Lo que la lluvia trae consigo (Benjamin)

Y la lluvia no dejó de caer ni por un instante, lloraba el cielo con lágrimas amargas y el motivo no sería otro que la tristeza que le producía ver nuestro mundo desde las alturas. Eso pensaba Benjamin, sus manos estaban apoyadas en el alfeizar de la ventana y seguía con la mirada el reguero de las gotas que dibujaban un camino hasta su futura muerte, juntándose unas con otras para sentir el placer de una unión fúnebre. Adoraba la lluvia y la sensación de libertad que esta producía, la lluvia consistía en depurar las penas e iniciar una nueva vida sin ellas. Era similar a desprenderse de algo que no es bueno para uno mismo. Pero la lluvia era algo más espiritual... Limpiarse el alma con lágrimas del cielo.

Desde hacía semanas no dejaba de soñar con la La dama de Shalott y la situación le empezaba a inquietar. Una noche en la que le era imposible conciliar el sueño había simulado un hermoso dibujo a carboncillo, pero el rostro de la mujer no era el mismo, se trataba de la albina de nombre Charlotte. No supo bien porque lo hizo, pero sus manos fueron las que pensaron por él y al verla sentada sobre la barca no pudo hacer otra cosa que sonreír. La tranquilidad del agua y su rostro risueño, este no mostraba temor o preocupación como en la obra original, simplemente se dejaba mecer por las aguas que serenas... Eran su tumba o tal vez el inicio de algo nuevo.

El dibujo lo guardó en el cajón de su escritorio, oculto entres otros viejas obras que no eran ni la mitad de importantes que esta, había sido uno de sus mejores trabajos  y cada noche antes de dormirse lo observa durante un largo rato, esperando que sus sueños fueran igual de pacíficos como las aguas.

Benjamin abrió la ventana y asomó la palma de su mano, en pocos segundos estaba empapada y lentamente acercó el rostro hacia el exterior. Cerró los ojos y dejó que el agua corriera por sus mejillas, que las gotas se posaran en sus párpados, besando la mirada azul que se escondía tras ellos. La caricia de la lluvia borraba todas aquellas preocupaciones que pesaban en su cabeza y supo lo que tenía que hacer. Los segundos pasaron y llegaron los ajetreados minutos, cerró la ventana y las gotitas adornaron su pelo. No se cambió de ropa, la camisa se salía por los lados y estaba prácticamente desabotonada. Tocó el bolsillo de su pantalón y... Ahí estaba la invitación, sonrió de manera automática al recordar la mano de Charlotte cuando se la tendió, ese gesto le hizo realmente feliz y lo había recordado casi todos los días.

Bajó las escaleras de dos en dos, saltando sobre los escalones para llegar cuanto antes. Jadeó nervioso y llamó al cochero, se quedó sorprendido, con una ceja alzada al escuchar la orden del señorito Winter.

-Es una locura salir con esta lluvia ¿Se encuentra bien?

Benjamin no respondió y miró al carruaje de manera intensa, las decisiones son aquellas que preceden a las locuras. Se pasó todo el trayecto mirando la vieja y arrugada invitación, acariciando el borde de las letras con el pulgar.
Bajó al exterior y la lluvia se descargó sobre él, de nuevo estaba limpio. Alzó el rostro y los regueros de agua descendieron por el cuello de su camisa, acariciando su suave piel... Arañándola con dientes de cristal.

Al principio le fue imposible reconocerla, caminaba con un viejo camisón blanco que se adhería a su pequeño cuerpo. No pudo apartar la mirada de ella, era hermosa y sintió tentaciones de tocarla con la punta de sus dedos, recorrer aquel frágil cuerpo blanco. Los mechones caían sobre sus hombros y algunos cabellos estaban pegados sobre su frente.

No supo el motivo... Pero su corazón se acelerón, le golpeó violentamente y era un dolor placentero. Las palabras no le salían ya que su garganta estaba seca.

Benjamin se acercó bajo la lluvia, recorriendo con ojos curiosos aquel cuerpo casi infantil. Nunca antes había mirado de una manera así a nadie, pero ella le hipnotizaba con sus perfectos ojos violáceos.
Cuando la tuvo delante apartó una gota de su labio inferior con el dedo índice.

No dejó de observar el rastro trasparente que dejaban las gotas en la piel de Charlotte, estaba fascinado por ello y le era imposible dejar de contemplarla. Había tanto que ver en ese periodo de tiempo que a él le resultó increíblemente corto. Cuando ella le habló ni siquiera pudo percibir las palabras que salían de sus labios también blancos, simplemente dejó que Charlotte le guiara hasta el interior del teatro. Su cuerpo se mecía por los pasos de la circense, Benjamin se sentía perdido y desorientado por esa invasión de sensaciones. El contacto con aquella muchacha a la que ni siquiera conocía era tan agradable, le recorría una sensación sumamente electrizante que parecía que no se detendría nunca, era un camino cuesta arriba ¿La bajada sería tan placentera como la subida?

