Darkness Revival
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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .


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Cuestión de negocios [Aldis Whelan]

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Mensaje por Bryan Slackjaw Miér Jul 30, 2014 7:56 am

La destilería de Bottle Street era una reliquia anterior a la época industrial y, aún así, era completamente funcional. La que antaño había sido una de las mayores productoras de whisky en Londres había quedado relegada a un segundo lugar cuando la maquinaria industrial conquistó las calles de la capital británica y, pese a que forzosamente llegó el momento en que se tuvieron que efectuar algunas modificaciones, fue inevitable que el subdesarrollo tecnológico acabara pasando factura y la destilería acabara cerrando sus puertas. Lo mismo ocurrió con las mayores fábricas situadas en Whitechapel, que a pesar de no haber sido un barrio esplendoroso ni en su mejor época ahora se había visto reducido a un arrabal lleno de pescadores y delincuentes.

Este hecho y la localización privilegiada de la destilería, un enorme edificio casi en ruinas que se alzaba solitario e imponente sobre la linde del río, habían propiciado que fuera el centro perfecto para los trapicheos de una de la banda de camorristas mas influyentes de Londres. En su interior, en un despacho alejado de las pirámides de barriles que se alzaban hasta el techo, se encontraba Slackjaw. La sala estaba iluminada por una lámpara de aceite sobre una mesa de despacho y las brasas de una chimenea que ya luchaban por sobrevivir a la falta de leña. Sobre la mesa, libros y hojas llenas de cuentas, deudas, pagos, virutas de tabaco y una botella de whisky escocés.

"Toc, toc" Jefe, ya tenemos al chico boxeador. Slackjaw sonrió. Hacía años que se había hecho casi con el monopolio de las apuestas clandestinas en los barrios bajos de Londres, lo que incluía ser el encargado de organizar peleas tanto de perros como de vagabundos. Hacía varios meses que un joven extranjero había derrotado a "Jason el Cerdo", un gitano de circo que se dedicaba a levantar peso en una atracción de feria y desde su fichaje, el único luchador imbatible que tenían los Chicos de Slackjaw en plantilla. Desde entonces el chico, de nombre Aldis Whelan, había estado en seguimiento y ya era hora de que alguien le explicara como funcionaban las cosas en aquella ciudad.

El mafioso relleno dos vasos con dos dedos de whisky, uno lo puso al otro lado de la mesa y el otro se lo llevó a los labios, mojándolos en aquel sabroso líquido dorado. Agarró un cigarro y prendió la punta en la llama de la lámpara, se recostó en el butacón de madera e inhaló y exhaló una larga calada, despacio, sin prisa. -Adelante. La puerta crujió al abrirse y por el umbral cruzaron dos gigantones pelirrojos y barbudos, precedidos de el sujeto en cuestión.  -Bienvenido a nuestro humilde hogar Sr. Whelan.
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Mensaje por Aldis Whelan Miér Jul 30, 2014 3:26 pm

El joven de cabellos castaños se hallaba cerca de lograr su meta, de superar el reto y hacer una cantidad nada despreciable de monedas. A su alrededor una masa sudorosa, apestosa y sucia de hombres, probablemente matones en su rato libre —o estibadores—, se cernían con ojos abiertos como platos sobre el joven lobo. Unos lo animaban, otros simplemente se limitaban a soltar maldiciones por lo bajo mientras rezaban para que fracasara; y es que ya les había hecho perder bastante dinero tras soportar las tres primeras rondas: cinco chupitos de whisky por ronda habían tratado de subyugar a aquél rapaz de raíces irlandesas, a aquél joven de aspecto dejado y abandonado.
Pero lo que todo el mundo en el interior de aquella taberna se preguntaba era si lograría o no con la cuarta ronda.

