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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .
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Todavía no he pedido el postre - Azalea Raine
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Darkness Revival :: West End :: Soho
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Todavía no he pedido el postre - Azalea Raine
- Ven, acércate.
La voz es apenas un silbido, una petición imperativa disfrazada con el tono clásico del verdugo que, solicito, te pide que apartes el pelo del cuello antes de dejar caer su hacha sobre él. Con una sonrisa burlona Magnus espera paciente a que la joven de cabellos carmesí se acerque y, al oler el cálido y característico olor de los mortales el iris de sus ojos se enciende como si de dos pequeñas luces de roja tormenta se tratase. El olor a dulce incienso, a perfumes caros provenientes de los rincones más insospechados del planeta y del opio hace que la lujosa habitación donde se encuentra posea un clima de prometedora decencia que le excita. El Hijo de la Noche viste con ropajes oscuros, un sombrero y una capa descansan sobre la mesa mientras él espera recostado en el cómodo sillón que preside la gran estancia. La cortesana, por su parte, portaba un vestido tan fino y transparente que dejaba entrever las partes más apetecibles de su cuerpo sin tener que hacer un esfuerzo imaginativo.
Su piel era nívea y sus ojos, de azul casi celestial. La había seleccionado a ella de entre todas las mujeres de aquel burdel por su mirada, una mirada que invitaba a la lujuria prohibida de aquel que se sabe mancillando lo imposible, lo puro. ¿Cuánto le iba a costar destruir su humanidad? No le importaba, ya nada cabía en su mente, nada que no fuera dejar que sus colmillos rasgaran la suave piel de la joven y sentir la sangre tan cálida como anhelada por su garganta.
La cortesana se acerca lentamente, haciendo su trabajo como mejor saber. Debe ser irresistible, hacerse de rogar y que aquel hombre tenga que esperar por lo que tanto ansía. Solo que él no era un hombre. Con un movimiento tan rápido que el ojo humano pasaría por una ilusión, Magnus se abalanza sobre ella y la deposita sobre el lecho, tapando su boca con una mano y con la otra uno de sus brazos. La mirada aterrorizada de la pelirroja le excita aún más, los latidos acelerados de su corazón impulsan la sangre de la joven con vehemencia y el vampiro puede oír, por un instante, como hasta su alma pide auxilio por lo que está por venir.
Y sus plegarias parecen haber sido escuchadas.
Dos golpes en la puerta, y de repente esta se abre de par en par, dándole el tiempo justo para esconder sus colmillos y dibujar de nuevo una sonrisa tan grotesca como juguetona. La madame del burdel hace aparición en la alcoba, y con un gesto autoritario orden a la cortesana que se retire de la alcoba. Sin perder un segundo la afortunada joven se aparta de él y se retira escabulléndose por la puerta, pero, antes él se asegura de que escuche unas últimas palabras en su cabeza.
‘Te veo luego, pajarillo.’
Dirigiendo la mirada hacia la recién llegada, observa como la humana mantiene un rostro sereno, sin atisbo de temor y con un aura de decisión que por momentos conmueve a Magnus. Estaba seguro de que alguien de la planta de abajo, donde las bailarinas mostraban su arte a los clientes, le habían dicho a la dueña del burdel que un joven de aspecto mezquino y noble se había llevado a una de sus chicas sin dejar que ni participara en la función. Había sido un capricho inmediato, no iba a ser él quien esperaba por poder disfrutarlo. Aquel burdel no era uno cualquiera, no uno en el que se pudiera coger la mercancía como a uno le gustase… pero a Magnus eso no le había detenido.
- Buenas noches, mi señora. ¿Puede usted, en su amabilidad, explicarme la extraña razón por la que ha querido interrumpir mí… velada…? – Haciendo una pausa, humedece los labios antes de proseguir. – Todavía no he pedido el postre.
La voz es apenas un silbido, una petición imperativa disfrazada con el tono clásico del verdugo que, solicito, te pide que apartes el pelo del cuello antes de dejar caer su hacha sobre él. Con una sonrisa burlona Magnus espera paciente a que la joven de cabellos carmesí se acerque y, al oler el cálido y característico olor de los mortales el iris de sus ojos se enciende como si de dos pequeñas luces de roja tormenta se tratase. El olor a dulce incienso, a perfumes caros provenientes de los rincones más insospechados del planeta y del opio hace que la lujosa habitación donde se encuentra posea un clima de prometedora decencia que le excita. El Hijo de la Noche viste con ropajes oscuros, un sombrero y una capa descansan sobre la mesa mientras él espera recostado en el cómodo sillón que preside la gran estancia. La cortesana, por su parte, portaba un vestido tan fino y transparente que dejaba entrever las partes más apetecibles de su cuerpo sin tener que hacer un esfuerzo imaginativo.
Su piel era nívea y sus ojos, de azul casi celestial. La había seleccionado a ella de entre todas las mujeres de aquel burdel por su mirada, una mirada que invitaba a la lujuria prohibida de aquel que se sabe mancillando lo imposible, lo puro. ¿Cuánto le iba a costar destruir su humanidad? No le importaba, ya nada cabía en su mente, nada que no fuera dejar que sus colmillos rasgaran la suave piel de la joven y sentir la sangre tan cálida como anhelada por su garganta.
La cortesana se acerca lentamente, haciendo su trabajo como mejor saber. Debe ser irresistible, hacerse de rogar y que aquel hombre tenga que esperar por lo que tanto ansía. Solo que él no era un hombre. Con un movimiento tan rápido que el ojo humano pasaría por una ilusión, Magnus se abalanza sobre ella y la deposita sobre el lecho, tapando su boca con una mano y con la otra uno de sus brazos. La mirada aterrorizada de la pelirroja le excita aún más, los latidos acelerados de su corazón impulsan la sangre de la joven con vehemencia y el vampiro puede oír, por un instante, como hasta su alma pide auxilio por lo que está por venir.
Y sus plegarias parecen haber sido escuchadas.
Dos golpes en la puerta, y de repente esta se abre de par en par, dándole el tiempo justo para esconder sus colmillos y dibujar de nuevo una sonrisa tan grotesca como juguetona. La madame del burdel hace aparición en la alcoba, y con un gesto autoritario orden a la cortesana que se retire de la alcoba. Sin perder un segundo la afortunada joven se aparta de él y se retira escabulléndose por la puerta, pero, antes él se asegura de que escuche unas últimas palabras en su cabeza.
‘Te veo luego, pajarillo.’
Dirigiendo la mirada hacia la recién llegada, observa como la humana mantiene un rostro sereno, sin atisbo de temor y con un aura de decisión que por momentos conmueve a Magnus. Estaba seguro de que alguien de la planta de abajo, donde las bailarinas mostraban su arte a los clientes, le habían dicho a la dueña del burdel que un joven de aspecto mezquino y noble se había llevado a una de sus chicas sin dejar que ni participara en la función. Había sido un capricho inmediato, no iba a ser él quien esperaba por poder disfrutarlo. Aquel burdel no era uno cualquiera, no uno en el que se pudiera coger la mercancía como a uno le gustase… pero a Magnus eso no le había detenido.
- Buenas noches, mi señora. ¿Puede usted, en su amabilidad, explicarme la extraña razón por la que ha querido interrumpir mí… velada…? – Haciendo una pausa, humedece los labios antes de proseguir. – Todavía no he pedido el postre.
Magnus Sephard- Clase Alta
Re: Todavía no he pedido el postre - Azalea Raine
La madame india estaba en el reservado con unos viejos amigos suyos, los concejales escoceses, hablando sobre la situación política, metiendo bromas fáciles en al conversación, riendo sus chistes y pasandose la pipa y los licores a raudales, acompañada de algunas de sus chicas más lozanas y hermosas, aunque el baile no era precisamente lo suyo, por lo que hacían más servicio sentadas sobre las rodillas de los embajadores que en la sala grandes en el escenario. La madame llevaba uno de sus sharis más lujosos, con el top negro de incrustaciones brillantes y la falda azul oscuro rematada en dorada, con su larguísima melena suelta y una peineta de mariposa que sujetaba el velo de un azul más claro. Cuando ya llevaban un rato recostados sobre los ricos cojines, uno de los embajadores preguntó
-Miss Azalea, ¿dónde esta esa beldad suya pelirroja y encantadora? Me encantaría volver a... verla- la india levantó una ceja y soltó el humo lentamente. Aquel escocés venía a un burdel oriental y pedía a una de las muchachas que más habituales eran en su región. A veces lo hombres eran en exceso simples y poco imaginativos, pero quizá por eso necesitaba pagar para recibir amor. Se incorporó con la siempre presente sonrisa y dijo
-Estaré encantada de traerle a Gabriella, gobernador MacKintosh, ya conoce usted su precio...- el gobernador levantó su copa de cristal esmaltado
-Y bien merecido- ella sonrió aún más. Ganaría dinero aquella noche
-Si me disculpan, caballeros, volveré en seguida con la señorita para el gobernador- la queja entre el resto de los presentes fue general pero ella realizó el gesto de la bendición india y salió por la puerta, apaciguándolos.
