B
ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .
Últimos temas
T
he Darkness Revival ha sido creado por su administración: Princesa Beatriz, Princesa Victoria, Jack el Destripador, Inspector Abberline y Meg Giry. Skin creado y editado por Meg Giry con ayuda de tutoriales creados por usuarios de oursourcecode y Asistencia de foroactivo, y gráficos por Kattatonica a partir de imagenes de tumblr y pinterest. Queda terminantemente prohibida la copia total o parcial del código, así como su contenido. Todos los personajes que se desarrollen en el foro, a excepción de los cannon, pertenecen a sus propios creadores.The Darkness Revival by The Darkness Revival Staff is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Física y abstracción [Hertha Ann Russel] || Privado
2 participantes
Página 1 de 1.
Física y abstracción [Hertha Ann Russel] || Privado
Física y abstracción
Albergado por las transparentes paredes clavaba su mirada en los objetos de exposición. Era increíble. Todo a lo que había llegado hasta ahora la humanidad encerrado en un mismo lugar, y él estaba allí. Aquello era como un laboratorio de muestras, los
mayores logros conquistados por la tecnología expuestos para que él los analizase. No estaban mal, pero podrían ser mejores. Siempre pensando en un futuro utópico. El profesor cazaba los fallos y los aciertos almacenándolos cuidadosamente en su cerebro. Tal vez esas ideas materializadas le fueran de valor para cumplir algún objetivo.
Curiosa la creación de un invento. Cuando el proyecto se desarrolla en la mente ... ¿ya es real? ¿o necesita poder tocarse y exponerse?. Una pregunta con muchas respuestas según por dónde se mirase. Eran cuestiones desesperantes, ¿algo es cierto si solo una persona en el mundo lo sabe?. Moriarty atesoraba diversas opiniones, algunas contradictorias. De lo que estaba seguro era de que la parte con la que más disfrutaba era la planificación, el nacimiento y desarrollo interno de la idea. Tomar el material, construirla para poder admirar el modelo fuera del propio entendimiento también era su interés, pero al materializarse sus sueños siempre habían perdido la magia que esa privada inteligencia suya les otorgaba. El plan podía cumplir el objetivo, dar resultados, ajustarse al guión, ¿ mas dónde quedaba la magnificencia?, ese romanticismo que siempre se esfumaba. No sabía si culpar a los que ejecutaban los planes o a su propio idealismo. No obstante, al recordar la demora intelectual que llevaba la humanidad con respecto a su persona, ese no intencionado intento de reconocer la desmedida altura de su ambición volvía a carecer de sentido.
Dando una segunda vuelta por la exposición se mezclaba entre la gente tratando de pasar desapercibido, pues, tenía la necesidad de llamar la atención sin llamar la atención. No era consciente. Miró arriba. La exacta y pulida perfección matemática del edificio era motivo de admiración. Solo así formaba parte del mundo, pudiendo sostenerse. Solo los números, lo calculable ... era lo único que proporcionaba la belleza y la existencia en el exterior.
Se sentó un rato viendo a la gente pasar. Aún no había sido capaz de desarrollar la fórmula para medir un pensamiento.
mayores logros conquistados por la tecnología expuestos para que él los analizase. No estaban mal, pero podrían ser mejores. Siempre pensando en un futuro utópico. El profesor cazaba los fallos y los aciertos almacenándolos cuidadosamente en su cerebro. Tal vez esas ideas materializadas le fueran de valor para cumplir algún objetivo.
Curiosa la creación de un invento. Cuando el proyecto se desarrolla en la mente ... ¿ya es real? ¿o necesita poder tocarse y exponerse?. Una pregunta con muchas respuestas según por dónde se mirase. Eran cuestiones desesperantes, ¿algo es cierto si solo una persona en el mundo lo sabe?. Moriarty atesoraba diversas opiniones, algunas contradictorias. De lo que estaba seguro era de que la parte con la que más disfrutaba era la planificación, el nacimiento y desarrollo interno de la idea. Tomar el material, construirla para poder admirar el modelo fuera del propio entendimiento también era su interés, pero al materializarse sus sueños siempre habían perdido la magia que esa privada inteligencia suya les otorgaba. El plan podía cumplir el objetivo, dar resultados, ajustarse al guión, ¿ mas dónde quedaba la magnificencia?, ese romanticismo que siempre se esfumaba. No sabía si culpar a los que ejecutaban los planes o a su propio idealismo. No obstante, al recordar la demora intelectual que llevaba la humanidad con respecto a su persona, ese no intencionado intento de reconocer la desmedida altura de su ambición volvía a carecer de sentido.