Cuando llegaron hasta el interior del teatro añoro las caricias de la lluvia y la pequeña Charlotte lo acompañó hasta el cuarto en el que debía de vivir. Benjamin se quedó petrificado por las penosas condiciones de vida que tenía... Ni siquiera una cama en la que poder recobrar fuerzas.

Y entonces ella soltó su mano, de un momento a otro creció un vacío que solamente podía llenar aquella piel blanca a la que le gustaría dar color para hacerla más bella si eso era posible. Suspiró y la miró intensamente, escuchando su pregunta.

-¿Por qué crees que lo hice? Pensaba que te acordarías -los dedos de Benjamin comenzaron a desabotonar su camisa- me invitaste y eso hice, aceptar. Por eso estaba bajo la lluvia, buscando el teatro en el que trabajabas, dispuesto a verte -se mordió la lengua y unos tonos rojizos poblaron sus mejillas- siempre me ha gustado el circo... -terminó de desprenderse de la camisa y la dejó sobre el lecho de Charlotte. Algunas gotas seguían descendiendo por su pecho, rodeó su cuerpo intentando darse calor. El frío era terrible- ¿De verdad pensabas qué no vendría? Se nota que no me conoces lo suficiente... Tal vez algún día yo pueda saber más de ti y tú de mí.

Lo único que se podía escuchar con claridad era la lluvia sobre el cristal, permanecieron en silencio. Benjamin la miraba directamente, parecía haber olvidado aquella timidez infantil con la que le era imposible decir algo con claridad. Pero no hay nada más claro que una mirada, es ahí cuando las palabras sobran.

La toalla era suave e incluso en algún tiempo fue una de las que habría usado, pero ahora en cambio estaba destrozada pero no sucia. Charlotte le secó con ternura sus largos cabellos castaños (largos para un hombre de clase alta, para algunos de los invitados en sus reuniones de sociedad era un peinado de algún artista arruinado y sin futuro), con movimientos delicados y evitando cualquier tirón innecesario.

Y ahí estaban los dos, de pie en la habitación de Charlotte, mirándose fijamente a los ojos sin saber muy bien si ambos sentían esa chispa que les encendía ¿A qué se debía? No había en concreto una razón, la cosa era que pasaba.
Cuando su pelo estuvo prácticamente seco, se apartó ligeramente de ella para agacharse en dirección al lecho y coger la camisa que la albina había sacado para él. La examinó durante unos segundos , levantándose para pasar las mangas por sus brazos. Buscó a Charlotte con la mirada con la camisa todavía sin abotonar, mostrando su perfecta y tersa piel. No había ninguna imperfección en ella, salvo alguna que otra peca que en verdad le daba un aspecto más encantador.

Cuando por fin se miraban de verdad comenzó a abotonarse la camisa, buscó los botones con el tacto, sin bajar la mirada ni una sola vez. Mordió su labio inferior, no sabía si aquello que sentía era el deseo ardiente de querer pintar en aquel cuerpo... Pero tuvo que apretar los puños con fuerza y clavarse las uñas, aquel dolor nunca había sido tan placentero, suspiró  y suspiró.

-Gracias -dijo en un tono de voz casi imposible de escuchar- no te preocupes, dudo mucho que me resfríe, en algunas otras ocasiones he paseado bajo la lluvia... Creo que fue en Green Park -sonrió recordando aquella anécdota- a mi madre casi le da un ataque al verme llegar totalmente empapado, pocas veces la he visto tan furiosa. Pero este tipo de cosas hacen que merezca la pena seguir viviendo.

Terminó de abotonar la camisa y se acercó hasta la ventana, apoyó una mano en el cristal. Su mano sintió la punzada helada y las gotas recorrieron un camino hacia bajo, sus labios se posaron en el marco de la ventana. En el cristal se dibujó la figura de la mano de Ben, en ella se podía ver aquellos largos dedos expertos en la música y en la pintura, aquel singular talento que había desarrollado a lo largo de los años.

Finalmente se dio la vuelta, dándose el placer de verla un rato más ¿Qué pasaría por esa cabeza de cabellos blancos? No supo si estaría igual de confuso que él mismo, pero la cuestión es que seguía empapada. Su camisón estaba completamente mojado y pegado a su cuerpo,  podía casi imaginarse la forma que tendría.

-Creo que serás tú la que se resfriará si no te cambias de ropa -la toalla permanecía todavía en las manos de Charlotte y Benjamin se la quitó en unos segundos, comenzó a secar su pelo para luego ir bajando por su cuello-

Nunca antes había sentido tanta curiosidad y fascinación por alguien, nunca antes había ardido de deseos por nadie.

