Hay cuatro cosas que ponen al hombre en acción:interés, amor, miedo y fe. (Hertha Ann Russell)

por Percival M. Grigori III Jue Ago 21, 2014 3:41 pm

Con suaves y cuidadosos movimientos, retiró el paño que cubría el cilicio de metal y observó unos segundos la espinosa malla que se clavaba poco a poco en la carne de su pierna. Del mismo modo, aflojó los agarres del cilicio y lo desclavó de su muslo, observando las pequeñas gotas de sangre que resbalaban. Cerró los ojo momentáneamente, saboreando ese dolor que se extendía poco a poco por su cuerpo. era gratificante, reconfortante, pues así, mediante ese dolor, se sentía más cerca de Dios y el dolor de su hijo. Lo sentía como un dolor purificador. Era un dolor que le limpiaba de nuevo.

Extendió la malla sobre un paño blanco y tomó otro paño, este humedecido y lo pasó sobre la piel, limpiando los rastros de sangre, hasta que la palangana que contenía el agua caliente para las curas se tornó carmesí. Tras eso, procedió a darse un baño caliente que le quitó la suciedad y el sudor acumulados por la caza de aquel día y una vez aseado, cubrió las punzadas de la pierna con una venda de lino limpia y se vistió de nuevo con sus ropajes oscuros. A veces, no siempre, disfrutaba de dar un paseo, recreándose en el silencio que le ofrecían las calles una vez la luna se alzaba y los humanos dormían.
Envuelto en un largo abrigo, salió de la torre de Londres, no sin llevar consigo, como siempre, varias afiladas dagas, por si acaso.

Era una noche calmada, apenas había gente que saliera a pasear. Solo en las calles donde había prostíbulos y en los alrededores del puerto, el bullicio se elevaba por el aire, enrareciendo el ambiente. Suspiró pesadamente. Aquellos lugares donde se reunía tanta gente no eran precisamente sus favoritos. De hecho, los detestaba. Las multitudinales voces, siempre constantes, los olores fuertes, a humanidad... Como si no se hubieran dado un baño en mucho tiempo. Las frases sin sentido de los borrachos... Todo eso le irritaba, pero había aprendido a evitarlo, guardándose para si mismo el mal humor que le invadía cada vez que frecuentaba esos lugares. ¿Porqué había salido entonces aquella noche?

No quería permanecer siempre en la Torre, encerrado, entrenando.. Aunque ese era el estilo de vida que había decidido llevar, y lo hacía con gusto, honradamente. Sin embargo, no salía, no se relacionaba...y precisamente a causa de eso empezaban a correr rumores sobre su actitud huraña.. No es que le importase, realmente. Hacía oídos sordos a aquellos que lanzaban pullas contra su persona, pero tampoco iba a pasar nada si una noche se daba un descanso y tomaba una cerveza o un whisky barato en el puerto. Así pues, con estos pensamientos en mente, encaminó sus pasos hasta la zona del puerto y entró en la primera taberna que encontró que no estaba atestada de marineros. El ambiente olía a mugre, a suciedad, al salitre impregnado en el suelo, pero sobre todo, a alcohol. Cortesanas ligeras de ropas se exhibían, en busca de algún cliente que pagase por sus servicios. Apartó la mirada de aquellas mujeres, con un desprecio que no se molestó en ocultar y se sentó ante la barra de madera y pidió que le sirvieran un poco de whisky mientras sus oídos captaban fragmentos de conversaciones que no le interesaban en absoluto.