Dando una segunda vuelta por la exposición se mezclaba entre la gente tratando de pasar desapercibido, pues, tenía la necesidad de llamar la atención sin llamar la atención. No era consciente. Miró arriba. La exacta y pulida perfección matemática del edificio era motivo de admiración. Solo así formaba parte del mundo, pudiendo sostenerse. Solo los números, lo calculable ... era lo único que proporcionaba la belleza y la existencia en el exterior.
Se sentó un rato viendo a la gente pasar. Aún no había sido capaz de desarrollar la fórmula para medir un pensamiento.
© hekate
Re: Física y abstracción [Hertha Ann Russel] || Privado
No sabía cuántas veces había acudido al Palacio de Cristal. Conocía cada pieza casi de memoria. Había preguntado el funcionamiento de aquellos inventos cuyos detalles se me escapaban y había tratado de averiguar yo misma el funcionamiento de los restantes. Había realizado dibujos, esquemas y alguna torpe fotografía. En el cuaderno que siempre me acompañaba incluso me había atrevido a proponer alguna leve mejora o correcciones.
Tal vez alentada por mi pequeño triunfo en Cambridge con el permiso para asistir a las clases me había hecho algo más osada y fantaseaba con que, algún día, alguno de los objetos o inventos expuestos en aquella galería llevarían mi nombre. Tal vez sería tan reconocida como Maxwell, o Volta, o admirada del modo en que ella admiraba a Ada Lovelace.
Con el cuaderno en la mano y la estilográfica en suspensión sobre la hoja en blanco, me quedé casi hipnotizada observando el arco eléctrico que se formaba entre los dos conductores de la enorme máquina de Wimshurst que un joven estudiante estaba haciendo funcionar. La intensa descarga azul se grabó en mi retina mientras el chasquido eléctrico retumbaba en mis oídos, emulando un pequeño rayo de tormenta. No podía evitar pensar que no existía fuerza más hermosa y más poderosa en la naturaleza que el impulso eléctrico.
Logré salir de mi ensimismamiento cuando un caballero me golpeó en el hombro al pasar sin siquiera molestarse en disculpar un breve. “Lo siento.” Cuando volví al mundo real me di cuenta de cómo mi presencia parecía perturbar el medio a mi alrededor. Las damas me miraban y cuchicheaban entre ellas, señalando mi ropa con más o menos discreción. Los caballeros me observaban con recelo. Una mujer vistiendo con traje de varón siempre pasaba de todo, menos desapercibida.
Sólo entonces me di cuenta de una presencia conocida en la exposición. Su perfil y silueta eran inconfundibles. No había tenido la ocasión todavía de asistir a ninguna de sus clases, pero sí que había acudido a alguna de sus exposiciones y seminarios, siempre discretamente desde las últimas filas.
En el último de los seminarios me había atrevido a interrumpirle. Hablando sobre el trabajo de Luigi Menabrea acerca de la máquina analítica de Babbage, el profesor Moriarty comentó la posibilidad de programar un algoritmo autómata para el cálculo de los número de Bernouilli, utilizando dos bucles que demostraban la capacidad de bifurcación de la máquina de Babbage. Sin embargo, “olvidó” comentar que, en realidad, ese descubrimiento no pertenecía al trabajo original de Menabrea, si no a las notas en la traducción que incorporó Ada Lovelace.
No sabía el recuerdo que guardaría el profesor de aquel primer contacto, ni siquiera si lo recordaría o lo tomaría en cuenta. Tenía fama de ser frío y estricto, y no parecía de los que olvidaran fácilmente. Con la llegada del nuevo periodo de clases iba a tenerlo como profesor, así que decidí que tal vez sería bueno tantearlo en un ambiente más distendido antes de encontrarnos de nuevo en el aula.
–Buenas tardes, profesor Moriarty. – Sonreí de un modo que pretendía ser amable, pero la sonrisa me salió bastante dubitativa. Tal vez estaba algo nerviosa. – ¿Se acuerda de mí?
