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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .
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Noche de caza (Felurian) (+18)
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Noche de caza (Felurian) (+18)
Noche de caza
Felurian & Lizzie ф De madrugada ф Whitechapel
Felurian & Lizzie ф De madrugada ф Whitechapel
“ | La sentía recorrer mis venas, pidiéndome sangre, clamándome desesperada que aquella noche volviera a liberarla de la prisión de sombras que había creado para ella. Pero en realidad, esa prisión no era para mi, para no escapar jamás de sus brazos. |
Aparté la pesada y densa cortina de terciopelo, contemplando la oscura calle de negros adoquines, alumbrada débilmente por la luz que desprendían las farolas. Allí abajo, la gente empezaba ya a retirarse a sus casas, dejando que aquellas que se hacían llamar damas de la noche se hicieran con el control de esta. Pero aquel apelativo quedaba muy lejos de lo que en realidad eran. Pues de damas tenían solo el nombre que ellas mismas se daban para olvidarse de que en realidad eran unas rastreras insignificantes...
Una de ellas cruzó la calle, sin esconderse de la luz, sin ocultarse. Encima, esa clase alimañas no tenian siquiera el decoro de ocultarse. Se exihibian de tal maneras que parecían mostrarse orgullosas de su profesión. Chasqueé la lengua y me aparté de la ventana, moviéndome por el salón con rapidez. Tomé de la cómoda del vestíbulo de la entrada unos ajustados guantes de cuero negro y abrí la tapa del pesado baúl, el cual hacía las veces de asiento para las visitas inesperadas. Saqué de su interior un largo y pesado abrigo, perteneciente a mi difunto marido, así como un sombrero de copa. Tenía la mala costumbre de vestir sus ropas cuando me hallaba sola en casa, pues con el tiempo había descubierto que la ropa masculina era más cómoda y útil que un vestido pomposo que impedía el movimiento. Así pues, pese al odio que sentía por aquel que un día fue el hombre con quien compartí lecho, guardé todas sus ropas y las usé en más de una ocasión.
Aquella noche vestía uno de sus trajes oscuros, el cual me quedaba todavía algo holgado, pues él era más corpulento que yo, pero con un par de remiendos, había aprendido a ajustarlos lo suficientemente para que no me incomodasen. Deslicé mis dedos por el pelo, peinandolo hacia atrás y acto seguido me coloqué adecuadamente el sombrero. A primera vista, cualquiera que me viera pensaría de mi que realmente me trataba de un hombre. Mi poco agraciado rostro y mi cuerpo carente de las típicas curvas femeninas me hacían pasar fácilmente por un individuo masculino de mediana edad. Las cosas así eran mucho más sencillas.
Salí de la casa y caminé con actitud tranquila por la calle, contemplando a mis alrededores la vida nocturna que los trabajadores, los borrachos y las prostitutas llevaban, tan diferente a la vida que una mujer de clase alta podía permitirse. Entremezclarme con esa clase de chusma hacía que sintiera la ira brotar de mi interior y desbordarse como el agua se desborda de los rios cuando se deshiela en las montañas. Había aprendido a controlarla, pero dejar que se liberase por mi cuerpo era una sensación liberadora... No tener que estar pendiente siempre de guardarla en la oscuridad. Caminé, casi dancé alegremente por la calle hasta que una muchacha de cabellera rubia, con unas ropas que denotaban sin duda la profesión, cruzó la calle y se llevó tras ella mi buen humor.
Esa clase de mujeres tenían la cualidad de arrancar mi escaso buen humor y de sacar a flor de piel la ira incansable que parecía que nunca dormía. Detuve mi caminar en medio de la calle y miré a ambos lados, contemplando que nadie viera seguirla por el callejón en el que se había metido. La caza había empezado. Sentí el frenesí recorrer mis venas, bullendo palpitante, excitada por la sensación de volver de nuevo a la caza. Aquella mujer, aquella pobre muchacha había sellado su destino en el momento en que cruzó la calle mientras yo miraba. Podría haberse salvado si yo no la hubiera visto, si hubiera ocultado su silueta en las sombras... Pero no. La había visto. Y estaba condenada por ello. Seguí sus pasos por el oscuro callejón mientras mis ojos se adaptaban a la débil luz que la luna llena lanzaba sobre nosotros, inundando el callejón con una luz mortecina.
Una de ellas cruzó la calle, sin esconderse de la luz, sin ocultarse. Encima, esa clase alimañas no tenian siquiera el decoro de ocultarse. Se exihibian de tal maneras que parecían mostrarse orgullosas de su profesión. Chasqueé la lengua y me aparté de la ventana, moviéndome por el salón con rapidez. Tomé de la cómoda del vestíbulo de la entrada unos ajustados guantes de cuero negro y abrí la tapa del pesado baúl, el cual hacía las veces de asiento para las visitas inesperadas. Saqué de su interior un largo y pesado abrigo, perteneciente a mi difunto marido, así como un sombrero de copa. Tenía la mala costumbre de vestir sus ropas cuando me hallaba sola en casa, pues con el tiempo había descubierto que la ropa masculina era más cómoda y útil que un vestido pomposo que impedía el movimiento. Así pues, pese al odio que sentía por aquel que un día fue el hombre con quien compartí lecho, guardé todas sus ropas y las usé en más de una ocasión.
Aquella noche vestía uno de sus trajes oscuros, el cual me quedaba todavía algo holgado, pues él era más corpulento que yo, pero con un par de remiendos, había aprendido a ajustarlos lo suficientemente para que no me incomodasen. Deslicé mis dedos por el pelo, peinandolo hacia atrás y acto seguido me coloqué adecuadamente el sombrero. A primera vista, cualquiera que me viera pensaría de mi que realmente me trataba de un hombre. Mi poco agraciado rostro y mi cuerpo carente de las típicas curvas femeninas me hacían pasar fácilmente por un individuo masculino de mediana edad. Las cosas así eran mucho más sencillas.
Salí de la casa y caminé con actitud tranquila por la calle, contemplando a mis alrededores la vida nocturna que los trabajadores, los borrachos y las prostitutas llevaban, tan diferente a la vida que una mujer de clase alta podía permitirse. Entremezclarme con esa clase de chusma hacía que sintiera la ira brotar de mi interior y desbordarse como el agua se desborda de los rios cuando se deshiela en las montañas. Había aprendido a controlarla, pero dejar que se liberase por mi cuerpo era una sensación liberadora... No tener que estar pendiente siempre de guardarla en la oscuridad. Caminé, casi dancé alegremente por la calle hasta que una muchacha de cabellera rubia, con unas ropas que denotaban sin duda la profesión, cruzó la calle y se llevó tras ella mi buen humor.
