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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .
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Deliver us from evil | Elénè Devereux | Privado
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Deliver us from evil | Elénè Devereux | Privado
No importa lo rápido que viaje la luz, siempre se encuentra con que la oscuridad ha llegado antes y la está esperando.
Terry Pratchett
Terry Pratchett
Un manto de estrellas cubría la ciudad de Londres y una ligera brisa hacia volar los extremos de su bufanda azul marino. Vestía con ropas de cuero negro ceñidas a su cuerpo, una capa con capucha le cubría el rostro hasta los ojos y la bufanda le cubría los labios. Su mirada esmeralda paseaba por la casa que se situaba frente a ella, preguntándose cuanto tardarían los demás en llegar.
Estaba citada en el tejado de la casa más cercana de la que era su objetivo. Era una noche de caza, pero aquella no iba a ser una cacería normal << Doce, doce hermanos se adentraran en esa madriguera para exterminar a las huestes de Lucifer. Doce como los apóstoles. >> no era costumbre que la Hermandad actuara de tal modo, acostumbrados a misiones de infiltración y asesinatos rápidos aquella ocasión se presentaba ante ella una batalla de proporciones nunca vistas por Felurian hasta el momento.
En el interior de aquella casa se encontraba un aquelarre de vampiros seguidores de una de las dos facciones de Londres, no recordaba a quien y tampoco le importaba. Edward, su maestro, había visto una oportunidad única para asestar un duro golpe a las huestes del mal eligiendo a los doce cazadores mejor cualificados de la Torre de Londres para tal cometido. Estaba orgullosa de haber sido elegida, y estaba plenamente convencida de aquella noche Dios sonreiría complacido. Una sombra se desliza hasta su posición, y entornando los ojos distingue a su Maestro en la oscuridad, acompañado por dos Guardianes – Hija mía… que el Creador guíe tu empuñadura esta noche. - << Hija mia… >> casi se le escapa una sonrisa. Aquel hombre era mucho más que un simple maestro para la joven Cazadora, era un mentor, un compañero y sobre todo un amigo. Aunque de esto último no estaba del todo segura.
Asintiendo ligeramente, echa la vista atrás y ve como el resto de sus hermanos aparecen de entre las sombras para situarse junto a ellos, agazapados y vestidos con ropajes parecidos a los suyos eran prácticamente invisibles bajo la luz de la Luna. No hacen falta palabras, todos saben a qué están esperando y Felurian empieza a inquietarse cuando aparece, resollando, la Observadora. – Ya está. Son catorce, en la planta de arriba hay siete y en la de abajo otros siete… - << ¿Siete arriba? >> era la parte que a ella le había tocado, junto a Carlai tenían la misión de encargarse de ese sector para que el resto de los Hermanos pudieran atrapar a los vampiros por la espalda. Era arriesgado, pero si los planos de la casa conseguidos por Elénè Devereux estaban bien… no sería tan difícil aguantar un ataque frontal.
La sonrisa de la Observadora delataba que anhelaba que la fiesta comenzara, ella no se adentraría en las fauces de la guarida pero Felurian estaba convencida de que se aseguraría de presenciarlo todo con suma atención. El Maestro Edward asiente complacido y clava las rodillas en el suelo, juntando las manos. Acto seguido todos los Hermanos le imitan, solemnes, y comienzan a rezar para sus adentros << Hoy mi Señor estará satisfecho. O daré la vida por intentarlo >> la calma reina en el tejado durante unos segundos, hasta que el Maestro rompe el silencio. – Y libranos del mal, Amén. – Todos se incorporan y esperan pacientes, asegurando que las espadas están en su sitio y dedicando unos últimos pensamientos al Creador, o en el caso de Carlai, a la Cortesana que puede quedarse sin sus besos.
Finalmente, la sonrisa del Maestro se dibuja lentamente en sus finos y crueles labios, clavando la vista en la casa donde sus Hermanos deben adentrarse. Una frase, solo una frase sale de sus labios pero es más que suficiente para que un escalofrío recorra la espina dorsal de todos los allí reunidos. Una frase que provoca los latidos desenfrenados de Felurian y que una pequeña corriente de placer oculto e irreconocible recorra su alma.
Esta vez te toca a ti, no me jodas Felurian. – Se encontraban en el tejado, esperando la señal de Elénè desde la casa de enfrente y discutían por quien debería entrar en aquella ocasión el primero por la ventana. No era sencillo, tenían que dejarse caer con una cuerda atada y balancearse para romper los cristales y entrar sin saber si antes de poder incorporarse ya tendría encima varios de sus enemigos, pero, Carlai tenía razón. – De acuerdo, asegúrate de que no me dejo ninguno a mi espalda cuando entremos. – No hacían falta más palabras, incluso esas sobraban. La señal de la Observadora llega y la Cazadora se deja caer, calculando la distancia en la que tiene que impactar con los pies por delante en el cristal.
El impacto la deja dolorida y a priori cree que lleva pequeños cristales clavados en las piernas, pero no se da tiempo para mirar sus posibles heridas. Su hermano aterriza junto a ella y el único pasillo que se encuentran frente a ellos es tal y como Elénè Devereux dijo que sería: Tan estrecho que solo dos personas podrían andar a la vez por él. Era perfecto para los intereses de los Cazadores, y teniendo el tiempo justo para desenfundar siete vampiros se abalanzan sobre ellos saliendo de todas las habitaciones. El espacio reducido impide que aquellos seres pudieran abusar de su fuerza y velocidad inhumanas, la ventaja más poderosa con la que contaban al enfrentarse a los Hermanos de la Daga Negra. Tenían que cargar de dos en dos, y eso era un trabajo sencillo para dos Cazadores tan compenetrados como Carlai y Felurian.