Tal vez alentada por mi pequeño triunfo en Cambridge con el permiso para asistir a las clases me había hecho algo más osada y fantaseaba con que, algún día, alguno de los objetos o inventos expuestos en aquella galería llevarían mi nombre. Tal vez sería tan reconocida como Maxwell, o Volta, o admirada del modo en que ella admiraba a Ada Lovelace.
Con el cuaderno en la mano y la estilográfica en suspensión sobre la hoja en blanco, me quedé casi hipnotizada observando el arco eléctrico que se formaba entre los dos conductores de la enorme máquina de Wimshurst que un joven estudiante estaba haciendo funcionar. La intensa descarga azul se grabó en mi retina mientras el chasquido eléctrico retumbaba en mis oídos, emulando un pequeño rayo de tormenta. No podía evitar pensar que no existía fuerza más hermosa y más poderosa en la naturaleza que el impulso eléctrico.
Logré salir de mi ensimismamiento cuando un caballero me golpeó en el hombro al pasar sin siquiera molestarse en disculpar un breve. “Lo siento.” Cuando volví al mundo real me di cuenta de cómo mi presencia parecía perturbar el medio a mi alrededor. Las damas me miraban y cuchicheaban entre ellas, señalando mi ropa con más o menos discreción. Los caballeros me observaban con recelo. Una mujer vistiendo con traje de varón siempre pasaba de todo, menos desapercibida.
Sólo entonces me di cuenta de una presencia conocida en la exposición. Su perfil y silueta eran inconfundibles. No había tenido la ocasión todavía de asistir a ninguna de sus clases, pero sí que había acudido a alguna de sus exposiciones y seminarios, siempre discretamente desde las últimas filas.
En el último de los seminarios me había atrevido a interrumpirle. Hablando sobre el trabajo de Luigi Menabrea acerca de la máquina analítica de Babbage, el profesor Moriarty comentó la posibilidad de programar un algoritmo autómata para el cálculo de los número de Bernouilli, utilizando dos bucles que demostraban la capacidad de bifurcación de la máquina de Babbage. Sin embargo, “olvidó” comentar que, en realidad, ese descubrimiento no pertenecía al trabajo original de Menabrea, si no a las notas en la traducción que incorporó Ada Lovelace.
No sabía el recuerdo que guardaría el profesor de aquel primer contacto, ni siquiera si lo recordaría o lo tomaría en cuenta. Tenía fama de ser frío y estricto, y no parecía de los que olvidaran fácilmente. Con la llegada del nuevo periodo de clases iba a tenerlo como profesor, así que decidí que tal vez sería bueno tantearlo en un ambiente más distendido antes de encontrarnos de nuevo en el aula.
–Buenas tardes, profesor Moriarty. – Sonreí de un modo que pretendía ser amable, pero la sonrisa me salió bastante dubitativa. Tal vez estaba algo nerviosa. – ¿Se acuerda de mí?
Hertha Ann Russell- Clase Media
- Ocupacion : Estudiante / Institutriz / periodista clandestina
Localización : Londres
Re: Física y abstracción [Hertha Ann Russel] || Privado
Un rostro, una voz, un nombre, una ofensa ... nunca olvidaba nada. El recuerdo de uno de sus más recientes seminarios fue a su encuentro. Sí, aquella joven estudiante que se había atrevido a interrumpirle, era ella.
Los alumnos podían resultar encantadores o insufribles. James Moriarty gustaba de hacer gala de sus conocimientos y de impresionar a quienes no los tenían. Era la primera de las dos razones por las que impartía tanto clases como conferencias. ¿La segunda? una oportunidad de influir sobre mentes maleables. En aquel seminario no había visto bien a la mujer ... si es que se la podía catalogar de mujer. A James no le había caído en gracia aquella estudiante. No le gustaba que le interrumpieran cuando no era turno de preguntas y menos aún que le corrigieran.
El profesor Moriarty se giró con un gesto altivo y la miró con una leve mueca de desprecio. - Hertha Ann Russell ... - dijo haciendo una pequeña pausa entre cada palabra. - Ese es su nombre, ¿verdad?. El otro día estaba ojeando la lista de los nuevos alumnos a los que tendré que dar clase. La única mujer debe de ser usted, aquella voz osada del seminario. - Observó clavando sus ojos en ella, dando a entender que no le pondría las cosas fáciles. Moriarty se levantó, y, mirándola por encima del hombro comenzó a hacer círculos lentamente andando a su alrededor. - Apuesto a que cree que si demuestra lo que sabe, se ganará el respeto de los hombres y un hueco en los libros de historia. Piensa que es la mejor y la única ... tal vez no lo admita, pero en las profundidades de su inconsciente late ese sentimiento. Seguro que la han hecho sentirse inferior muchas veces ... ¿a eso se debe tal complejo de superioridad? - decía mientras continuaba caminando a su alrededor. - ¿Quiere demostrarse a sí misma que es útil ... ? - hizo una pausa parándose a su espalda y acercándose a su oído - ¿o necesita desesperadamente la aprobación del mundo? - preguntó con un tono de voz sombrío y siniestro. Entonces, se colocó frente a ella con los brazos cruzados, mostrando su porte más autoritario.
Poner contra las cuerdas a sus alumnos, y, en general a cualquiera era uno de sus pasatiempos favoritos. ¿Merecía la pena esperar una respuesta por parte de la señorita Russell? En cualquier caso, estaba sobradamente preparado.
Los alumnos podían resultar encantadores o insufribles. James Moriarty gustaba de hacer gala de sus conocimientos y de impresionar a quienes no los tenían. Era la primera de las dos razones por las que impartía tanto clases como conferencias. ¿La segunda? una oportunidad de influir sobre mentes maleables. En aquel seminario no había visto bien a la mujer ... si es que se la podía catalogar de mujer. A James no le había caído en gracia aquella estudiante. No le gustaba que le interrumpieran cuando no era turno de preguntas y menos aún que le corrigieran.
El profesor Moriarty se giró con un gesto altivo y la miró con una leve mueca de desprecio. - Hertha Ann Russell ... - dijo haciendo una pequeña pausa entre cada palabra. - Ese es su nombre, ¿verdad?. El otro día estaba ojeando la lista de los nuevos alumnos a los que tendré que dar clase. La única mujer debe de ser usted, aquella voz osada del seminario. - Observó clavando sus ojos en ella, dando a entender que no le pondría las cosas fáciles. Moriarty se levantó, y, mirándola por encima del hombro comenzó a hacer círculos lentamente andando a su alrededor. - Apuesto a que cree que si demuestra lo que sabe, se ganará el respeto de los hombres y un hueco en los libros de historia. Piensa que es la mejor y la única ... tal vez no lo admita, pero en las profundidades de su inconsciente late ese sentimiento. Seguro que la han hecho sentirse inferior muchas veces ... ¿a eso se debe tal complejo de superioridad? - decía mientras continuaba caminando a su alrededor. - ¿Quiere demostrarse a sí misma que es útil ... ? - hizo una pausa parándose a su espalda y acercándose a su oído - ¿o necesita desesperadamente la aprobación del mundo? - preguntó con un tono de voz sombrío y siniestro. Entonces, se colocó frente a ella con los brazos cruzados, mostrando su porte más autoritario.
Poner contra las cuerdas a sus alumnos, y, en general a cualquiera era uno de sus pasatiempos favoritos. ¿Merecía la pena esperar una respuesta por parte de la señorita Russell? En cualquier caso, estaba sobradamente preparado.
Última edición por James Moriarty el Sáb Ago 16, 2014 5:01 pm, editado 1 vez
Re: Física y abstracción [Hertha Ann Russel] || Privado
Pues sí, el profesor Moriarty se acordaba de mí. ¡Y de qué manera! La primera mirada que me dirigió al volverse para enfrentarme fue suficiente para helarle a una la sangre dentro del cuerpo. Inconscientemente tragué saliva y di un pequeño paso hacia atrás, sintiéndome de pronto un poco más pequeña. Aún así, no aparté mis ojos de los suyos en un gesto que bien podría tratarse de osadía o de estupidez. Hay que ver qué a menudo confluyen esos dos conceptos.
¿Osada era bueno? Él, al menos, no lo decía como si fuera bueno, pero tal vez no consideró educado decir: “Aquella voz impertinente del seminario.” El profesor Moriarty era una mente como pocas. Un cerebro de primer orden. Un genio. Estaba claro que una personalidad de ese calibre no estaba acostumbrada a que sus propios estudiantes le corrigiera. En esos casos, la persona podía reaccionar de dos formas. O bien que le hiciera gracia la impertinencia y acabara por caerle simpática, o todo lo contrario.