Esa clase de mujeres tenían la cualidad de arrancar mi escaso buen humor y de sacar a flor de piel la ira incansable que parecía que nunca dormía. Detuve mi caminar en medio de la calle y miré a ambos lados, contemplando que nadie viera seguirla por el callejón en el que se había metido. La caza había empezado. Sentí el frenesí recorrer mis venas, bullendo palpitante, excitada por la sensación de volver de nuevo a la caza. Aquella mujer, aquella pobre muchacha había sellado su destino en el momento en que cruzó la calle mientras yo miraba. Podría haberse salvado si yo no la hubiera visto, si hubiera ocultado su silueta en las sombras... Pero no. La había visto. Y estaba condenada por ello. Seguí sus pasos por el oscuro callejón mientras mis ojos se adaptaban a la débil luz que la luna llena lanzaba sobre nosotros, inundando el callejón con una luz mortecina.
Inspector Abberline- Ambientación
Re: Noche de caza (Felurian) (+18)
''La pasión carnal es la forma más alta de búsqueda espiritual. Es una visión de la eternidad''
Antes del anochecer.
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Uno por cada pecado capital cometido en la última semana y siete por ser el número de veces que había compartido pasiones desenfrenadas con aquella mujer endemoniada bajo el techo del frio y oscuro Castillo de Londres. Ya prácticamente no sentía el dolor, tan solo el cosquilleo de la sangre resbalándose juguetona por su espalda y cayendo al suelo de piedra dibujando un pequeño charco carmesí en el que la Cazadora prefería no reflejarse. Estaba avergonzada, furiosa por haberse dejado una vez más seducir cual varón ante los encantos de la Observadora << Mujer del infierno, ramera del Diablo… >> echando un vistazo detrás de si observa como su hermosa Hermana la mira con curiosidad y una ligera excitación. – Un dia te vas hacer daño, Felurian. – Su tono irónico y jocoso casi la provoca lo suficiente como para abalanzarse sobre ella fusta en mano. No tarda en guardarla en su armario para evitar la tentación.
Para la Cazadora cometer aquellos actos impuros y denigrantes era inevitable, su fuerza de voluntad caía vencida cuando Ellen Devareus decidía que quería compartir la noche junto a ella. Era incapaz de decirle que no, y aquella realidad la estaba quemando por dentro… lo único que podía hacer para ponerse de nuevo en paz con Dios era pagar con su carne los placeres de la misma. Haciendo caso omiso a las palabras de su Hermana, comienza a vendarse el torso para evitar mancharse de sangre el vestido que, desgraciadamente, debe ponerse esa noche. – Déjame, yo te ayudo. – De un salto sale del lecho desnuda y comienza a vendar las heridas de Felurian, acariciando sutilmente sus hombros con la suavidad de la yema de los dedos, provocándola ligeramente juguetona. << No tientes a tu suerte, hoy no es una buena noche para jugarte esa bonita cara >> estaba siendo una noche para olvidar, debía caracterizarse como una puta barata e ir a Whitechapel con Carlai para dar caza a un brujo que, teóricamente, frecuentaba aquel << A todos los hombres se les caza por lo mismo, siempre anhelan encontrar un lugar calentito donde meterla. >>
A la llegada de la Hora de las Brujas.
Era una noche terriblemente fría. Tanto que Edgard casi se arrepiente de haber salido para volver a uno de sus pocos vicios << Joder, encima están todas más que vistas… >> rondaba la treintena, vestía con un abrigo oscuro de calidad mejorable y físicamente era bien parecido. No era el típico hombre que necesita pagar por follar, pero para el Descendiente de Mailok aquella práctica era un pequeño desliz que se podía permitir para desconectar de su dia a dia y olvidar, aunque fuera por un solo instante a su mujer, bruja también. No tarda demasiado en encontrar lo que busca, un pequeño pastel de cabellos dorados y piel pálida que le observa con una media sonrisa picara entre los oscuros callejones de la infame Whitechapel << Hermosa y joven, extraña combinación por estos lares...>> sin perder un instante por miedo a que otro desgraciado pudiera adelantársele trota hasta donde se encuentra la joven, quien al verle acercarse se aleja juguetona y soltando risitas provocadoras al interior del oscuro callejón. << ¿Quieres jugar? Juguemos >> con una sonrisa se adentra en las sombras para seguir los pasos de la prostituta, pero cuando abandona la seguridad de la calle se percata de que la oscuridad le impide ver donde se encuentra la mujer. – Sal, te prometo que no soy Jack… jajaja. – La broma no obtiene respuesta y Edgard comienza a inquietarse, tanto que a punto esta de darse la vuelta cuando escucha como algo rueda desde la oscuridad para pararse justo a sus pies.
Bajando la vista ve una cabeza humana con un gesto grotesco, tirada en el suelo embarrado del callejón. Una cabeza que le resulta terriblemente familiar << No… no puede ser. >> La visión del rostro de su mujer provoca que su respiración se acelere, sienta los músculos tensarse y una arcada amenace con expulsar todo lo que ha comido en el dia. – Ahora esta gritando en los Infiernos, monstruo. – Tras la sentencia la mujer aparece cual pantera negra desde su espalda sin darle tiempo a reaccionar y con dos palmos de acero en el corazón el matrimonio volvía a estar unido.
Limpia la sangre en el cuerpo de la presa y guarda la daga en la funda atada a su pierna, bajo el vestido. De las sombras sale su compañero, Carlai, quien se ha encargado con anterioridad de la bruja y le había llevado la cabeza como regalo.- Llévate eso… - Con una patada, hace rodar la cabeza hasta el Cazador antes de proseguir. – El cuerpo de este podemos dejarlo tal y como esta, estamos en Whitechapel antes de que amanezca habrá cuatro como él en las calles. – Limpiándose la estúpida pintura del rostro con las mangas del vestido observa como su Hermano sigue sus indicaciones y al instante desaparece como ha aparecido, entre las sombras.
Abandonando el callejón, se topa de frente al girar la primera esquina con un hombre de belleza extraña, vestido con ropas que a simple vista le quedan demasiado grandes y que la observa con una mirada esmeralda que le resulta extrañamente familiar. Una mirada animal que ha visto durante los últimos dos años cada vez que se reflejaba en un baño de sangre. Estaba demasiado cerca del lugar de la caza y era un riesgo, pero la Hermandad no mataba humanos, y mucho menos inocentes. << Tengo que conseguir que de la vuelta. >> - Buenas noches señor… - Había algo raro en aquel tipo, pero no era capaz de entrever bien que podía ser debido a la oscuridad. - ¿Qué le parece si buscamos otro lugar donde podamos… mantener unos agradables minutos? – No tenía la más mínima intención de abrirse de piernas, pero no le sería difícil darle esquinazo si conseguir alejar a ese indeseable de allí.
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Uno por cada pecado capital cometido en la última semana y siete por ser el número de veces que había compartido pasiones desenfrenadas con aquella mujer endemoniada bajo el techo del frio y oscuro Castillo de Londres. Ya prácticamente no sentía el dolor, tan solo el cosquilleo de la sangre resbalándose juguetona por su espalda y cayendo al suelo de piedra dibujando un pequeño charco carmesí en el que la Cazadora prefería no reflejarse. Estaba avergonzada, furiosa por haberse dejado una vez más seducir cual varón ante los encantos de la Observadora << Mujer del infierno, ramera del Diablo… >> echando un vistazo detrás de si observa como su hermosa Hermana la mira con curiosidad y una ligera excitación. – Un dia te vas hacer daño, Felurian. – Su tono irónico y jocoso casi la provoca lo suficiente como para abalanzarse sobre ella fusta en mano. No tarda en guardarla en su armario para evitar la tentación.
Para la Cazadora cometer aquellos actos impuros y denigrantes era inevitable, su fuerza de voluntad caía vencida cuando Ellen Devareus decidía que quería compartir la noche junto a ella. Era incapaz de decirle que no, y aquella realidad la estaba quemando por dentro… lo único que podía hacer para ponerse de nuevo en paz con Dios era pagar con su carne los placeres de la misma. Haciendo caso omiso a las palabras de su Hermana, comienza a vendarse el torso para evitar mancharse de sangre el vestido que, desgraciadamente, debe ponerse esa noche. – Déjame, yo te ayudo. – De un salto sale del lecho desnuda y comienza a vendar las heridas de Felurian, acariciando sutilmente sus hombros con la suavidad de la yema de los dedos, provocándola ligeramente juguetona. << No tientes a tu suerte, hoy no es una buena noche para jugarte esa bonita cara >> estaba siendo una noche para olvidar, debía caracterizarse como una puta barata e ir a Whitechapel con Carlai para dar caza a un brujo que, teóricamente, frecuentaba aquel << A todos los hombres se les caza por lo mismo, siempre anhelan encontrar un lugar calentito donde meterla. >>
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A la llegada de la Hora de las Brujas.
Era una noche terriblemente fría. Tanto que Edgard casi se arrepiente de haber salido para volver a uno de sus pocos vicios << Joder, encima están todas más que vistas… >> rondaba la treintena, vestía con un abrigo oscuro de calidad mejorable y físicamente era bien parecido. No era el típico hombre que necesita pagar por follar, pero para el Descendiente de Mailok aquella práctica era un pequeño desliz que se podía permitir para desconectar de su dia a dia y olvidar, aunque fuera por un solo instante a su mujer, bruja también. No tarda demasiado en encontrar lo que busca, un pequeño pastel de cabellos dorados y piel pálida que le observa con una media sonrisa picara entre los oscuros callejones de la infame Whitechapel << Hermosa y joven, extraña combinación por estos lares...>> sin perder un instante por miedo a que otro desgraciado pudiera adelantársele trota hasta donde se encuentra la joven, quien al verle acercarse se aleja juguetona y soltando risitas provocadoras al interior del oscuro callejón. << ¿Quieres jugar? Juguemos >> con una sonrisa se adentra en las sombras para seguir los pasos de la prostituta, pero cuando abandona la seguridad de la calle se percata de que la oscuridad le impide ver donde se encuentra la mujer. – Sal, te prometo que no soy Jack… jajaja. – La broma no obtiene respuesta y Edgard comienza a inquietarse, tanto que a punto esta de darse la vuelta cuando escucha como algo rueda desde la oscuridad para pararse justo a sus pies.
Bajando la vista ve una cabeza humana con un gesto grotesco, tirada en el suelo embarrado del callejón. Una cabeza que le resulta terriblemente familiar << No… no puede ser. >> La visión del rostro de su mujer provoca que su respiración se acelere, sienta los músculos tensarse y una arcada amenace con expulsar todo lo que ha comido en el dia. – Ahora esta gritando en los Infiernos, monstruo. – Tras la sentencia la mujer aparece cual pantera negra desde su espalda sin darle tiempo a reaccionar y con dos palmos de acero en el corazón el matrimonio volvía a estar unido.
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Limpia la sangre en el cuerpo de la presa y guarda la daga en la funda atada a su pierna, bajo el vestido. De las sombras sale su compañero, Carlai, quien se ha encargado con anterioridad de la bruja y le había llevado la cabeza como regalo.- Llévate eso… - Con una patada, hace rodar la cabeza hasta el Cazador antes de proseguir. – El cuerpo de este podemos dejarlo tal y como esta, estamos en Whitechapel antes de que amanezca habrá cuatro como él en las calles. – Limpiándose la estúpida pintura del rostro con las mangas del vestido observa como su Hermano sigue sus indicaciones y al instante desaparece como ha aparecido, entre las sombras.
Abandonando el callejón, se topa de frente al girar la primera esquina con un hombre de belleza extraña, vestido con ropas que a simple vista le quedan demasiado grandes y que la observa con una mirada esmeralda que le resulta extrañamente familiar. Una mirada animal que ha visto durante los últimos dos años cada vez que se reflejaba en un baño de sangre. Estaba demasiado cerca del lugar de la caza y era un riesgo, pero la Hermandad no mataba humanos, y mucho menos inocentes. << Tengo que conseguir que de la vuelta. >> - Buenas noches señor… - Había algo raro en aquel tipo, pero no era capaz de entrever bien que podía ser debido a la oscuridad. - ¿Qué le parece si buscamos otro lugar donde podamos… mantener unos agradables minutos? – No tenía la más mínima intención de abrirse de piernas, pero no le sería difícil darle esquinazo si conseguir alejar a ese indeseable de allí.
<<… y cuando creía que la noche solo podía mejorar. >>
Última edición por Felurian Jaegar el Dom Jul 20, 2014 9:15 pm, editado 2 veces
Felurian Jaegar- Clase Media
- Localización : Castillo de Londres
Re: Noche de caza (Felurian) (+18)
La sentí recorrer todos mis músculos, uno a uno, como un manto invisible. La sentí extenderse por todo mi sistema nervioso, desde las raíces de mis ahora rubios cabellos hasta las puntas de los dedos. Era como un cosquilleo extraño. Similar a la sensación que se nota cuando se te duerme una parte del cuerpo. Esa era la señal de que volvía a mí, de que tomaba posesión de mi cuerpo como ya tomó el control antaño, aunque desde entonces, muchas cosas habían pasado y yo había aprendido a controlarla, a redirigirla hacia donde quería. Y esa noche quise concentrar toda esa ira odiosa y asesina en aquella muchacha, aquella meretriz que se entregaba a todos los hombres que podían pagar de sus servicios.
