We’ll be dressed up all in blue {LIBRE}

El paisaje en el papel tomaba vida. No obstante era opacada su sencillez, con los trazos cuidados y detallados hacia las personas que ejercían de modelos. Desde sus ojos, conseguía ver cómo era en realidad la belleza: esta partía de la imperfección, muchos creerían que Alice podía estar equivocada al cavilar eso. No era menos cierto, pero al dibujar distinguía el defecto de la belleza. No era perfecta, por más que lo intentara, siempre existía el error. Profundizó en las particularidades de cada uno de los presentes: La postura de los cuerpos, sus rostros, los cabellos y vestidos que llevaban. Sus esbozos eran más apocados, remarcando las figuras ya con una forma más humana y menos geométrica. Sus personas comenzaban a ver y respirar. A hablar con los acompañantes en el dibujo. Sus cabellos resplandecían y adquirían volumen. Sus trajes tenían sombras y los distinguidos detalles que los diferenciaban de otros. Alice se concentró su atención en la familia, en la anciana, incluso con tantas arrugas podía ver que fue hermosa de joven y aun lo era. La vejez le otorgaba amabilidad y ser una persona venerada. A su lado como contrapunto estaba un pequeño niño, de facciones redondeadas para su lápiz, candor y simpatía. La joven Brontë había dibujado mucho en sus años, pero jamás un autorretrato, porque temía que monstruo alcanzara ver en ella.

Bajo la apariencia de una joven casadera, en la flor de la vida como solían decir. Que incitaba, a más de un joven, a que se fijara en ella y atormentara a su hermano pidiéndole permiso para cortejarla. Se encubría alguien que había sufrido lo suficiente para varias vidas. En su cuerpo ya no había marcas, las que su padre solía dejarla. Las que ocultaba avergonzada bajo la ropa, aquellas que lastimaban pero aun así sonreía para no alarmar a nadie. En su lugar tenia señales emocionales, que le contagiaban la melancolía y desolación en su mirada. Llamaban a gritos a la soledad, a aquel gélido yermo reino del que huía con todas sus fuerzas.  A parte de su hermano la otra luz que la ayudaba a no rendirse era la magia que fluía en sus venas. Un poder que no era comprensible para la mente, muchos secretos eran incomprensibles y ella era uno. La capacidad de transformar su apariencia y de ser otra persona, logrando cumplir sus actos de rebeldía que conquistaban su alma. Huir de su forma humana y ser un animal, un águila que rozaba, con sus enormes alas, el cielo sin límite alguno. No era una maldición, era un don que la brindaba el presente más importante para ella: pura y sencillamente libertad. Y conseguía volver a alegrarse, porque se consideraba menos prisionera de aquella hermosa jaula de oro en la que se encontraba.

Estaba dando forma a la pareja sentada en unos bancos, cuando percibió una presencia sobrenatural. Uno de los dones de ser una bruja,  era la posesión de  un “tercer ojo” una habilidad que reconocía un ser que no fuera completamente humano.  Advertía de su cercanía a ella, y la guiaba hacia donde debía mirar.  Giró la cabeza hacia donde sentía aquella fuerza, que sin lugar a dudas era como ella otra bruja. Sus ojos azules encontraron una joven pelirroja con un bello traje ciruela. – No es de buena educación quedarse mirando a alguien sin presentarse. –Indicó en un susurro perceptible solo para ellas.- Alice Brontë y ¿usted es…? –inquirió con curiosidad y una sonrisa en sus labios.

Alice trazó una sonrisa sincera en sus labios.- Es un placer señorita Temple – Hizo una  reverencia con la cabeza a la joven ante ella.  Terminó de esbozar a la pareja en el banco, la mujer tenía una pose y miradas que quizás no se volvieran a repetir, tras bosquejar el rostro y captar la profundidad de los ojos, dejo el lápiz y volvió a la joven. Bien se merecía ser un boceto más en su diario, rasgos delicados cual muñeca de porcelana, con un color de cabello que destacaba la palidez de su piel y los ojos verdes que evocaban a las briznas de hierba sobre las que estaba sentada. Vio que tenía ganas de preguntar algo pero espero que ella misma se atreviera a hacerlo. Era una bruja, no distinguía de quien era descendiente, pero su habilidad le advertía que era una igual, si bien pareciera una bella muñeca de porcelana.

La joven Brontë negó con la cabeza con brevedad ante las disculpas. – No es necesario, créame no tiene nada por lo que disculparse. La curiosidad, es algo que es innato también en mí, conozco bien los síntomas por así decirlo. – Bromeó.- De vez en cuando me agrada la soledad, sobre todo si dibujo. Todo lo que ve, es parte del papel que estoy tratando de plasmar. Referente a compañías, no soy muy sociable, lo reconozco. – se avergonzó tenuemente pintando sus mejillas de un tenue escarlata. – Por supuesto, acomódese estará bien tener una compañía con quien hablar, creo que me estoy volviendo un poco huraña. – rio en bajo para no incomodarla.

Las dos contemplaron la gente pasear,  Alice no solo estudiaba el comportamiento de cada uno de ellos, sus gestos, lo que expresaban sin darse cuenta. Era el entrenamiento que un descendiente de Mailok correspondía poseer, no solo lograr que su cuerpo mutara exactamente al de otra persona. Sino que gracias a ese lenguaje del que no eran conscientes, el brujo lograra el mayor parecido. Sin embargo sus ojos se extraviaban hacia una de las familias que paseaban, una pareja con una niña. Consideraba que eran felices, tanto como a ella le hubiera gustado ser de niña. No era una desagradecida, junto a su hermano y a Miles había sido dichosa. Pero siempre extrañaba la figura materna, aquella mujer de la que hablaban maravillas pero nunca llego a conocer por haber nacido.

Alice volvió al cuaderno y dibujo a la pareja con la niña, quería capturar su sonrisa, e imaginarse que era ella, que tal vez si su madre hubiera vivido jamás hubiera sido el blanco de la ira de su padre. Que su hermano no hubiera hecho aquello, era la responsable de tanta tristeza que a veces creía aplastarla. Pero no había suficiente para sepultarla, continuó abocetando, apreciando de nuevo fluir la felicidad. - ¿Qué tal me quedó? –se lo enseñó a Vivian. – No soy una profesional,  pero dibujar me ayuda mucho a olvidar las penas. – explicó, y bajo un poco la voz. – Si no me equivoco es una bruja como yo ¿No? – osada pregunto aquello que le podía costar la voz de alarma de la hermandad, pero empezaba a irritarla tener que ocultar su verdadera naturaleza.