Moriarty era de los de “todo lo contrario” como se estaba esforzando en mostrarme. Caminaba a mi alrededor como un depredador camina en torno a una presa, acechándola y acosándola. Me mordí el labio y me armé de un coraje estúpido e infantil, para variar, y le sostuve la mirada con gesto altivo desafiante. No pensaba dejarme achantar como una niñita asustada.
-No necesito demostrar nada, profesor. Ni a mí ni a nadie. – Dije con un tinte de soberbia en la voz. – Sé perfectamente lo que soy y perfectamente lo que valgo. Hasta el retrógrado gobierno de Cambridge ha tenido que admitirlo. Mi intención en aquel seminario no era exhibirme, ni mucho menos ofenderle a usted, sino hacer memoria a uno de las mentes más brillantes que Londres ha visto nacer.
¿Aprendería alguna vez simplemente a mantener la boca cerrada? Posiblemente no. Pero me ardía la sangre cuando mi sexo suponía un motivo para infravalorarme. ¿Cuántas mujeres habían estudiado en Cambridge antes que yo? ¿Una? ¿Dos? Y ninguna de ellas había logrado el graduado. Si se habían visto obligados a admitirme pese a todas las trabas era porque lo valía, porque merecía ese puesto. ¿Por qué al profesor Moriarty le costaba ver eso?
– ¿Y usted, profesor? ¿Por qué reacciona tan a la defensiva? ¿Le hace sentirse inseguro que una mujer le corrigiera?
¿Osada era bueno? Él, al menos, no lo decía como si fuera bueno, pero tal vez no consideró educado decir: “Aquella voz impertinente del seminario.” El profesor Moriarty era una mente como pocas. Un cerebro de primer orden. Un genio. Estaba claro que una personalidad de ese calibre no estaba acostumbrada a que sus propios estudiantes le corrigiera. En esos casos, la persona podía reaccionar de dos formas. O bien que le hiciera gracia la impertinencia y acabara por caerle simpática, o todo lo contrario.
Moriarty era de los de “todo lo contrario” como se estaba esforzando en mostrarme. Caminaba a mi alrededor como un depredador camina en torno a una presa, acechándola y acosándola. Me mordí el labio y me armé de un coraje estúpido e infantil, para variar, y le sostuve la mirada con gesto altivo desafiante. No pensaba dejarme achantar como una niñita asustada.
-No necesito demostrar nada, profesor. Ni a mí ni a nadie. – Dije con un tinte de soberbia en la voz. – Sé perfectamente lo que soy y perfectamente lo que valgo. Hasta el retrógrado gobierno de Cambridge ha tenido que admitirlo. Mi intención en aquel seminario no era exhibirme, ni mucho menos ofenderle a usted, sino hacer memoria a uno de las mentes más brillantes que Londres ha visto nacer.
¿Aprendería alguna vez simplemente a mantener la boca cerrada? Posiblemente no. Pero me ardía la sangre cuando mi sexo suponía un motivo para infravalorarme. ¿Cuántas mujeres habían estudiado en Cambridge antes que yo? ¿Una? ¿Dos? Y ninguna de ellas había logrado el graduado. Si se habían visto obligados a admitirme pese a todas las trabas era porque lo valía, porque merecía ese puesto. ¿Por qué al profesor Moriarty le costaba ver eso?
– ¿Y usted, profesor? ¿Por qué reacciona tan a la defensiva? ¿Le hace sentirse inseguro que una mujer le corrigiera?
Hertha Ann Russell- Clase Media
- Ocupacion : Estudiante / Institutriz / periodista clandestina
Localización : Londres
Re: Física y abstracción [Hertha Ann Russel] || Privado
La chica habría resultado interesante durante al menos un momento si tan solo hubiera controlado su lenguaje corporal. Ese insignificante paso hacia atrás, el haber tragado saliva y durante una fracción de segundo el brillo del terror en sus ojos. Tan pronto como esos signos habían aparecido se habían esfumado. No todo el mundo hubiera sido capaz de captarlos. Si ella se hubiese controlado más o si él no fuese tan espabilado, probablemente la señorita Russell habría causado una buena impresión con el insensato comentario que seguiría a continuación.