Las espadas danzaban en un baile macabro, fintas, giros y cabezas cercenadas se sucedían mientras la pareja bailaba a un ritmo que solo ellos dos podían escuchar, un ritmo que Felurian aseguraría estaba guiado por la mano divina. Como una espiral de acero infranqueable comienzan a avanzar lentamente, con el temor de que alguno de aquellos monstruos tuviera un arma de fuego a mano, algo que sería la perdición para ellos ya que la ventaja del estrecho pasillo se convertiría en su sentencia de muerte.
Afortunadamente, los vampiros solo van armados con armas improvisadas, algún bastón espada y sus propias manos. Cuando tan solo quedan dos, deciden que no merece la pena perder su vida eterna en una batalla ya perdida y huyen mientras Felurian les observa saltar por una de las ventanas sabedora de que Elénè y los Guardianes les darán caza sin dificultad.
Cinco. Cinco son los Hermanos muertos tras aquella matanza, cinco por catorce era un más que aceptable, y Felurian estaba segura de que los valientes Cazadores ahora descansaban en el Paraíso. La misión había resultado un éxito, y no entendía por qué algunos de sus compañeros lloraban a los muertos y maldecían su suerte, ahora estaban en un lugar mejor y habían fallecido con honor, sirviendo a Dios, ¿Qué razón había por sentir lastima por ellos? << Lastima deberían sentir por nosotros, mañana lucharemos en otra batalla. >> Los Aspirantes de la Hermandad se encargarían de limpiar la escena con la ayuda de los Cazadores menos expertos, era una forma de quitarle trabajo a los guerreros y de hacer que fueran fortaleciendo su estómago.
Saliendo de la casa, busca a su Maestro con la mirada pero sin éxito. Alejándose de la casa, se dirige a la Torre de Londres protegida por la oscuridad londinense pero antes de avanzar diez metros se percata de que su pierna derecha empieza a flaquear. Echando un vistazo al pantalón de cuero negro y ve dos cristales de considerable tamaño clavados en su pierna << Perfecto. >> Con el furor de la masacre no había sentido el dolor, pero en frío empezaba a quemar como si hubiera metido la pierna en la boca del Infierno. Sentándose en el frio suela, se quita la capa y se dispone a quitarse los cristales, con torpeza, pero antes de tocarlos siente la presencia de alguien que se acerca hasta ella por uno de los callejones.
Los pasos le resultan lo suficientemente familiares como para saber quién es antes de que saliera a la luz, y con un suspiro deja caer los brazos hasta el suelo. – Echa un vistazo a la herida, Elénè. – No creía que la Observadora tuviera unos fuertes conocimientos médicos, pero a buen seguro eran mejores que los de ella.
Estaba citada en el tejado de la casa más cercana de la que era su objetivo. Era una noche de caza, pero aquella no iba a ser una cacería normal << Doce, doce hermanos se adentraran en esa madriguera para exterminar a las huestes de Lucifer. Doce como los apóstoles. >> no era costumbre que la Hermandad actuara de tal modo, acostumbrados a misiones de infiltración y asesinatos rápidos aquella ocasión se presentaba ante ella una batalla de proporciones nunca vistas por Felurian hasta el momento.
En el interior de aquella casa se encontraba un aquelarre de vampiros seguidores de una de las dos facciones de Londres, no recordaba a quien y tampoco le importaba. Edward, su maestro, había visto una oportunidad única para asestar un duro golpe a las huestes del mal eligiendo a los doce cazadores mejor cualificados de la Torre de Londres para tal cometido. Estaba orgullosa de haber sido elegida, y estaba plenamente convencida de aquella noche Dios sonreiría complacido. Una sombra se desliza hasta su posición, y entornando los ojos distingue a su Maestro en la oscuridad, acompañado por dos Guardianes – Hija mía… que el Creador guíe tu empuñadura esta noche. - << Hija mia… >> casi se le escapa una sonrisa. Aquel hombre era mucho más que un simple maestro para la joven Cazadora, era un mentor, un compañero y sobre todo un amigo. Aunque de esto último no estaba del todo segura.
Asintiendo ligeramente, echa la vista atrás y ve como el resto de sus hermanos aparecen de entre las sombras para situarse junto a ellos, agazapados y vestidos con ropajes parecidos a los suyos eran prácticamente invisibles bajo la luz de la Luna. No hacen falta palabras, todos saben a qué están esperando y Felurian empieza a inquietarse cuando aparece, resollando, la Observadora. – Ya está. Son catorce, en la planta de arriba hay siete y en la de abajo otros siete… - << ¿Siete arriba? >> era la parte que a ella le había tocado, junto a Carlai tenían la misión de encargarse de ese sector para que el resto de los Hermanos pudieran atrapar a los vampiros por la espalda. Era arriesgado, pero si los planos de la casa conseguidos por Elénè Devereux estaban bien… no sería tan difícil aguantar un ataque frontal.
La sonrisa de la Observadora delataba que anhelaba que la fiesta comenzara, ella no se adentraría en las fauces de la guarida pero Felurian estaba convencida de que se aseguraría de presenciarlo todo con suma atención. El Maestro Edward asiente complacido y clava las rodillas en el suelo, juntando las manos. Acto seguido todos los Hermanos le imitan, solemnes, y comienzan a rezar para sus adentros << