años como para dejarla olvidada y acumulando polvo en el fondo de un viejo baúl.
Se internó en el bosque que tenía que cruzar para llegar a la ciudad, sorteando las raíces enrevesadas y los arbustos a su paso cuando un ruido extraño detrás de ella le alertó. No quiso preguntar, ni esperar. Sus pasos se aceleraron hasta convertirse en una carrera. Sabía que no era bueno adentrarse en aquellos bosques de noche, pues podía toparse con ladrones... o con aquellos seres que se alimentaban de sangre. Sabía que había más como aquella señorita y que sin duda, no serian tan buenos ni benevolentes como ella lo había sido.
Sorteó los árboles en una carrera que le robó el aliento hasta que fue a darse de frente con lo que en un principio, consideró ser una roca por el tremendo impacto. Pero cuando apartó el cabello blanco que le tapaba el rostro pudo ver que se trataba en realidad de un joven, puede que no mucho mayor que ella, con unos ojos que parecían brillar con la misma intensidad que la luz de la luna.
Me pregunté que oscuros secretos
albergarían unos ojos como aquellos
que parecían esculpidos por la misma luz de luna..
Re: There's the hunter and the hunted
Sumido en la oscuridad portando aquella pesada mochila, el joven de cabellos castaños avanzaba entre la maleza a paso rápido, tan rápido que amenazaba con echar a correr en cualquier momento. El olor que había detectado metros atrás, los pelos que había descubierto… Las señales hablaban por sí mismas. Los enemigos naturales de los licántropos, los vampiros, parecía que aquella noche habían salido a jugar. ¿Pero qué los habría llevado al bosque?
La cena quizá; era un lugar tranquilo donde desangrar a una persona, un lugar en el que, por la noche, nadie tenía porqué descubrirlos. Sin embargo, también existía la posibilidad de que lo estuviera siguiendo, y lo cierto era que pelear… era lo último que le apetecía. Matar a un vampiro siempre resultaba problemático, y su sangre… sabía condenadamente mal; peor incluso de lo que olía el aire de los desechos fecales de East End.
Así pues, aceleró el paso mientras miraba ocasionalmente hacia atrás cuando el ruido de un movimiento entre la maleza le hizo girar la cabeza de nuevo hacia el frente. ¿Habría varios vampiros? Definitivamente tenía que salir de allí, o la cosa se pondría fea. Empezó a correr a la máxima velocidad que le permitía el peso de su espalda, mientras lamentaba ahora el llevar agua, pero si debía de esconderse en uno de sus antiguos refugios mejor tener con qué sobrevivir.
Un pequeño socavón en la tierra lo hizo tropezar, aunque rápidamente recuperó el equilibrio y siguió corriendo a pesar del pinchazo en la pierna que pronosticaba una torcedura de tobillo; era como si pudiera alejarse del dolor. Siguió corriendo, notando que su pierna herida mandaba con cada movimiento tantos pinchazos que se dio cuenta en seguida de que no duraría mucho hasta que su curación empezase a hacer efecto. Sabía que era rápido y que normalmente la distancia que ponía en primera instancia entre el peligro y él solía ser suficiente, así que decidió detenerse… cuando sintió un empujón que le hizo caer de lado.
Aquello le hizo perder la concentración, y con ello el rastro del vampiro de los alrededores, y además, ahora, el dolor de la pierna era constante e intenso, como una descarga eléctrica. Apoyó ambas manos en el suelo y clavó los pies mientras reprimía una queja en sus labios, maldiciendo en su cabeza sea lo que fuere aquello con lo que había chocado. Desvió un instante la mirada hacia la zona donde estaba la figura que parecía ser la causante de la colisión, a pocos metros de ella, y la escrutó con sus ojos azules, encontrándose con los ajenos durante unos segundos.
Había estado tan concentrado en alejarse del rastro del vampiro, que siquiera se había percatado de que otra presencia se acercaba directamente hacia él. Su palidez era fácilmente apreciable a la luz de la luna, y el color violáceo de sus ojos resultaba casi tan antinatural como su blanquecino cabello. ¿Qué sería aquél sujeto? y a Aldis se le pasó por la cabeza una única idea: Un vampiro; de modo que se impulsó hacia delante y empezó a correr al mismo tiempo que se incorporaba, sin molestarse siquiera en comprobar con su olfato su primera impresión.