El ruido era atronador, pues era sábado noche, la de mayor afluencia en su palacio de azahar, y trató de llegar entre el gentío a la sala de opio, donde había ubicado a la muchacha en el organigrama que planteaban todos los días. Cuando entro, el ambiente la ahogó por la concentración de humo y se dirigió a la más veterana de la sala
-¿Dónde está Gabriella?
-Con un cliente, se lo acaba de subir a la habitación- se hubiese dado la vuelta para irse si el acompañante de su chica no hubiese dicho
-Era Magnus Sheppard, no le debe gustar lo que tiene en sus burdeles que se viene aquí- comentó con una sonora carcajada sin soltar a la mujer.
El interior de Azalea se agitó. Sólo había conocido de vista a aquel joven. Era un niñato, pero en muy poco tiempo se había convertido en su principal competencia. No le hacía ninguna gracias que se subiera con una de sus chicas más caras (por lo ligera que era, no por su calidad como bailarina y cortesana). Eso sólo podía acabar de dos maneras: o se la llevaba a su burdel o le hacía algo para que dejara de ser tan valiosa. Por ello Azlaea subió rápidamente hasta la habitación de la pelirroja e irrumpió justo antes de que Magnus se viniera arriba y empezara a afanarse con la muchacha. Ella, sorprendida, que ante su Madame perdía todo su arrebato y desparapajo agachó la cabeza ante ella y se quedó inmóvil
-Ve al reservado, Gabriella. El Gobernador MacKintosh quiere verte
-Sí, mensaab- murmuró la muchacha, mientras se recolocaba la ropa y salía con pasitos rápidos por la puerta. Se quedó sola junto a ese niñato escuchando su soberbio discurso. Era escalofriante, pues parecía un niño, pero su palidez y el brillo de malicia en su mirada le daban un aspecto aterrador
-Pues lo siento, señor Seppard, pero usted no es bienvenido aquí. Esto es mi local, vuelva a los usyos y no vuelva a acercarse a msi chicas, no me fío de los hombres, ni de los hombres ricos e inmaduros, imagínese qué bien me cae usted
-Miss Azalea, ¿dónde esta esa beldad suya pelirroja y encantadora? Me encantaría volver a... verla- la india levantó una ceja y soltó el humo lentamente. Aquel escocés venía a un burdel oriental y pedía a una de las muchachas que más habituales eran en su región. A veces lo hombres eran en exceso simples y poco imaginativos, pero quizá por eso necesitaba pagar para recibir amor. Se incorporó con la siempre presente sonrisa y dijo
-Estaré encantada de traerle a Gabriella, gobernador MacKintosh, ya conoce usted su precio...- el gobernador levantó su copa de cristal esmaltado
-Y bien merecido- ella sonrió aún más. Ganaría dinero aquella noche
-Si me disculpan, caballeros, volveré en seguida con la señorita para el gobernador- la queja entre el resto de los presentes fue general pero ella realizó el gesto de la bendición india y salió por la puerta, apaciguándolos.
El ruido era atronador, pues era sábado noche, la de mayor afluencia en su palacio de azahar, y trató de llegar entre el gentío a la sala de opio, donde había ubicado a la muchacha en el organigrama que planteaban todos los días. Cuando entro, el ambiente la ahogó por la concentración de humo y se dirigió a la más veterana de la sala
-¿Dónde está Gabriella?
-Con un cliente, se lo acaba de subir a la habitación- se hubiese dado la vuelta para irse si el acompañante de su chica no hubiese dicho
-Era Magnus Sheppard, no le debe gustar lo que tiene en sus burdeles que se viene aquí- comentó con una sonora carcajada sin soltar a la mujer.
El interior de Azalea se agitó. Sólo había conocido de vista a aquel joven. Era un niñato, pero en muy poco tiempo se había convertido en su principal competencia. No le hacía ninguna gracias que se subiera con una de sus chicas más caras (por lo ligera que era, no por su calidad como bailarina y cortesana). Eso sólo podía acabar de dos maneras: o se la llevaba a su burdel o le hacía algo para que dejara de ser tan valiosa. Por ello Azlaea subió rápidamente hasta la habitación de la pelirroja e irrumpió justo antes de que Magnus se viniera arriba y empezara a afanarse con la muchacha. Ella, sorprendida, que ante su Madame perdía todo su arrebato y desparapajo agachó la cabeza ante ella y se quedó inmóvil
-Ve al reservado, Gabriella. El Gobernador MacKintosh quiere verte
-Sí, mensaab- murmuró la muchacha, mientras se recolocaba la ropa y salía con pasitos rápidos por la puerta. Se quedó sola junto a ese niñato escuchando su soberbio discurso. Era escalofriante, pues parecía un niño, pero su palidez y el brillo de malicia en su mirada le daban un aspecto aterrador
-Pues lo siento, señor Seppard, pero usted no es bienvenido aquí. Esto es mi local, vuelva a los usyos y no vuelva a acercarse a msi chicas, no me fío de los hombres, ni de los hombres ricos e inmaduros, imagínese qué bien me cae usted
Re: Todavía no he pedido el postre - Azalea Raine
Mientras escucha las palabras de la india, se incorpora con elegancia y agilidad para dirigirse una de las pequeñas mesas que decoran la habitación. Tras servir una copa de vino, la olfatea para comprobar la calidad del manjar y, cerrando los ojos, suelta un suspiro de placer. Tornando sus ojos a un color humano, gira su mirada hacia la de la mujer para responder mientras se acerca con cada paso, lentamente.