Una mano temblorosa se dirigió hacia la última ronda de chupitos mientras una fría gota de sudor asomaba por la frente del moreno, obviamente se trataba de un mero teatro. Había aprendido a realizar aquél numerito tras varios intentos algo desastrosos en otros locales. ¿El objetivo? Hacer creer a los espectadores que se hallaba en el límite para que de ese modo aquellos pobres infelices apostaran una mayor suma en su contra, y como retribución, Aldis, embolsara una mayor cantidad de dinero, porque por un simple motivo que los allí presentes siquiera podían llegar a imaginar, el rapaz no caería rendido por aquella reducida cantidad de alcohol. Mitad hombre… mitad lobo; más fuerte, rápido y resistente que un hombre normal… pero por encima de todo, irlandés.

Haciendo un fingido esfuerzo sobrehumano, se llevó el vasito a los labios, y miró a su alrededor intentando dar un mayor espectáculo; el ambiente se caldeaba, y el joven vació el vaso sin pudor alguno, depositándolo después sobre la barra de un golpe seco, tan fuerte que el vidrio se agrietó y se rompió cuando la mano de Aldis lo soltó. El revuelo aumentó. Algunos hombres estallaron, y abandonaron el salón con unas cuantas monedas menos. Entonces, miró fijamente los tragos que le quedaban, se crujió el cuello y tomó un nuevo vaso entre sus dedos para repetir el mismo proceso de antes… hasta que solo quedó la última consumición; trago que vació en su boca sin mayor teatro. Había perdido la paciencia para los juegos.

Por un momento el antro quedó en silencio; todos los ojos se clavaron en el irlandés que, ataviado con unos sucios harapos ya se levantaba de la silla en que momentos atrás se encontraba sentado y se abría paso entre la anonadada multitud. Nada rompió el silencio, las miradas de los presentes se sucedían, conectaban entre ellas… confusas, desconcertadas… hasta que uno de los presentes rompió el silencio.

¡Ladrón, estafador, impostor!—la muchedumbre a su alrededor, hasta ahora calmada y silenciosa hizo eco de su compañero, y el pequeño antro estalló en gritos; incluso un valiente —o estúpido— hombre godo, calvo, y barbudo se plantó frente a él con los brazos en jarra antes de afianzar su posición y lanzar un puñetazo acompañado de un rugido hacia el rostro del moreno con el objetivo de hundirle la cara y borrarle aquella estúpida sonrisa que el joven esbozaba. Pero falló.

Apenas se movió unos centímetros hacia la derecha, avanzando hacia el gordo a la vez para aprovechar y contraatacar con un gancho derecho que ascendió verticalmente desde la cintura de Aldis, hasta el plexo solar del gordo que se dobló al contacto con el golpe; más aún no se había recuperado cuando un rodillazo lo sorprendió en pleno rostro y fracturó la nariz del calvo, haciéndolo retroceder varios metros, derribando varias mesas en el proceso, y caer de culo sobre la tarima del local. La muchedumbre, excepto dos hombretones, se alejó de ambos, y el silencio volvió a engullir la estancia.

***

¡Os lo digo, no sabía que el local era propiedad del señor Slackjaw! ¡Todo ha sido un terrible malentendido!—gimoteaba el moreno mientras era cargado al hombro de uno de los hombretones cual saco de patatas por las calles del barrio londinense de Whitechapel. Al parecer se había aventurado a romperle la cara a uno de los sabuesos del mafioso, y a causar desperfectos en uno de los locales del “gran hombre”. ¿Pero acaso existía local alguno en East End que Bryan Slackjaw no controlase? Ni los había visto venir, y para cuando los escuchó a su espalda… ya era demasiado tarde.

