Just a matter of time || Moira

Los preparativos para la vista con los futuros inversores en la  mansión Brontë que se habían estado llevando a cabo, habían cesado ya, y la legión de porteadores que había contratado para preparar el hogar para la acogida de los peces gordos, se había esfumado. Lo cierto era que Gabriel era un tipo sencillo, y de gustos sencillos por muy de clase alta que fuese. Su casa, aunque decorada con gusto gracias a su hermana, tampoco era de esas típicas residencias de ricachones en las que por doquier podían encontrarse objetos de valor sin aparente utilidad, más bien era todo lo contrario. La residencia de aquél empresario gozaba de un nivel de decoración medio, en el que destacaba el gusto por lo oriental; aparte de eso, la mayoría de bienes que llenaba la casa, no eran sino muebles y libros en sus respectivas estanterías.

En resumen, podría decirse que la enorme morada del castaño, era algo así como una gran biblioteca, en que el tesoro más valioso que custodiaba… era el del saber. No obstante, sí que era cierto que poseía pequeños útiles de gran valor para la gente de a pie, como podían ser enorme vajillas de plata, platos de la más fina y refinada porcelana… varios cuadros de valor pintados por los artistas de la época, y como buen aficionado que era a la esgrima, así como a las armas… sobre todo poseía armas de la más alta gama manufacturadas en las mejores herrerías de todos los tiempos, y de todo el planeta.

Así pues, aquella mañana la enorme mansión del hombre se sumía en el más absoluto y sepulcral de los silencios, e inundada por la luz de la mañana, una tenue luz que se reflejaba en el espejo en que el dueño de aquél lugar se hallaba vistiéndose para la ocasión en su amplio estudio del primer piso de la construcción; Lo cierto era que aún no se decidía entre qué camisa llevar para la ocasión, más sí había decidido que vestiría un traje blanco; muestra de ello eran los pantalones rectos e impolutos que vestía. ¿Qué color combinaría mejor con su elección? Era un desastre escogiendo, y en la mayoría de ocasiones era Alice la que lo ayudaba con dicha labor.

Y así se mantuvo, dubitativo entre qué camisa escoger, como de costumbre… esperando la llegada de los inversores, y con ella la de una nueva oportunidad de negocio, hasta que el timbre de la mansión perturbó aquél eterno silencio que parecía asolar la casa. El señor de la misma, enarcó una ceja, y sin darle mayor importancia… continuó con su tesitura.
Probablemente no fuese más que uno de los numerosos empleados domésticos que había contratado para la ocasión, nada de lo que debiera preocuparse. El servicio abriría la puerta.