La soberbia y la inconsciencia no forman un buen cóctel, menos aún si el combinado va dirigido a una autoridad. Ese breve discurso a modo de reafirmación de su propia voluntad de poder la causó bastante divertimento al profesor Moriarty. Era casi conmovedor cuando lo intentaban… hacerse valorar, ya saben. En menos de cinco minutos Hertha Ann Russell había desvelado su propia debilidad: la impulsividad. Un traicionero, insano y automático coraje. Para ganar los enfrentamientos es indispensable la prudencia, una realidad conocida ya por los generales y estrategas de la antigua China, y, por supuesto por James Moriarty.
Prudencia e impulsividad, conceptos en oposición que constituían el juego inventado por él mismo. No se podía hacer más sino reír. El profesor relajó su postura autoritaria y dejó escapar una divertida pero siniestra carcajada. Se frotó los ojos y al rato logró calmarse. - ¿A quién le está dedicando tan elaborada sentencia? – preguntó de un modo burlón. ¿Qué quería ella? ¿Hacerse respetar o escucharse y considerarse respetada? Luego, la muchacha abandonó la defensa e hizo uso de sus armas para lanzar un ataque. Un ataque que no se sostenía. Ella percibió en él la inseguridad, mas se trataba, en efecto, de indignación. No podía soportar a los alumnos novatos que entraban con soberbia creyéndose con potestad para pisar sus explicaciones. No obstante, se admitió a sí mismo que no debió de haber reaccionado de esa manera, y se lo hizo saber a la señorita Russell.
- Usted misma sabe que esa acusación no se sostiene y es consciente de que “inseguro” no es un adjetivo que pueda calificarme. – y recobró su imponente postura - Sin embargo, no he debido obrar así. La próxima vez que ose corregirme, no le diré nada – pues estaba seguro de que habría próxima vez – me limitaré a continuar la explicación, así el porvenir se hará cargo de demostrar quién sostiene las riendas. – Le dedicó una sonrisa torcida, signo de que algo estaba tramando. – Nos veremos cuando comienzen las clases. – Dijo mientras se daba la vuelta para abandonar el palacio de cristal.
La soberbia y la inconsciencia no forman un buen cóctel, menos aún si el combinado va dirigido a una autoridad. Ese breve discurso a modo de reafirmación de su propia voluntad de poder la causó bastante divertimento al profesor Moriarty. Era casi conmovedor cuando lo intentaban… hacerse valorar, ya saben. En menos de cinco minutos Hertha Ann Russell había desvelado su propia debilidad: la impulsividad. Un traicionero, insano y automático coraje. Para ganar los enfrentamientos es indispensable la prudencia, una realidad conocida ya por los generales y estrategas de la antigua China, y, por supuesto por James Moriarty.
Prudencia e impulsividad, conceptos en oposición que constituían el juego inventado por él mismo. No se podía hacer más sino reír. El profesor relajó su postura autoritaria y dejó escapar una divertida pero siniestra carcajada. Se frotó los ojos y al rato logró calmarse. - ¿A quién le está dedicando tan elaborada sentencia? – preguntó de un modo burlón. ¿Qué quería ella? ¿Hacerse respetar o escucharse y considerarse respetada? Luego, la muchacha abandonó la defensa e hizo uso de sus armas para lanzar un ataque. Un ataque que no se sostenía. Ella percibió en él la inseguridad, mas se trataba, en efecto, de indignación. No podía soportar a los alumnos novatos que entraban con soberbia creyéndose con potestad para pisar sus explicaciones. No obstante, se admitió a sí mismo que no debió de haber reaccionado de esa manera, y se lo hizo saber a la señorita Russell.
- Usted misma sabe que esa acusación no se sostiene y es consciente de que “inseguro” no es un adjetivo que pueda calificarme. – y recobró su imponente postura - Sin embargo, no he debido obrar así. La próxima vez que ose corregirme, no le diré nada – pues estaba seguro de que habría próxima vez – me limitaré a continuar la explicación, así el porvenir se hará cargo de demostrar quién sostiene las riendas. – Le dedicó una sonrisa torcida, signo de que algo estaba tramando. – Nos veremos cuando comienzen las clases. – Dijo mientras se daba la vuelta para abandonar el palacio de cristal.