El primero de los pelirrojos, le asestó un golpetazo en la mollera y lo envió a reunirse con Morfeo, mientras que el segundo de ellos, lo cargó al hombro cual saco de grano. Pero... ¿a dónde lo llevaban? Conocía la reputación del señor Slackjaw, y las misteriosas “desapariciones” de aquellos que molestaban o se interponían en su camino. ¿Lo atarían de pies y manos y lo lanzarían al mar tras colgarle un bonito collar de piedras? ¿Se recrearían torturándolo? De lo que estaba seguro era que no lo llevaban precisamente a un picnic en el campo…

Más se sorprendió al comprobar el destino cuando el hombretón que lo cargaba lo dejó en el suelo: una antigua fábrica ahora abandonada. Un buen lugar para silenciar a alguien, sin duda… aunque por algún extraño motivo, sospechaba que aquella noche su vida no tocaría su fin. El primero de los matones, abrió la marcha hacia el segundo paso de la factoría, mientras que el segundo lo instaba a seguir a su compañero entre empujones, encaminándolo hacia lo que parecían ser las antiguas oficinas del lugar. ¿Qué diablos se proponían?

El segundo de los pelirrojos lo adelantó, y ambos hombretones se detuvieron ante una antigua y carcomida puerta de madera. Se miraron durante apenas unos segundos, y cuando una voz procedente del interior de la sala dio la orden, abrieron la puerta de la estancia, haciéndole un sencillo pasillo hacia el interior. La misma voz que antes, sonó, invitándole a pasar, y al internarse en la pequeña estancia iluminada por la tenue luz de las lámparas de aceite, supo dónde, y ante quién se encontraba: Bryan Slackjaw; y el mero hecho de saberlo, hizo que un nudo se le formase en el estómago.

La gente decía cosas horribles de él; algunos decían que era un demonio, otros que era un monstruo que había pactado con el mismísimo demonio para alcanzar la posición que actualmente ostentaba… cosas diferentes, aunque todos concordaban en que había salido de la nada, lo cual ayudaba más aun a la creación de aquellos pueriles cuentos de barrio. Pero ante él… Aldis solo veía un hombre… un varón de mediana edad recostado en un butacón, cigarro en boca, aspecto algo deteriorado probablemente por la bebida y el opio, y de sin embargo, ojos vivaces y astutos; no olía a lobo, ni a vampiro... un hombre al fin y al cabo; Mortal, y frágil… como todos los de su especie.

¿S-señor Slackjaw?—preguntó dubitativo una vez se hubo internado en la estancia con un tono entre curioso y decepcionado. Lo cierto era que esperaba que el gran Bryan Slackjaw fuese, por lo menos, un vampiro.
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Mensaje por Bryan Slackjaw Miér Jul 30, 2014 5:53 pm

Slackjaw se levantó del butacón de madera, el cual crujió al librarse del peso del maldito, y apurando el resto del cigarro de dos caladas agarró la chusta con los dedos y la aplastó contra un cenicero de latón repleto de ellas. Caminó de forma sosegada hacia el muchacho, se plantó frente a el y exhaló el humo en su cara, mientras lo inspeccionaba de arriba a abajo. Estaba sucio, su pelo y barba grasientos y desaliñados, su ropa, andrajos y, no obstante, no era el vagabundo flacucho y enclenque del que hablaban los rumores. Aldis no era un mastodonte, pero tenía un cuerpo fuerte, una espalda ancha, adecuada para el trabajo duro. Su rostro era fino y suave, infantil y atractivo, y proyectaba un aire de traviesa ingenuidad. Si resultaba ser una decepción como luchador Slackjaw no dudaba que con un baño y unas ropas menos gastadas el muchacho pudiera convertirse en un bien muy cotizado en el mercado de la trata de carne.

-Debería darte vergüenza venir a una entrevista de trabajo así vestido, muchacho, aunque tampoco creo que los hermanos MacAuliffe aquí presentes te dejaran mucho tiempo para arreglarte. Vuestra presencia ya no es requerida, cerrad la puerta al salir muchachos. Uno de los grandullones fue a rechistar pero se encontró con una mirada fría como un témpano de hielo, tan cortante, que el pelirrojo agachó la cabeza y mascullando un "si señor" salió con el rabo entre las piernas, dando un portazo tras de si. -Mi nombre es Bryan Slackjaw, y no se que habrá escuchado de mi, señor Whelan, pero soy un hombre de negocios. ¿Mi negocio? Principalmente me dedico a la importación y exportación de objetos de lujo, aunque en los últimos años me he diversificado bastante, ya sabe, un poquito de extorsión por aquí, una pizca de sobornos por allá y, como usted bien sabrá, peleas clandestinas.