Tenía que poner tierra de por medio entre él y aquél segundo engendro.
La cena quizá; era un lugar tranquilo donde desangrar a una persona, un lugar en el que, por la noche, nadie tenía porqué descubrirlos. Sin embargo, también existía la posibilidad de que lo estuviera siguiendo, y lo cierto era que pelear… era lo último que le apetecía. Matar a un vampiro siempre resultaba problemático, y su sangre… sabía condenadamente mal; peor incluso de lo que olía el aire de los desechos fecales de East End.
Así pues, aceleró el paso mientras miraba ocasionalmente hacia atrás cuando el ruido de un movimiento entre la maleza le hizo girar la cabeza de nuevo hacia el frente. ¿Habría varios vampiros? Definitivamente tenía que salir de allí, o la cosa se pondría fea. Empezó a correr a la máxima velocidad que le permitía el peso de su espalda, mientras lamentaba ahora el llevar agua, pero si debía de esconderse en uno de sus antiguos refugios mejor tener con qué sobrevivir.
Un pequeño socavón en la tierra lo hizo tropezar, aunque rápidamente recuperó el equilibrio y siguió corriendo a pesar del pinchazo en la pierna que pronosticaba una torcedura de tobillo; era como si pudiera alejarse del dolor. Siguió corriendo, notando que su pierna herida mandaba con cada movimiento tantos pinchazos que se dio cuenta en seguida de que no duraría mucho hasta que su curación empezase a hacer efecto. Sabía que era rápido y que normalmente la distancia que ponía en primera instancia entre el peligro y él solía ser suficiente, así que decidió detenerse… cuando sintió un empujón que le hizo caer de lado.
Aquello le hizo perder la concentración, y con ello el rastro del vampiro de los alrededores, y además, ahora, el dolor de la pierna era constante e intenso, como una descarga eléctrica. Apoyó ambas manos en el suelo y clavó los pies mientras reprimía una queja en sus labios, maldiciendo en su cabeza sea lo que fuere aquello con lo que había chocado. Desvió un instante la mirada hacia la zona donde estaba la figura que parecía ser la causante de la colisión, a pocos metros de ella, y la escrutó con sus ojos azules, encontrándose con los ajenos durante unos segundos.
Había estado tan concentrado en alejarse del rastro del vampiro, que siquiera se había percatado de que otra presencia se acercaba directamente hacia él. Su palidez era fácilmente apreciable a la luz de la luna, y el color violáceo de sus ojos resultaba casi tan antinatural como su blanquecino cabello. ¿Qué sería aquél sujeto? y a Aldis se le pasó por la cabeza una única idea: Un vampiro; de modo que se impulsó hacia delante y empezó a correr al mismo tiempo que se incorporaba, sin molestarse siquiera en comprobar con su olfato su primera impresión.
Tenía que poner tierra de por medio entre él y aquél segundo engendro.
Re: There's the hunter and the hunted
Asustada, caída hacia atrás, apoyada en las palmas de las manos, las cuales se había raspado al caer, miraba al joven con el miedo en la mirada. Casi temblando.
Los segundos que pasaron mientras miraba aquellos acuosos ojos se le hicieron eternos.
Su corazón bombeaba desbocado, como un potrillo salvaje y asustado, que corre y corre porque no sabe donde esconderse del depredador que le persigue. Tragó saliva, notando como su pecho subía y bajaba desesperado, agitado por la carrera que había llevado hasta chocar.
Por un momento, por la posición qu el joven tenía, pensó que iba a atacarla. Tan solo fue un fugaz pensamiento que desapareció tan deprisa como vino a su mente. Y desapareció en la oscuridad.
Echó a correr como alma que lleva el diablo, sin que apenas pudiera decir nada. Se quedó con la disculpa colgada en la boca, a medio pronunciar. Pero ya estaba sola.
Miró a ambos lados mientras la noche se oscurecía todavía más y caía como un manto negro sobre el bosque.
Se puso em pie, mirando las palmas de sus manos, las cuales al estar raspadas tenían algo de sangre y tierra que se le había pegado. Escocía, pero no le dio más importancia y limpió sus manos en el viejo vestido que la cubría. Volvió a andar, aunque esta vez más despacio, dolorida todavía por el golpe de la embestida y con la diestra tratando de apoyarse siempre en los árboles, pues con aquella oscuridad era difícil ver por donde pisaba.
No supo por cuanto tiempo camino. Media hora, una hora. Lo que supo es que, aunque intentó caminar en la buena dirección, acabó por perderse. No sabía en qué dirección estaba la ciudad, ni el camino para salir del bosque. Suspiró, pero no se dio por rendida, aunque se detuvo un rato a descansar y de paso, subir a un árbol para ver si llegaba a ver, aunque fuera de lejos, las luces. Pero los árboles eran demasiado altos y demasiado denso su follaje para ver nada, y menos con la oscuridad que había.
Se preguntó que habría sido de aquel chico, y porqué había huido nada más verla, sin tiempo a excusarse por haberle golpeado, o a preguntarle, o mas importante, a pedirle ayuda para salir del bosque.
Caminó casi en círculos, sin darse cuenta hasta que de nuevo volvió a escuchar de nuevo sonido cerca a su alrededor. Se paró a escuchar, aunque su oído no es que fuera el mejor del mundo. Alguien caminaba por los alrededores, cerca de ella. Trató de averiguar de donde provenían y los siguió, aunque quizá esa no fue la mejor de las decisiones, no lo pensó demasiado. Solo quería salir de allí.. encontrar a alguien.
-¿Hola?¿Hay alguien ahí? ¡Por favor!... ¡Ayúdeme! - trató de acelerar el paso conforme escuchó que las pisadas se alejaban, pero a cambio, unos extraños crujidos se acercaron peligrosamente a ella por la espalda.
Los segundos que pasaron mientras miraba aquellos acuosos ojos se le hicieron eternos.
Su corazón bombeaba desbocado, como un potrillo salvaje y asustado, que corre y corre porque no sabe donde esconderse del depredador que le persigue. Tragó saliva, notando como su pecho subía y bajaba desesperado, agitado por la carrera que había llevado hasta chocar.
Por un momento, por la posición qu el joven tenía, pensó que iba a atacarla. Tan solo fue un fugaz pensamiento que desapareció tan deprisa como vino a su mente. Y desapareció en la oscuridad.
Echó a correr como alma que lleva el diablo, sin que apenas pudiera decir nada. Se quedó con la disculpa colgada en la boca, a medio pronunciar. Pero ya estaba sola.
Miró a ambos lados mientras la noche se oscurecía todavía más y caía como un manto negro sobre el bosque.
Se puso em pie, mirando las palmas de sus manos, las cuales al estar raspadas tenían algo de sangre y tierra que se le había pegado. Escocía, pero no le dio más importancia y limpió sus manos en el viejo vestido que la cubría. Volvió a andar, aunque esta vez más despacio, dolorida todavía por el golpe de la embestida y con la diestra tratando de apoyarse siempre en los árboles, pues con aquella oscuridad era difícil ver por donde pisaba.
No supo por cuanto tiempo camino. Media hora, una hora. Lo que supo es que, aunque intentó caminar en la buena dirección, acabó por perderse. No sabía en qué dirección estaba la ciudad, ni el camino para salir del bosque. Suspiró, pero no se dio por rendida, aunque se detuvo un rato a descansar y de paso, subir a un árbol para ver si llegaba a ver, aunque fuera de lejos, las luces. Pero los árboles eran demasiado altos y demasiado denso su follaje para ver nada, y menos con la oscuridad que había.
Se preguntó que habría sido de aquel chico, y porqué había huido nada más verla, sin tiempo a excusarse por haberle golpeado, o a preguntarle, o mas importante, a pedirle ayuda para salir del bosque.