Re: Física y abstracción [Hertha Ann Russel] || Privado
Aquel hombre había conseguido sacarme de mis casillas en un tiempo record. Era increíble. ¿Cómo podía ser tan cínico? Yo no hubiera podido corregirle si él no se hubiera equivocado. Aunque algo le decía que no había sido un error. Con la actitud que mostraba cada vez tenía más claro que había obviado adrede ese dato. ¿Por qué a los hombres les costaba tanto admitir que las mujeres podíamos ser tan inteligentes como ellos?
Su carcajada me heló la sangre y, además, asestó un duro golpe en mi punto más débil: El orgullo. Apreté los puños y me mordí la lengua para no replicarle, aunque Dios sabía las ganas que tenía de hacerlo y el esfuerzo sobre humano que me costó reprimir mi ímpetu. Pero, por desgracia, sabía que tenía las de perder en un enfrentamiento abierto con él. A fin de cuentas iba a ser mi profesor los próximos años y bastante dura era ya de por sí mi situación en Cambridge.
Observé todavía clavada en el sitio, con los puños cerrados, como el hombre daba media vuelta y se alejaba, dejándome allí con una posible cara de estúpida sin opción a defenderme de su última estocada. ¿Y ahora qué? ¿Eso era lo que iba a esperarme en el resto de las clases del profesor Moriarty? En aquel momento me arrepentí de haberme acercado a él, pero ahora ya era demasiado tarde para remediarlo.
– Dígame sólo una cosa, profesor.
Mi voz grave se alzó en el palacio de cristal interrumpiendo la retirada invicta del profesor. Sentí cómo el resto de miradas se centraban a nosotros y esperaba que aquel público repentino de nuestro enfrentamiento jugase en mi favor. Ni siquiera supe por qué había hecho eso. De nuevo, mi estúpida impulsividad había hablado por mí. ¿alguna vez aprendería a contar hasta diez antes de abrir la boca?
– ¿Hubiera reaccionado del mismo modo si yo fuese un varón?
Su carcajada me heló la sangre y, además, asestó un duro golpe en mi punto más débil: El orgullo. Apreté los puños y me mordí la lengua para no replicarle, aunque Dios sabía las ganas que tenía de hacerlo y el esfuerzo sobre humano que me costó reprimir mi ímpetu. Pero, por desgracia, sabía que tenía las de perder en un enfrentamiento abierto con él. A fin de cuentas iba a ser mi profesor los próximos años y bastante dura era ya de por sí mi situación en Cambridge.
Observé todavía clavada en el sitio, con los puños cerrados, como el hombre daba media vuelta y se alejaba, dejándome allí con una posible cara de estúpida sin opción a defenderme de su última estocada. ¿Y ahora qué? ¿Eso era lo que iba a esperarme en el resto de las clases del profesor Moriarty? En aquel momento me arrepentí de haberme acercado a él, pero ahora ya era demasiado tarde para remediarlo.
– Dígame sólo una cosa, profesor.
Mi voz grave se alzó en el palacio de cristal interrumpiendo la retirada invicta del profesor. Sentí cómo el resto de miradas se centraban a nosotros y esperaba que aquel público repentino de nuestro enfrentamiento jugase en mi favor. Ni siquiera supe por qué había hecho eso. De nuevo, mi estúpida impulsividad había hablado por mí. ¿alguna vez aprendería a contar hasta diez antes de abrir la boca?
– ¿Hubiera reaccionado del mismo modo si yo fuese un varón?
Hertha Ann Russell- Clase Media
- Ocupacion : Estudiante / Institutriz / periodista clandestina
Localización : Londres
Re: Física y abstracción [Hertha Ann Russel] || Privado
Justo después de darse la vuelta y disponerse a marchar triunfante, la impertinente voz de la chica se hizo dueña del generalizado silencio, hasta entonces amo del palacio de cristal. Estaba claro que se hallaba de espaldas al ser humano más primitivo de Londres. Sin embargo, a pesar del intento de escándalo, podía considerarse que se había moderado.