Solo con pensar en aquello las nauseas acudieron de nuevo a mi boca, dejando un amargo rastro, tan amargo coo el odio que me corroía por dentro. Traté de que mis pasos fueran lo más silenciosos posibles por aquellos estrechos y oscuros callejones. No estaba en mis planes que la joven me descubriera tan pronto y la sorpresa se chafase cuando todavía no había empezado siquiera a divertirme.
Ajusté los guantes de cuero en mis manos mientras tanteé con cuidado el terreno con la mirada. Las calles estaba levemente mojadas, humedecidas por la densa neblina característica de aquella fría ciudad. La odiaba tanto como odiaba aquella ciudad. Odiaba aquel frío que se colaba hasta los huesos, sobre todo en las estaciones frías... Vivir en invierno en aquel lugar era una de las peores torturas que había experimentado en mi vida, y eso que torturas habría sufrido un rato..
Exhalé un suspiro al contemplar, para mi desgracia, que había perdido a aquella muchacha en la oscuridad de la noche. Maldije para mis adentros y me apresuré a caminar con algo más de garbo. Tenía que encontrarla. No me perdonaría si la perdía. Ella no me lo perdonaría. Tenia que calmarla con algo, y solo la sangre de una culpable era capaz de calmarla. Sumergí mis pasos en la oscuridad del callejón, guiándome con una mano sobre las paredes hasta que escuché varias voces diferentes. Dejé de caminar quedé escondida tras la esquina del callejón que daba hacia el origen de donde provenían las voces. Asomé los ojos lo suficiente para contemplar la silueta de la joven que buscaba, acompañada de un hombre que parecía conocerla de algo más que de un par de encuentros. Lo que mis ojos contemplaron a continuación hicieron que se me congelara la sangre en las venas por unos instantes. Aquella jovencita no era lo que parecía a primera vista, sin duda, ocultaba un secreto tan oscuro como su propia alma de asesina. La cabeza de la mujer golpeó el suelo con un sonido sordo, lejano, como escuchado a través de gruesos cristales. Su sangre roja tiñó el adoquinado suelo y fue a mezclarse con a porquería y la suciedad de las calles, que junto con los rastros del agua de la lluvia caída aquel día empezó a perderse entre el sistema de alcantarillado.
Hablaron de dejar el cuerpo allí y cuando escuché el resonar de sus pisadas, unas pisadas fuertes, con carácter, me apresuré a ocultar mi rostro. Tragué saliva y me acomodé el sombrero. Si daba media vuelta, ella me pillaría en el callejón, y quien sabe.... ¿Me daría caza?
No lo creo... Además, yo no le tenía miedo a la joven. ¿Qué motivo tenia para temerla? ¿Que la había visto degollar a una persona? Yo era más peligrosa... Si alguien tenía que tener miedo de alguien... Era ella. Razón por la cual di unos cuantos pasos hacia atrás y cuando la escuché doblar la esquina caminé hacia ella como si fuera a cruzar la esquina, sin rastro alguno de sorpresa o miedo en mi rostro que me pudieran delatar. Mas me sorprendió que me hablase, con lo que paré mi avance frente a ella e hice un gesto con la mano, tocando el borde del sombrero a modo de saludo, como quien se cruza con alguien un día normal, paseando por la acera.
-Señorita...-
Pero estaba claro, por sus siguientes palabras, que no quería que yo doblase aquella esquina. Me pregunté hasta que punto estaba dispuesta a llegar para proteger aquel secreto. -Disculpeme, sería todo un placer, pero tengo prisa.Quizá otra noche, milady... -respondí con toda la amabilidad que pude. Si la acompañaba, donde quiera que fuera, la cosa podía acabar mal. Nunca en mi vida me había topado con alguien así, y no sabía su reacción. Pero tenía curiosidad por ver de nuevo que había allí, al doblar la esquina. Quería saber que había sido de aquellos que la acompañaban. De la cabeza de la mujer que había caído rodando, y del cuerpo mutilado que yacía en el oscuro callejón. Pero sobre todo, quería saber que haría ella por detenerme, pues estaba a punto de doblar la esquina... ¿Hasta donde llegaría aquella niña?
Solo con pensar en aquello las nauseas acudieron de nuevo a mi boca, dejando un amargo rastro, tan amargo coo el odio que me corroía por dentro. Traté de que mis pasos fueran lo más silenciosos posibles por aquellos estrechos y oscuros callejones. No estaba en mis planes que la joven me descubriera tan pronto y la sorpresa se chafase cuando todavía no había empezado siquiera a divertirme.
Ajusté los guantes de cuero en mis manos mientras tanteé con cuidado el terreno con la mirada. Las calles estaba levemente mojadas, humedecidas por la densa neblina característica de aquella fría ciudad. La odiaba tanto como odiaba aquella ciudad. Odiaba aquel frío que se colaba hasta los huesos, sobre todo en las estaciones frías... Vivir en invierno en aquel lugar era una de las peores torturas que había experimentado en mi vida, y eso que torturas habría sufrido un rato..
Exhalé un suspiro al contemplar, para mi desgracia, que había perdido a aquella muchacha en la oscuridad de la noche. Maldije para mis adentros y me apresuré a caminar con algo más de garbo. Tenía que encontrarla. No me perdonaría si la perdía. Ella no me lo perdonaría. Tenia que calmarla con algo, y solo la sangre de una culpable era capaz de calmarla. Sumergí mis pasos en la oscuridad del callejón, guiándome con una mano sobre las paredes hasta que escuché varias voces diferentes. Dejé de caminar quedé escondida tras la esquina del callejón que daba hacia el origen de donde provenían las voces. Asomé los ojos lo suficiente para contemplar la silueta de la joven que buscaba, acompañada de un hombre que parecía conocerla de algo más que de un par de encuentros. Lo que mis ojos contemplaron a continuación hicieron que se me congelara la sangre en las venas por unos instantes. Aquella jovencita no era lo que parecía a primera vista, sin duda, ocultaba un secreto tan oscuro como su propia alma de asesina. La cabeza de la mujer golpeó el suelo con un sonido sordo, lejano, como escuchado a través de gruesos cristales. Su sangre roja tiñó el adoquinado suelo y fue a mezclarse con a porquería y la suciedad de las calles, que junto con los rastros del agua de la lluvia caída aquel día empezó a perderse entre el sistema de alcantarillado.
Hablaron de dejar el cuerpo allí y cuando escuché el resonar de sus pisadas, unas pisadas fuertes, con carácter, me apresuré a ocultar mi rostro. Tragué saliva y me acomodé el sombrero. Si daba media vuelta, ella me pillaría en el callejón, y quien sabe.... ¿Me daría caza?
No lo creo... Además, yo no le tenía miedo a la joven. ¿Qué motivo tenia para temerla? ¿Que la había visto degollar a una persona? Yo era más peligrosa... Si alguien tenía que tener miedo de alguien... Era ella. Razón por la cual di unos cuantos pasos hacia atrás y cuando la escuché doblar la esquina caminé hacia ella como si fuera a cruzar la esquina, sin rastro alguno de sorpresa o miedo en mi rostro que me pudieran delatar. Mas me sorprendió que me hablase, con lo que paré mi avance frente a ella e hice un gesto con la mano, tocando el borde del sombrero a modo de saludo, como quien se cruza con alguien un día normal, paseando por la acera.
-Señorita...-
Pero estaba claro, por sus siguientes palabras, que no quería que yo doblase aquella esquina. Me pregunté hasta que punto estaba dispuesta a llegar para proteger aquel secreto. -Disculpeme, sería todo un placer, pero tengo prisa.Quizá otra noche, milady... -respondí con toda la amabilidad que pude. Si la acompañaba, donde quiera que fuera, la cosa podía acabar mal. Nunca en mi vida me había topado con alguien así, y no sabía su reacción. Pero tenía curiosidad por ver de nuevo que había allí, al doblar la esquina. Quería saber que había sido de aquellos que la acompañaban. De la cabeza de la mujer que había caído rodando, y del cuerpo mutilado que yacía en el oscuro callejón. Pero sobre todo, quería saber que haría ella por detenerme, pues estaba a punto de doblar la esquina... ¿Hasta donde llegaría aquella niña?
Inspector Abberline- Ambientación
Re: Noche de caza (Felurian) (+18)
<< No es un hombre. >>
La revelación deja petrificada a Felurian, quien no puede apartar la mirada de los ojos esmeralda de aquella extravagante mujer. No sabía si aquello le parecía obsceno, gracioso o peculiar. << Una mujer vestida como un caballero, ¿Qué clase de invento demoníaco es este? >> estaba acostumbrada a ver a sus hermanas vestidas con ropas de cuero, como sus hermanos, pero aquello era diferente << Somos agentes de Dios, él perdona nuestra ofensa a la naturaleza por el bien de los inocentes >> sin embargo aquella desconocida no tenía el símbolo de alas negras, era alguien corriente que vestía con ropas de varón por una razón que no acababa de entender.
<< ¿Es posible que se haya disfrazado para huir de algo o de alguien? >> A simple vista no le parecía que se tratara de un ser sobrenatural, pero nunca se podía estar seguro y su conducta era cuanto menos sospechosa << No puedo matarla, la Hermandad no mata inocentes >> se repite a si misma mientras escucha las palabras de la desconocida, quien desoyendo su petición comienza a andar hacia el oscuro callejón. Por su cabeza pasa la idea de desenfundar la daga y espantarla, pero ya era tarde. Tarde para aquella mujer, ahora había despertado la curiosidad del Ángel Redentor y no pararía hasta estar segura de que era una inocente. Dejando que tuerza la esquina, espera un par de segundos para seguirla.
<< La Hermandad no mata inocentes, ¿pero lo es? >>
La mujer se detiene varios metros antes de llegar hasta el cadáver, y Felurian apoya la espalda en la pared apartándose de la luz de la calle. Impidiendo que la inoportuna desconocida pueda verle el rostro, y escuchar tan solo su voz. – El castigo de Dios llega a todas las almas indignas, impuras. La férrea justicia no flaquea ante el maligno y sus vasallos… él ha recibido el castigo y ahora arde junto a su esposa entre las llamas infernales mientras bailan al ritmo que marca Lucifer. – Haciendo una pausa, examina las reacciones de la mujer pero no se mueve ni se dé la vuelta. Extrañamente, parece tranquila << Si fuera un vampiro ya habría salido a correr >> - Tienes dos opciones, abandonar este sitio tal y como has venido e irte en paz con Dios o abrir la boca para decir algo que sea una explicación de por qué vistes como un varón. Te recomiendo la primera, pero si optas por la segunda te escucho. – No tenía mucho tiempo, pero deseaba saber las razones de aquella mujer y como era posible que no hubiera gritado, huido, al ver el cuerpo y su sentencia. << Curioso, el ser humano nunca dejará de sorprenderme >>
Felurian Jaegar- Clase Media
- Localización : Castillo de Londres
Re: Noche de caza (Felurian) (+18)
Dediqué una mirada a la joven pocos segundos antes de doblar la esquina. Quería ver los gestos y las expresiones de su cara en el momento en que yo cruzase la esquina y viera el cuerpo sin vida que yacía allí,como única prueba de los sucesos acontecidos segundos antes.
Sabía, por la manera que tenía de mirarme, que mi atuendo no había conseguido engañarla. Ella sabía que yo era una mujer, algo me lo dijo, un breve gesto de sorpresa que se desdibujó en su rostro tan rápido como había aparecido. Quizá fue por eso que le dediqué una leve sonrisa nada más cruzar la esquina.
Ya sabía que era lo que me esperaba ahí. Lo había visto mientras ella y sus compañeros cometían aquel acto de violencia que hizo latir fuertemente un deseo interior que en parte, gorjeaba contento, casi desesperado por estar allí con ellos, por formar parte de aquel extraño trío de cacería. Acerqué mis pasos por aquel lugar hasta que me detuve a un escaso metro de donde se hallaba el cadáver del hombre, varias veces apuñalado. La sangre ya había dejado de brotar de herida y tan solo un hilillo de sangre oscura y densa resbalaba, goteando en aquel charco que se extendía entre las piedras que formaban la calle. Las punteras de las botas que calzaba rozaron aquella sangre que empezaba a coagularse, de manera que se quedaba como una pasta espesa. Dentro de pocas horas empezaría a oler.
Escuché los pasos de aquella muchacha moverse y quedarse cerca de mi. ¿Tenía la intención de atacarme? Disfrutaría de aquello de buen grado si era esa la intención que tenía. Sus palabras hicieron que asomase una sonrisa un tanto cruel en mis labios. -El castigo de Dios.. -susurré, casi en un tono burlesco. Había dejado de creer en Dios hace ya mucho tiempo atrás. No había un Dios bueno ni justiciero.. Al contrario. Si realmente existía, era alguien cruel, vengativo, que se regocijaba en los males de las personas, que disfrutaba de verlas sufrir.. No, un Dios no debería ser así. -¿Quien eres tú que castigas a las almas indignas en nombre de Dios? ¿Con qué poder? ¿Quien te ha elegido para ser su mano justiciera? Y lo que es más importante... ¿Porqué?- giré sobre mis talones, mirándola casi con una actitud un tanto desafiante, mas no fue esa mi intención. Realmente quería saber los motivos que empujaban a quien, con aquella edad, debería ser una dulce niña, casi mujer, en buena edad de acudir a bailes y cenas, presentaciones sociales... Pero no. Sin embargo, no era así.