Benjamin ignoró sus palabras y continuó secando la blanca piel de Charlotte, intentaba controlarse pero cada vez que uno de sus dedos rozaban cualquier parte de la chica una tentación le recorría de una manera incontrolable. Aquel cuello en el que se posaba la melena de Lottie era el deseo del joven Winter, el cual comenzaba a perder la consciencia y a olvidar quién era realmente. Paró en seco y se acercó hacia el rostro de la albina cogiéndolo con ambos manos, no fue brusco, simplemente sus manos se movieron solas y cumplieron los deseos del muchacho. Era la belleza más pura que había visto nunca, esa mirada triste y violácea le había seducido de manera inocente la primera vez que se encontraron por casualidad, una casualidad que sabía que nunca volvería a repetirse. Era su tentación, la mayor debilidad que había conocido. La toalla terminó tirada en el suelo en los pies de Charlotte.

-Yo... -intentó decir algo, pero tampoco quería romper el momento tan íntimo que se había formado entre los dos- Charlotte... -cada vez estaba más cerca de su rostro y le era imposible dejar de mirar aquellos finos labios, los suyos temblaban por el frío y aquella misteriosa excitación- No sé, que me está ocurriendo... -admitió mientras levantaba con el dedo índice la barbilla de la chica para que estuviera algo más cerca de sus labios-

Benjamin Winter experimentó por primera vez los labios del deseo y las ansias de querer que algo fuera realmente suyo, quería que fuera su mejor obra y pintarla con los pinceles del placer. Era algo que ni él mismo se habría creído capaz de sentir, pero ahí estaba, reprimiéndose y siendo incapaz de decirle que la deseaba como nunca antes había deseado a nadie.  

Acercó su nariz hacia la de ella y la rozó con los ojos cerrados, notó el cálido aliento de la boca de Charlotte y posó finalmente sus labios en los de ella, besándola con suavidad para luego moverse más violentamente sobre estos. Pegó todo el cuerpo de la albina sobre el suyo y la rodeó con sus brazos, intentando no separarse ni un milímetro de ella. Necesitaba ese arte y aquellos labios como el aire para respirar, necesitaba que fuera ella su lienzo de deseos.

Benjamin no supo como continuar ese beso, pero tampoco es que estuviese muy capacitado para poder hacerlo, su mente estaba nublado en un sin fin de sensaciones que con cada segundo que pasaba, cada segundo de reloj había nacido algo en su interior. No supo si sería amor, si realmente podría considerar que estaba enamorado de Charlotte o simplemente que la deseaba y añoraba ese pequeño cuerpo que le robaba suspiros. La besó durante un largo rato, estando los dos de pie en el centro de la habitación, sus labios eran tan similares que encajaban a la perfección, tal vez serían iguales. Sus bocas eran capaces de encontrarse con toda la facilidad del mundo. Ben todavía sostenía el rostro de Charlotte, sus brazos no se cansaban, que tendría ella que la hacía tan especial, adoraba mirarle, mirarla hasta que... ¿Hasta qué? No había nada que le gustase más, salvo tal vez pintarla... Si hubiese tenido el material para hacerlo no lo habría dudado, su imagen estaba guardada en su mente, pero hoy la veía de una manera diferente, las gotas tenían suerte de poder pasearse por su hermoso cuerpo blanco, fue la primera vez que Benjamin Winter tuvo celos.

Apartó suavemente sus labios y los añoró, esa ausencia lo destrozaba, quería volver a encontrase con ellos. No pudo decir nada, no había nada que decir, el arte lo puede expresar todo y lo que latía con fiereza en su interior era también el arte.

Las manos del muchacho recorrieron como una suave brisa las mejillas de Lottie, apartando pequeñas gotitas que todavía quedaba en su piel. Regueros de una tormenta que seguía azotando fuera, estaba tan ausente que lo que estuviese ocurriendo fuera le resultaba indiferente, completamente indiferente a lo que sucedía en el interior. Bajó por su cuello, llegando hasta sus brazos, rozando sus manos y levantando ligeramente la camisa, no quiso ser un grosero... Mentiría si no admitiese que también deseaba verla sin nada que pudiese cubrir su desnudez, pero era un momento demasiado hermoso para estropearlo por ello. Acarició con dedos cuidadosos  su vientre y se agachó para besarlo. Alzó la mirada para contemplar su expresión, nunca fue capaz de saber con seguridad si ella también lo deseaba de esa intensa manera.

Benjamin comenzó a quitarse la camisa quedándose nuevamente desnudo de arriba, seguía en el suelo, cogió la mano de Lottie enlazando sus dedos y tiró de ella. El amante del arte buscó la boca de la albina, besándola nuevamente y tirándose sobre el suelo, dejando que ella estuviese encima de él. La besó con pasión y rozó su lengua sin saber muy bien como se hacía eso, supuestamente era un día frío, pero él solamente sentía calor... Mucho calor. Poco a poco fue soltando su mano para acariciar la húmeda espalda de Charlotte, apartó sus cabellos blancos y sintió una punzada de dolor. Ese olor era delicioso y exquisito, tenía algo que hacía que sus movimientos fueron todavía más pasionales. ¿Sería un error... Intentarlo? Entre beso y beso buscó los botones de la camisa de Charlotte, sus mejillas se tiñeron de un rojizo tono escarlata. Sus dedos no eran expertos en el arte de desnudar a una mujer.