Caminó casi en círculos, sin darse cuenta hasta que de nuevo volvió a escuchar de nuevo sonido cerca a su alrededor. Se paró a escuchar, aunque su oído no es que fuera el mejor del mundo. Alguien caminaba por los alrededores, cerca de ella. Trató de averiguar de donde provenían y los siguió, aunque quizá esa no fue la mejor de las decisiones, no lo pensó demasiado. Solo quería salir de allí.. encontrar a alguien.
-¿Hola?¿Hay alguien ahí? ¡Por favor!... ¡Ayúdeme! - trató de acelerar el paso conforme escuchó que las pisadas se alejaban, pero a cambio, unos extraños crujidos se acercaron peligrosamente a ella por la espalda.
Cerca
Muy cerca
Cada vez más.
Podía sentir su aliento pegado a su nuca. Peligroso.
Muy cerca
Cada vez más.
Podía sentir su aliento pegado a su nuca. Peligroso.
El miedo me invadió
me paralizó con una idea
la idea de que iba a morir en ese momento
de que algo acabaría con su vida
si no echaba a correr
me paralizó con una idea
la idea de que iba a morir en ese momento
de que algo acabaría con su vida
si no echaba a correr
Re: There's the hunter and the hunted
Por suerte había logrado sortear a aquél segundo engendro, aquella sanguijuela que lo había embestido lo había pillado por sorpresa; parecía ser que después de todo había más cadáveres andantes de lo que había estimado en un primer momento, pero gracias a sus reflejos y agilidad sobrehumana había escapado antes de que a la segunda chupasangres le diera tiempo siquiera a reaccionar… y lamentablemente para los chupópteros, ya se hallaba cerca de su refugio: una pequeña cueva oculta entre la espesura.
Lo que haría a continuación era bien sencillo. Prepararse. Su padre, por mucho que lo odiase, lo había enseñado bien; y una de las cosas que había aprendido del Alpha, era a no bajar la guardia nunca. Jamás. Llegar al refugio no implicaba estar fuera de peligro, solo significaba cobijo para la noche, pero aquella cueva no lo defendería de los males que encerraba el bosque por la noche. Si de veras quería sobrevivir, tendría que prepararse, y en aquella ocasión significaba preparar armas.
Bajo esta premisa, y una vez hubo acomodado la mochila en la cueva, así como sanado la torcedura de tobillo, volvió a internarse en el bosque; esta vez con la intención de aprovisionarse de sendas ramas con las que hacer estacas, tarea que le llevaría bastante tiempo. Sabía que con aquello no lograría matar a los vampiros, pero al menos sí paralizarlos para poder completar la tarea con sus propias manos. Así pues, una vez provisto con aquellas improvisadas armas, se disponía a volver a su refugio cuando unos gritos de auxilio llamaron su atención.
Y como en la mayoría de las ocasiones… la curiosidad venció al gato; o en este caso, al lobo. ¿Quién había sido lo suficientemente estúpido como para adentrarse en el bosque en plena noche? Pero lo más importante de todo, ¿por qué pedía socorro? Quizá los vampiros la hubiesen descubierto; quizá fuera la misma cena de los vampiros que había logrado escapar… sea como fuere, la voz femenina sonaba cerca; demasiado cerca para su gusto, y aquello podía significar el descubrimiento de su refugio, cosa que no podía permitir bajo ningún concepto.
Tendría que hacerse cargo de aquella mujer. Silenciarla, y alejar su cuerpo, así como su rastro para que los vampiros no lograsen encontrarlo a él.
Dicho y hecho, guiado por su agudo sentido del olfato, y del oído, se desplazó entre las sombras como un depredador nocturno más; estaba en su salsa. Era su naturaleza. La noche era su manta, y el bosque su lecho, por lo que no tardó demasiado en encontrar a la supuesta víctima… o cebo; claro que no se acercó abiertamente. Aquello habría sido un error de novato, por lo que se ocultó entre la maleza y agudizó la vista para otear el horizonte en busca de la fuente de aquellos gritos desesperados, descubriendo a los pocos segundos que procedían de los labios de aquella joven que lo había derribado momentos atrás.