Mientras hablaba el mafioso le dio la espalda a su invitado y caminó de vuelta al otro lado de la mesa, volviendo a tomar asiento en el butacón de madera. Hizo una pausa para apurar lo que quedaba de whisky en su vaso y volvió a rellenarlo.-Por favor, siéntese, tómese una copa. Dijo mientras le señalaba el vaso lleno que había preparado unos minutos antes.  Mientras esperaba a que el joven tomara asiento, Slackjaw agarró otro papel de fumar y, con una habilidad increíble, lió, colocó y encendió otro cigarrillo entre sus labios. Le dio un par de caladas y continuó con su discurso. -La verdad es que yo he escuchado muchas cosas de usted. Entre ellas, que le dio una paliza a uno de mis hombres durante una disputa en un bar. No me malinterprete, no digo que no se lo hubiera buscado, pero entenderá que un luchador con fama de haber sido apaleado por un vagabundo cualquiera no es, precisamente, una mina de oro. Este año no he tenido demasiada suerte con mis luchadores, y para ser sincero, las apuestas ilegales son la rama menos rentables de mi empresa, podría simplemente cederlas a otra persona, pero no me gusta perder. Pronto descubrirá que Londres es una ciudad cruel y oscura, sobre todo para un extranjero. Cualquiera en la calle le puede confirmar que yo cuido de los míos, y usted ha dejado en el hospital a uno de ellos, así que... Mientras decía la última frase, Slackjaw cerró el puño alrededor del cigarro, con tanta fuerza que este se deshizo por completo. Cuando lo abrió solo quedaba un entresijo ennegrecido de tabaco y papel. -¿Se le ocurre alguna solución?
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Mensaje por Aldis Whelan Jue Jul 31, 2014 3:04 pm

El que supuso que debía ser el señor Slackjaw, se levantó de la butaca de madera, arrancando consigo un impertinente crujido que para su gusto escucho demasiado bien; desventajas de tener los sentidos más agudos que los humanos. Terminó de consumir el cigarro que hasta el momento había estado apresado entre sus labios, y lo enterró en lo que adivinó sería un cementerio de pitillos antes de empezar a acercarse al joven de cabellos castaños que, impaciente, se balanceaba ligeramente en su sitio hacia delante y hacia atrás. ¿Por qué lo habría hecho raptar el señor Slackjaw? Si lo hubiera querido muerto, ya haría tiempo que estaría criando malvas… Quizá fuese de aquellos que gustaban de hacer el trabajo en persona.

Carraspeó ligeramente, y miró de reojo a los dos gorilas que se encontraban de pie a ambos lados de él mientras que el “jefazo” parecía analizarlo detenidamente con la mirada. Tragó saliva, o mejor dicho lo intentó pues el nudo que agarrotaba su garganta apenas dejaba pasar el aire, y cuando el mafioso se plantó apenas a unos metros frente a él, agachó la mirada. Si su padre lo viese… un lobo como él, mostrando debilidad frente a un simple humano…  La vergüenza de la familia; pero aquello ya lo era. No podía caer más bajo. Sea como fuere, Aldis nunca se había sentido igual que el resto de su manada, siempre había percibido que se hallaba fuera de lugar… y para él, el tener que tragarse su orgullo no era algo tan grave.

Pegó un ligero rebote cuando el otro lo regañó por las miserables prendas que vestía, y alzó ligeramente la mirada para observar la tela de calidad que el señor Slackjaw vestía; más lo que realmente llamó su atención, y lo impulsó a buscar una respuesta en la mirada del que mandaba en las calles de East End, no fue sino la mención del término entrevista que el otro hizo. Entonces… ¿No lo iba a matar? Suspiró aliviado, y no pudo sino mirar confuso al hombre cuando despidió a sus dos matones. ¿No le daba miedo quedarse con él a solas? ¿Por qué? Los pelirrojos abandonaron la estancia, y Slackjaw prosiguió con su monólogo explicando lo que resultaba evidente.

Bryan Slackjaw, hombre de negocios dedicado a la importación y exportación de objetos de lujo… es decir, contrabando; extorsionador, dueño de los clubs de lucha ilegales entre otros… vamos, una buena pieza. ¿Qué querría de él un hombre tan poderoso como aquél? Era un simple mendigo, un carterista de poca monta, un estafador y un luchador aficionado; nada fuera de lo común, aunque sí que era cierto que últimamente había ganado algo de renombre por las calles de East End como combatiente. Había derrotado a una lista nada desdeñable de boxeadores habituales. Esperaba no haberse metido en líos por aquello, pues sabía que frecuentemente la casa apostaba grandes sumas de dinero por sus propios “gladiadores”, y a nadie le hacía gracia perder; menos ante un desconocido.

Aunque pronto descubriría el motivo de su presencia allí.

El otro lo invitó a sentarse a la mesa, mientras él mismo ya había tomado asiento de nuevo en la butaca y empinado un nuevo vaso de whisky, y con evidente maestría se lio un nuevo cigarrillo antes de continuar con el discurso. Entre tanto, el joven Whelan, tomó asiento y asió dubitativo el trago que el señor Slackjaw había preparado para él. ¿Debía beber? Quizá había echado algo en su bebida… pero si no bebía podía considerarlo como una ofensa… Qué hacer, qué hacer… más la respuesta vino pronto por si sola, concretamente cuando el otro mencionó haber oído hablar de él, así como la paliza que le había propinado al calvo en el antro aquél mismo día.

Buscando evadir el tema, o escurrir el bulto, se llevó el vaso de whisky a los labios, y vació el dorado líquido en su boca de un solo trago. Hinchó los mofletes para oxigenar su cavidad y que el alcohol no le quemara tanto, y tragó. Tragó a la par que palidecía cuando el otro exigió alguna solución respecto al tema de haber apaleado a su mejor luchador.

L-lo lamento señor Slackjaw… desconocía que era su mejor luchador, pero debo decirle que el tipo no vale un penique como luchador; tampoco que usted lo cuide. Es un patán, y yo solo me defendí... en ningún momento quise insultarlo a usted, señor.—respondió lentamente mientras depositaba el vaso vacío sobre el escritorio y empezaba a agitar la pierna derecha nervioso. ¿Qué estaba diciendo? ¡Estaba cavando su propia tumba! Decirle aquello a Slackjaw lejos de calmarlo podría hacerlo enfurecer incluso más, pues había cuestionado indirectamente su capacidad como seleccionador de luchadores; pero si algo de malo tenía Aldis era que, por lo general, hablaba o actuaba sin pensar en las consecuencias.

Lo que quiero decir es que… pagaré las libras que le haya costado la atención sanitaria, así como los desperfectos del local… solo necesitaré algo de tiempo, dos o tres días para recaudar el dinero.—o poner tierra de por medio; huir de aquella infesta ciudad y volver al bosque, donde nadie lo encontrase. Pero para eso necesitaba ganar tiempo, necesitaba salir de allí con vida aquella noche; y para eso tenía que convencer a aquél perspicaz hombre que se sentaba frente a él.

Tome, señor, le doy todo lo que llevo encima para que vea que se lo digo de buena voluntad; sé que no son libras suficientes para cubrir todos los gastos, pero puedo conseguir el resto. Por favor no me mate, señor. —prosiguió mientras se vaciaba los bolsillos de sus pantalones, dejando sobre la mesa de madera las ganancias que había cosechado aquella noche en la pequeña farsa que había montado en el bar. Apenas llegaría a cinco libras, pero le bastaba con que el otro picase el anzuelo. De todos modos, el dinero no le serviría en el bosque.
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