- Veo que no tiene reparo en hacer un dispendio en todo tipo de lujos, señora. – Ignora sus palabras deliberadamente, para tenderle la copa de vino con educación. – Pruebe, estoy seguro que ni usted misma prueba la calidad de su mercancía. Es excelente, se lo aseguro. – No esperaba que la recogiera, por lo que baja el brazo y tuerce la sonrisa. – Es una lástima que no sea bienvenido aquí, mi señora, yo en mi humilde camaradería venía a proponer un trato que pudiera ser beneficioso para ambos… simplemente, ya sabe, el hombre es débil y la carne lo es aún más. He caído en la dulce tentación que suponen sus chicas. – Pasa junto a ella, aspirando su perfume y asegurándose que su instinto recuerda ese olor por el resto de su eternidad. Ese olor, y el sonido de los latidos de su corazón, un corazón que cada vez se le hace más irresistible hasta el punto de que sus ojos se vuelven a encender en dos perlas escarlatas. Sin embargo, antes de que Azalea se percate logra controlarse y volverlos a la normalidad.
Ensanchando la sonrisa en una mueca algo grotesca, toca el pomo de la puerta con intención de abandonar la estancia.
- Usted es una mujer inteligente, Azalea Reine, y la respeto por ello. En demasía, créame, las mujeres en esta sociedad están consideradas como meras esclavas de los hombres << Estoy seguro de que tú, por encima de todas las demás, lo sabe bien. >> y has logrado crear una pequeña capital del placer donde eres la jefa. Pero, querida, yo tengo un imperio, y los emperadores conquistan. A través de la paz, o de la guerra. – Deja que las palabras calen en la dama y que esta tenga unos segundos para recapacitar. No le interesa que tome una decisión precipitada fruto del orgullo o la soberbia. - ¿Qué decisión tomaras? Escucharme e invitarme a tomar asiento para escuchar mi propuesta, o echarme como el perro, que, quizás soy.
- Veo que no tiene reparo en hacer un dispendio en todo tipo de lujos, señora. – Ignora sus palabras deliberadamente, para tenderle la copa de vino con educación. – Pruebe, estoy seguro que ni usted misma prueba la calidad de su mercancía. Es excelente, se lo aseguro. – No esperaba que la recogiera, por lo que baja el brazo y tuerce la sonrisa. – Es una lástima que no sea bienvenido aquí, mi señora, yo en mi humilde camaradería venía a proponer un trato que pudiera ser beneficioso para ambos… simplemente, ya sabe, el hombre es débil y la carne lo es aún más. He caído en la dulce tentación que suponen sus chicas. – Pasa junto a ella, aspirando su perfume y asegurándose que su instinto recuerda ese olor por el resto de su eternidad. Ese olor, y el sonido de los latidos de su corazón, un corazón que cada vez se le hace más irresistible hasta el punto de que sus ojos se vuelven a encender en dos perlas escarlatas. Sin embargo, antes de que Azalea se percate logra controlarse y volverlos a la normalidad.
Ensanchando la sonrisa en una mueca algo grotesca, toca el pomo de la puerta con intención de abandonar la estancia.
- Usted es una mujer inteligente, Azalea Reine, y la respeto por ello. En demasía, créame, las mujeres en esta sociedad están consideradas como meras esclavas de los hombres << Estoy seguro de que tú, por encima de todas las demás, lo sabe bien. >> y has logrado crear una pequeña capital del placer donde eres la jefa. Pero, querida, yo tengo un imperio, y los emperadores conquistan. A través de la paz, o de la guerra. – Deja que las palabras calen en la dama y que esta tenga unos segundos para recapacitar. No le interesa que tome una decisión precipitada fruto del orgullo o la soberbia. - ¿Qué decisión tomaras? Escucharme e invitarme a tomar asiento para escuchar mi propuesta, o echarme como el perro, que, quizás soy.
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