¿Acaso no era una sanguijuela? Vaya… aquello era un giro inesperado de los acontecimientos. A decir verdad es que tampoco se había molestado en comprobarlo, simplemente su visión le había bastado. Pobre muchacha, iba a morir, y Aldis lo sabía. Los chupasangres estaban cerca, mucho más cerca, de hecho, de lo que él preveía pues a las espaldas de la albina, una misteriosa silueta se abría paso hacia el cuello de la muñeca. Lo más sensato era esperar… observar, a ver qué ocurría, y decidir en consecuencia.
Incluso con un vampiro presente, y la vida de la mujer en peligro, no planeaba interceder si su posición no se veía revelada. Era el ciclo natural de las cosas, el ciclo de la vida y la muerte. Unos debían morir, para que otros pudieran seguir viviendo. Ella moriría, y tanto Aldis, como el vampiro vivirían.
Lo que haría a continuación era bien sencillo. Prepararse. Su padre, por mucho que lo odiase, lo había enseñado bien; y una de las cosas que había aprendido del Alpha, era a no bajar la guardia nunca. Jamás. Llegar al refugio no implicaba estar fuera de peligro, solo significaba cobijo para la noche, pero aquella cueva no lo defendería de los males que encerraba el bosque por la noche. Si de veras quería sobrevivir, tendría que prepararse, y en aquella ocasión significaba preparar armas.
Bajo esta premisa, y una vez hubo acomodado la mochila en la cueva, así como sanado la torcedura de tobillo, volvió a internarse en el bosque; esta vez con la intención de aprovisionarse de sendas ramas con las que hacer estacas, tarea que le llevaría bastante tiempo. Sabía que con aquello no lograría matar a los vampiros, pero al menos sí paralizarlos para poder completar la tarea con sus propias manos. Así pues, una vez provisto con aquellas improvisadas armas, se disponía a volver a su refugio cuando unos gritos de auxilio llamaron su atención.
Y como en la mayoría de las ocasiones… la curiosidad venció al gato; o en este caso, al lobo. ¿Quién había sido lo suficientemente estúpido como para adentrarse en el bosque en plena noche? Pero lo más importante de todo, ¿por qué pedía socorro? Quizá los vampiros la hubiesen descubierto; quizá fuera la misma cena de los vampiros que había logrado escapar… sea como fuere, la voz femenina sonaba cerca; demasiado cerca para su gusto, y aquello podía significar el descubrimiento de su refugio, cosa que no podía permitir bajo ningún concepto.
Tendría que hacerse cargo de aquella mujer. Silenciarla, y alejar su cuerpo, así como su rastro para que los vampiros no lograsen encontrarlo a él.
Dicho y hecho, guiado por su agudo sentido del olfato, y del oído, se desplazó entre las sombras como un depredador nocturno más; estaba en su salsa. Era su naturaleza. La noche era su manta, y el bosque su lecho, por lo que no tardó demasiado en encontrar a la supuesta víctima… o cebo; claro que no se acercó abiertamente. Aquello habría sido un error de novato, por lo que se ocultó entre la maleza y agudizó la vista para otear el horizonte en busca de la fuente de aquellos gritos desesperados, descubriendo a los pocos segundos que procedían de los labios de aquella joven que lo había derribado momentos atrás.
¿Acaso no era una sanguijuela? Vaya… aquello era un giro inesperado de los acontecimientos. A decir verdad es que tampoco se había molestado en comprobarlo, simplemente su visión le había bastado. Pobre muchacha, iba a morir, y Aldis lo sabía. Los chupasangres estaban cerca, mucho más cerca, de hecho, de lo que él preveía pues a las espaldas de la albina, una misteriosa silueta se abría paso hacia el cuello de la muñeca. Lo más sensato era esperar… observar, a ver qué ocurría, y decidir en consecuencia.
Incluso con un vampiro presente, y la vida de la mujer en peligro, no planeaba interceder si su posición no se veía revelada. Era el ciclo natural de las cosas, el ciclo de la vida y la muerte. Unos debían morir, para que otros pudieran seguir viviendo. Ella moriría, y tanto Aldis, como el vampiro vivirían.
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Lun Nov 30, 2015 2:53 pm por Invitado
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