El profesor se detuvo en un gesto solemne y ágilmente se dio la vuelta para mirarla. Todos los rostros ajenos que allí se encontraban prestarían atención con murmuradora curiosidad. Él, nunca gustoso de llamar la atención el público, y él, siempre temeroso del ridículo, estaba ahora en el punto de mira. Sobra el decir que la vía que había tomado la muchacha le resultaba de lo más irritante. No obstante, con un andar resuelto y distinguido, se acercó a ella. Elevando ligeramente su tono de voz para continuar dando espectáculo y disipar las conjeturas que podrían haber empezado a nacer en las mentes de los espectadores, sentenció:
- Varón o mujer, ambos pueden comportarse irrespetuosamente. Y es mi responsabilidad como maestro, indicar cuando esto sucede y reprender al alumno o alumna para que no vuelva a repetirse - . No dijo nada más. Esperó de pie la reacción del público y la de la muchacha, con su mejor rostro de inocencia y falsa humildad.
A decir verdad, no era el hecho de que fuese mujer el que le había molestado, pero no podía soportar que le dejasen en evidencia. Ya fuese durante una ponencia o en las calles de Londres. Él juzgaba tajantemente a las personas por su inteligencia, educación y romanticismo, nunca por su género o por otras cuestiones. Aunque, sin duda, ser mujer y no tener demasiadas luces con frecuencia fueron de la mano.
Opiniones populares forman parte de otro departamento. A tener en cuenta la influencia en la mascarada.
El profesor se detuvo en un gesto solemne y ágilmente se dio la vuelta para mirarla. Todos los rostros ajenos que allí se encontraban prestarían atención con murmuradora curiosidad. Él, nunca gustoso de llamar la atención el público, y él, siempre temeroso del ridículo, estaba ahora en el punto de mira. Sobra el decir que la vía que había tomado la muchacha le resultaba de lo más irritante. No obstante, con un andar resuelto y distinguido, se acercó a ella. Elevando ligeramente su tono de voz para continuar dando espectáculo y disipar las conjeturas que podrían haber empezado a nacer en las mentes de los espectadores, sentenció:
- Varón o mujer, ambos pueden comportarse irrespetuosamente. Y es mi responsabilidad como maestro, indicar cuando esto sucede y reprender al alumno o alumna para que no vuelva a repetirse - . No dijo nada más. Esperó de pie la reacción del público y la de la muchacha, con su mejor rostro de inocencia y falsa humildad.
A decir verdad, no era el hecho de que fuese mujer el que le había molestado, pero no podía soportar que le dejasen en evidencia. Ya fuese durante una ponencia o en las calles de Londres. Él juzgaba tajantemente a las personas por su inteligencia, educación y romanticismo, nunca por su género o por otras cuestiones. Aunque, sin duda, ser mujer y no tener demasiadas luces con frecuencia fueron de la mano.
Opiniones populares forman parte de otro departamento. A tener en cuenta la influencia en la mascarada.
Temas similares
» Hay cuatro cosas que ponen al hombre en acción:interés, amor, miedo y fe. (Hertha Ann Russell)
» Juegos de ingenio y colombinas. –Privado S. Holmes–
» Té rojo - [Jane Tyler] || Privado
» L'aigle - Alice Elizabeth Brontë. Privado
» Final Masquerade. Azalea Raine. Privado
» Juegos de ingenio y colombinas. –Privado S. Holmes–
» Té rojo - [Jane Tyler] || Privado
» L'aigle - Alice Elizabeth Brontë. Privado
» Final Masquerade. Azalea Raine. Privado
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Lun Nov 30, 2015 2:53 pm por Invitado
» Fading Rain [Evelyn Wolfe]
Dom Nov 15, 2015 5:42 pm por Evelyn Wolfe
» Ausencia vampírica
Miér Nov 11, 2015 7:00 pm por Leonardo Alighieri
» La Duquesa
Miér Nov 04, 2015 3:11 pm por Victoria S. Chasseur
» ¿Cómo matarías al de arriba?
Dom Nov 01, 2015 9:49 pm por Victoria S. Chasseur
» Devonshire (Privado)
Dom Nov 01, 2015 8:51 pm por Mary Anne D'Uberville
» Quizás podamos ayudarnos (Evelyn)
Dom Nov 01, 2015 1:48 pm por Benjamin Hammilton
» I don't know you, but I want to || Arthur
Miér Oct 28, 2015 8:03 pm por Arthur Wolfe
» Krory Milium || Afiliación Hermana
Mar Oct 27, 2015 12:22 pm por Invitado
» Club de lectura [Alarik von Kleist]
Mar Oct 27, 2015 10:30 am por Mia Marlowe