Sabía que clase de criatura o ser era el que descansaba ya sin vida a mis pies, pues cuando aquel demonio tomó posesión de mi cuerpo me abrió los ojos a aquello que había estado siempre oculto a los ojos. Fue como una revelación que me permitió ver las sombras y la oscuridad que poblaban el mundo. Me hizo darme cuenta de la mentira que había estado viviendo hasta aquel momento. Comprendí todas las criaturas que caminaban por la tierra, criaturas que solo había oído sus nombres en cuentos e historias de terror... Pero el mundo en si era una terrorífico. Y lo comprendí.
Por eso no salí corriendo. Ya había aprendido lo que era el miedo, el terror. Lo había experimentado en mis propias carnes.. Y una situación como aquella no me inspiraba miedo alguno.
-El motivo por el cual me visto como varón no es algo que sea de su importancia... -respondí quizá con más opulencia de la que quería, pero me acerqué a ella, con una sonrisa cada vez más ancha en mis labios -Aunque, permiteme un consejo... Si pensáis dejar el cuerpo aquí, en estas calles con la intención de que culpen a quien no ha sido, al menos haced que parezca que ha sido esa persona.. - de nuevo di media vuelta, acercándome al cadáver y le di un golpe con la punta de la bota para darle la vuelta. -De hecho, nunca se han hallado cuerpos así en Whitechapel... Mutilados, destripados y desmembrados, sí... pero.. ¿Simplemente apuñalados? Es demasiado simple para ser el resultado de un sádico asesino... -negué con la cabeza, casi a modo de reprimenda. -Deberías aprender a ocultar mejor las evidencias... Si encuentran un cadáver aquí con unas señales diferentes al resto, lo investigarán, en lugar de pasarlo por alto... Pero solo es un simple consejo..- ladeé la cabeza, echándole una mirada que denotaba complicidad.
Sabía, por la manera que tenía de mirarme, que mi atuendo no había conseguido engañarla. Ella sabía que yo era una mujer, algo me lo dijo, un breve gesto de sorpresa que se desdibujó en su rostro tan rápido como había aparecido. Quizá fue por eso que le dediqué una leve sonrisa nada más cruzar la esquina.
Ya sabía que era lo que me esperaba ahí. Lo había visto mientras ella y sus compañeros cometían aquel acto de violencia que hizo latir fuertemente un deseo interior que en parte, gorjeaba contento, casi desesperado por estar allí con ellos, por formar parte de aquel extraño trío de cacería. Acerqué mis pasos por aquel lugar hasta que me detuve a un escaso metro de donde se hallaba el cadáver del hombre, varias veces apuñalado. La sangre ya había dejado de brotar de herida y tan solo un hilillo de sangre oscura y densa resbalaba, goteando en aquel charco que se extendía entre las piedras que formaban la calle. Las punteras de las botas que calzaba rozaron aquella sangre que empezaba a coagularse, de manera que se quedaba como una pasta espesa. Dentro de pocas horas empezaría a oler.
Escuché los pasos de aquella muchacha moverse y quedarse cerca de mi. ¿Tenía la intención de atacarme? Disfrutaría de aquello de buen grado si era esa la intención que tenía. Sus palabras hicieron que asomase una sonrisa un tanto cruel en mis labios. -El castigo de Dios.. -susurré, casi en un tono burlesco. Había dejado de creer en Dios hace ya mucho tiempo atrás. No había un Dios bueno ni justiciero.. Al contrario. Si realmente existía, era alguien cruel, vengativo, que se regocijaba en los males de las personas, que disfrutaba de verlas sufrir.. No, un Dios no debería ser así. -¿Quien eres tú que castigas a las almas indignas en nombre de Dios? ¿Con qué poder? ¿Quien te ha elegido para ser su mano justiciera? Y lo que es más importante... ¿Porqué?- giré sobre mis talones, mirándola casi con una actitud un tanto desafiante, mas no fue esa mi intención. Realmente quería saber los motivos que empujaban a quien, con aquella edad, debería ser una dulce niña, casi mujer, en buena edad de acudir a bailes y cenas, presentaciones sociales... Pero no. Sin embargo, no era así.
Sabía que clase de criatura o ser era el que descansaba ya sin vida a mis pies, pues cuando aquel demonio tomó posesión de mi cuerpo me abrió los ojos a aquello que había estado siempre oculto a los ojos. Fue como una revelación que me permitió ver las sombras y la oscuridad que poblaban el mundo. Me hizo darme cuenta de la mentira que había estado viviendo hasta aquel momento. Comprendí todas las criaturas que caminaban por la tierra, criaturas que solo había oído sus nombres en cuentos e historias de terror... Pero el mundo en si era una terrorífico. Y lo comprendí.
Por eso no salí corriendo. Ya había aprendido lo que era el miedo, el terror. Lo había experimentado en mis propias carnes.. Y una situación como aquella no me inspiraba miedo alguno.
-El motivo por el cual me visto como varón no es algo que sea de su importancia... -respondí quizá con más opulencia de la que quería, pero me acerqué a ella, con una sonrisa cada vez más ancha en mis labios -Aunque, permiteme un consejo... Si pensáis dejar el cuerpo aquí, en estas calles con la intención de que culpen a quien no ha sido, al menos haced que parezca que ha sido esa persona.. - de nuevo di media vuelta, acercándome al cadáver y le di un golpe con la punta de la bota para darle la vuelta. -De hecho, nunca se han hallado cuerpos así en Whitechapel... Mutilados, destripados y desmembrados, sí... pero.. ¿Simplemente apuñalados? Es demasiado simple para ser el resultado de un sádico asesino... -negué con la cabeza, casi a modo de reprimenda. -Deberías aprender a ocultar mejor las evidencias... Si encuentran un cadáver aquí con unas señales diferentes al resto, lo investigarán, en lugar de pasarlo por alto... Pero solo es un simple consejo..- ladeé la cabeza, echándole una mirada que denotaba complicidad.
Inspector Abberline- Ambientación
Re: Noche de caza (Felurian) (+18)
Chsk. Chasquea la lengua decepcionada al ver que ha vuelto a ignorar deliberadamente sus consejos. Escucha las palabras de la desconocida sin disimular ligeramente su sorpresa, ¿Qué clase de persona se preguntaba tales cosas en una situación como aquella? Tenía un cadáver a sus pies, y la estaba interrogando como si tal cosa.
Haciendo una pausa, da la vuelta dispuesta a abandonar el callejón. Aquella mujer no iba a denunciarla, o eso creía << Su mirada es tan animal como la de un Cazador. Ha nacido para ver esto, o se ha hecho a sí misma para poder soportarlo. Lo disfruta. >> - A juzgar por tu tuno intuyo que no crees en Dios. Es comprensible, sus caminos son indescifrables y bañados en sombras… sus agentes trabajan en la oscuridad de la sociedad. Pero, tú que pareces haber visto horrores semejantes a este en tu vida deberías saber que el Príncipe de las Tinieblas existe. – Echando un último vistazo atrás se percata de que la mujer ni siquiera ha movido un musculo, escuchando con atención sus palabras.<< No me teme, pobre criatura. >> - Si existe el Caído existe Dios, una ecuación simple que muchos se niegan a ver por miedo a asumir que una vez sus vida terrenal termine serán juzgados por sus pecados. Ha sido un placer, señorita, espero que la próxima vez que nos encontremos sea en una situación más… apropiada a la hora de mantener una conversación que se asegura interesante.
<< No. No eres una simple mujer >>
Sin poder evitarlo una media sonrisa lobuna se dibuja en su rostro, y tras esperar pacientemente interviene con voz suave, incluso se podría decir que melosa mientras camina hasta su altura, sin apartar la mirada de sus extraños, salvajes, ojos – De natural curiosa. Eso es bueno, milady. Siento decepcionarla… me resulta extraño que una dama tenga interés sobre lo macabro, y en especial sobre lo criminal… esto. – Con un gesto de la cabeza, señala el cuerpo sin vida antes de proseguir – No es obra de un asesino, es una ejecución. Es trabajo, los sádicos y enfermos mentales disfrutan con la muerte << Yo no. No soy un monstruo >> esto es trabajo, no hace falta pintar las paredes de carmesí ni bañarse en las entrañas de un moribundo para cumplir la voluntad de Dios. – Echando varios pasos hacia atrás, comienza a desandar hasta la esquina del callejón incapaz de borrar la sonrisa de sus labios. – Has preguntado quien soy. Soy una de las infinitas Manos de Dios, la Sentencia dictada por… << Estoy hablando de más. No debería seguir >> el Supremo para librar este mundo de las almas impías, y mis actos son sus deseos. Un agente iluminado por el Creador para hacer de las noches de los inocentes un lugar mejor, quien espanta las pesadillas vivas de tu realidad. – Hablaba demasiado y lo sabía, ¿Qué necesidad había de explicarle nada a aquella mujer? Pero no podía evitarlo, la intrigaba y a todas luces no se podía decir que fuera normal. << Nos volveremos a ver, ya lo creo. >> - Has preguntado quien soy. Mi nombre es Venganza. Venganza para todas aquellas vidas tomadas por mero capricho de unos pocos infames, Venganza por todas las almas que las huestes del Caído han arrebatado impunemente… hasta ahora.Haciendo una pausa, da la vuelta dispuesta a abandonar el callejón. Aquella mujer no iba a denunciarla, o eso creía << Su mirada es tan animal como la de un Cazador. Ha nacido para ver esto, o se ha hecho a sí misma para poder soportarlo. Lo disfruta. >> - A juzgar por tu tuno intuyo que no crees en Dios. Es comprensible, sus caminos son indescifrables y bañados en sombras… sus agentes trabajan en la oscuridad de la sociedad. Pero, tú que pareces haber visto horrores semejantes a este en tu vida deberías saber que el Príncipe de las Tinieblas existe. – Echando un último vistazo atrás se percata de que la mujer ni siquiera ha movido un musculo, escuchando con atención sus palabras.<< No me teme, pobre criatura. >> - Si existe el Caído existe Dios, una ecuación simple que muchos se niegan a ver por miedo a asumir que una vez sus vida terrenal termine serán juzgados por sus pecados. Ha sido un placer, señorita, espero que la próxima vez que nos encontremos sea en una situación más… apropiada a la hora de mantener una conversación que se asegura interesante.
Felurian Jaegar- Clase Media
- Localización : Castillo de Londres
Re: Noche de caza (Felurian) (+18)
Parada ante aquella joven traté de mostrarme altiva, cuan larga era, sin achicarme, para que ella no viera ni una pizca de miedo, temor o duda en mi rostro. ¿Porqué mostrarle algo que no sentía?
Hacía mucho que había dejado de tener esa clase de sentimientos.. Así que era una tontería hacer creer a una chica como aquella que tenía miedo. Contemplé como sus labios se curvaban en una sonrisa peligrosa y se acercó, caminando hasta quedar frente a mi. Ella era de menor estatura que yo, pero en aquella situación, mirando a los ojos de esa chica, sentía que estábamos a la misma altura.
Ambas asesinas, ambas sabíamos las oscuridades y peligros que habitaban en el mundo, escondidos en las sombras buscando aprovecharse...
Dejé que ella hablase, expresase todo lo que tenía que decir. Quería escuchar los motivos que le llevaban a acontecer aquellos crímenes, aunque no sé cuanto de cierto tenía esa palabra para ella, pues sus palabras me dejaron más que claro que para ella, aquello no era un asesinato, sino un acto de justicia divina.
-A veces lo macabro y lo criminal esconden tras de sí extraños misterios que la gente normal no ve... Pero veo que vos sois capaz de verlo... - Sonreí ante sus palabras, a punto de decir que, por lo que había visto, ella disfrutaba de su trabajo de ejecutora como yo con el mío... Pero recapacité, pensando que quizá no fuera buena idea llamarla lo que ella sin saberlo, me había llamado a mi. Sádica y enferma mental.
Dejé que se alejara varios pasos de mi, hasta quedar de nuevo casi oculta en la esquina que habíamos doblado. Pero pese a eso, su sonrisa podía contemplarse en la oscuridad. Pero aquella respuesta que me dio a la pregunta antes formulada hizo que la contestación, queriendo cortar su explicación, surgiera de mis labios sin poder contenerla.
-¿Una de las infinitas manos de dios? -No pude evitar que una pequeña risa se me escapara, casi divertida. -Dios no precisa de manos para hacer su voluntad. Él mismo se toma la justicia por su mano.. - alegué firmemente convencida, aunque dudaba mucho que hablásemos de un mismo Dios. Para ella seguramente su credo sería un Dios, pese a cruel, bueno, rodeado de ángeles, habitando en el cielo. Pero yo había visto a uno de los auténticos siervos de dios.. Un demonio. Era lo único que había... no había un dios bueno porque no había nada bueno en la vida... Todo eran desgracias, pesadillas, oscuridad, por lo tanto, solo había un dios oscuro. Y un dios como ese tenía sus propios lacayos enviados desde el mismísimo averno. No precisaba de manos ejecutoras. -Y aún siendo en su nombre, lo que haces, justicia o no... es asesinato. Recibe el mismo nombre, sea con un propósito o otro... -aquella era la diferencia entre nosotras. Ella usaba el nombre de un falso Dios para expiar sus culpas, para dormir por la noche sin culpas ni remordimientos.
Yo sin embargo había aprendido a dormir tranquilamente porque sabía lo que hacía y porqué lo hacía. No justificaba mis actos a una fuerza divina. Era una asesina, y disfrutaba con ello. Según el credo cristiano, yo estaría condenada al infierno por ello, mi alma ardiendo por toda la eternidad, empalada en hierros candentes mientras que una que lo hacía en nombre de Dios estaría libre de todo pecado... Pero una vez estuviéramos todos muertos.. el destino sería el mismo. El reino del único dios existente. El reino de las llamas. Aquel conocido por el averno. Ese era el auténtico reino de Dios.
Sus palabras, por más convencimiento con el que las dijeran, para mi no eran más que palabras de una creyente que justificaba sus actos, fueran cuales fueran, bajo el mandato divino. Algo que carecía de sentido. -Sin embargo, pese a las almas que han sido arrebatas por las huestes del infierno.. Mas han sido arrebatadas por la mano del hombre. Un hombre sencillo, creado a imagen y semejanza de dios... Las criaturas de la noche son temibles asesinos... pero créeme, pequeña. Los asesinos más temibles no son aquellos que actúan guiados por la mano del diablo... Los asesinos más temibles son los humanos que sin poder alguno, matan por el mero placer de matar... Humanos creados por el mismo dios... ¿Quien los castiga a ellos? ¿Porqué esa diferencia? ¿Porque unos han nacido bajo la luz del señor...? - le dediqué una última sonrisa antes de verla desaparecer, pero alcancé a decir en voz alta, esperando que me escuchase, unas últimas palabras. -Os equivocáis... Si creo en Dios... Creo que Dios es el mismo Caído. Es el único que me ha obsequiado con pruebas de su existencia...
Hacía mucho que había dejado de tener esa clase de sentimientos.. Así que era una tontería hacer creer a una chica como aquella que tenía miedo. Contemplé como sus labios se curvaban en una sonrisa peligrosa y se acercó, caminando hasta quedar frente a mi. Ella era de menor estatura que yo, pero en aquella situación, mirando a los ojos de esa chica, sentía que estábamos a la misma altura.
Ambas asesinas, ambas sabíamos las oscuridades y peligros que habitaban en el mundo, escondidos en las sombras buscando aprovecharse...
Dejé que ella hablase, expresase todo lo que tenía que decir. Quería escuchar los motivos que le llevaban a acontecer aquellos crímenes, aunque no sé cuanto de cierto tenía esa palabra para ella, pues sus palabras me dejaron más que claro que para ella, aquello no era un asesinato, sino un acto de justicia divina.
-A veces lo macabro y lo criminal esconden tras de sí extraños misterios que la gente normal no ve... Pero veo que vos sois capaz de verlo... - Sonreí ante sus palabras, a punto de decir que, por lo que había visto, ella disfrutaba de su trabajo de ejecutora como yo con el mío... Pero recapacité, pensando que quizá no fuera buena idea llamarla lo que ella sin saberlo, me había llamado a mi. Sádica y enferma mental.
¿Lo era?
Si duda... Y disfrutaba de serlo. Disfrutaba con cada crimen, tal y como había dicho... disfrutaba de pintar las paredes de carmesi y de bañarme en las entrañas de mis victimas.. Yo no era una ejecutora... yo simplemente tomaba venganza por el daño que me habían hecho.. y cobraba venganza contra todas aquellas cuya deshonrada profesión había hundido mi matrimonio. Dejé que se alejara varios pasos de mi, hasta quedar de nuevo casi oculta en la esquina que habíamos doblado. Pero pese a eso, su sonrisa podía contemplarse en la oscuridad. Pero aquella respuesta que me dio a la pregunta antes formulada hizo que la contestación, queriendo cortar su explicación, surgiera de mis labios sin poder contenerla.
-¿Una de las infinitas manos de dios? -No pude evitar que una pequeña risa se me escapara, casi divertida. -Dios no precisa de manos para hacer su voluntad. Él mismo se toma la justicia por su mano.. - alegué firmemente convencida, aunque dudaba mucho que hablásemos de un mismo Dios. Para ella seguramente su credo sería un Dios, pese a cruel, bueno, rodeado de ángeles, habitando en el cielo. Pero yo había visto a uno de los auténticos siervos de dios.. Un demonio. Era lo único que había... no había un dios bueno porque no había nada bueno en la vida... Todo eran desgracias, pesadillas, oscuridad, por lo tanto, solo había un dios oscuro. Y un dios como ese tenía sus propios lacayos enviados desde el mismísimo averno. No precisaba de manos ejecutoras. -Y aún siendo en su nombre, lo que haces, justicia o no... es asesinato. Recibe el mismo nombre, sea con un propósito o otro... -aquella era la diferencia entre nosotras. Ella usaba el nombre de un falso Dios para expiar sus culpas, para dormir por la noche sin culpas ni remordimientos.
Yo sin embargo había aprendido a dormir tranquilamente porque sabía lo que hacía y porqué lo hacía. No justificaba mis actos a una fuerza divina. Era una asesina, y disfrutaba con ello. Según el credo cristiano, yo estaría condenada al infierno por ello, mi alma ardiendo por toda la eternidad, empalada en hierros candentes mientras que una que lo hacía en nombre de Dios estaría libre de todo pecado... Pero una vez estuviéramos todos muertos.. el destino sería el mismo. El reino del único dios existente. El reino de las llamas. Aquel conocido por el averno. Ese era el auténtico reino de Dios.
Sus palabras, por más convencimiento con el que las dijeran, para mi no eran más que palabras de una creyente que justificaba sus actos, fueran cuales fueran, bajo el mandato divino. Algo que carecía de sentido. -Sin embargo, pese a las almas que han sido arrebatas por las huestes del infierno.. Mas han sido arrebatadas por la mano del hombre. Un hombre sencillo, creado a imagen y semejanza de dios... Las criaturas de la noche son temibles asesinos... pero créeme, pequeña. Los asesinos más temibles no son aquellos que actúan guiados por la mano del diablo... Los asesinos más temibles son los humanos que sin poder alguno, matan por el mero placer de matar... Humanos creados por el mismo dios... ¿Quien los castiga a ellos? ¿Porqué esa diferencia? ¿Porque unos han nacido bajo la luz del señor...? - le dediqué una última sonrisa antes de verla desaparecer, pero alcancé a decir en voz alta, esperando que me escuchase, unas últimas palabras. -Os equivocáis... Si creo en Dios... Creo que Dios es el mismo Caído. Es el único que me ha obsequiado con pruebas de su existencia...
Inspector Abberline- Ambientación
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