Un ¿ángel? salvador [Aldis]

Llevaba meses merodeando en Londres, o quizá fuesen ya años… la verdad es que había perdido la cuenta de los días; y es que ser un fugitivo perseguido por su propia manada, no era precisamente comparable a vivir tranquilamente en una pequeña casa en el campo. Cada día en la vida de Aldis era una alta dosis de acción. La adrenalina embargaba su cuerpo a diario, la tensión agarrotaba sus músculos, y al anochecer, caía rendido en el improvisado escondrijo que había encontrado: el desván de una mansión abandonada. Entraba de noche, y del mismo modo, salía. Era una sombra, y siempre era cuidadoso de que nadie lo viese.

Durante el día, en cambio, se dejaba ver por las calles, siempre ataviado con aquellas harapientas ropas, rasgadas y gastadas que había robado de un tenderete. Mentiría si dijera que no había perdido la esperanza, que nunca había pensado en volver y enfrentarse a su padre... pero no tenía hogar al que volver. Era repudiado hasta por su propia familia dentro de la manada, que actualmente lo creía indigno, y Londres... en cierto modo no estaba del todo mal.

De este modo, y como si de un día cualquiera se tratase, Aldis, se paseaba por las calles de Whitechapel, ataviado con su habituales prendas: un peto de cuero duro, unos pantalones de lino bastante maltratados, unas botas de cuero cuya suela había sido reparada al menos una docena de veces, y por encima de todo aquél conjunto, una larga capa de color beige, y cuya capucha, cubría su cabeza y ocultaba su rostro entre sombras. No es que fuera un día especialmente caluroso allí, en la ciudad de Londres, y lo que justificaba su ropa no era sino el trabajo. ¿Que cuál era aquél trabajo? Sencillo. Acudir como a diario, a las diversas tabernas del barrio, una zona realmente concurrida, para ganarse algunos peniques robando propinas o carteras.

Pero aquél día… aquél día sería diferente para el irlandés. Y es que de camino a la primera de las tabernas que el ladrón solía acudir, algo llamó su atención. Se hallaba en el mercado cuando, entre la multitud, le pareció ver de refilón la silueta de una mujer demasiado bien vestida, y perdida, como para ser vecina de Whitechapel; y aquello se traducía en una presa para el castaño. Dinero fácil para él. Tan solo debía acercarse y chocar con ella, y puf, su cartera estaría en sus manos. Así pues empezó a abrir paso entre la multitud, apartando a la gente con cuidado de no llamar la atención con malas intenciones surcándole la mente.

De acuerdo al plan, Aldis echó a correr en dirección a su objetivo, y cuando se disponía a empujar a la mujer, ella misma cayó por su propio peso. ¿Qué diablos? ¡Se había desmayado! Perfecto. Aquello facilitaría mucho las cosas… sólo tendría que acercarse y fingir que se arrodillaba a ayudarla para poder robarle todo lo que llevaba encima; pero debía hacerlo antes de que cualquier otro buitre, como lo era él mismo, se diera cuenta de aquel caramelo. Aquella era su presa. Él la había visto primero, y sencillamente por sus prendas, ya sabía que recaudaría un buen botín. Dejarlo pasar no era una opción.

Y así lo hizo, adelantándose al resto de posibles ladrones, alcanzó a la inconsciente mujer y se arrodilló a su lado con la intención de desvalijarla. La tomó de la mano con su zurda, y clavó sus ojos en la mujer mientras que con la mano libre empezaba a rebuscar entre sus ropajes en busca de su cartera, cuando la otra pareció recuperar la consciencia. Vaya mala pata la suya, aquello complicaría más las cosas; todo había sido demasiado sencillo, demasiado evidente… pero tampoco estaba dispuesto a dejarlo pasar. Tenía que comer y beber, por supuesto, como buen irlandés que era probablemente se gastase la mayor parte del dinero en alcohol.

—¿Que quién soy? Está claro que aquél que le está robando, señorita. Un movimiento en falso, un grito… y le rompo el cuello como a una muñeca. Y ahora… deme todo lo de valor que posea. –susurró, para que sólo ella pudiese escucharlo, instándola a obedecer sus órdenes en un gesto con el mentón.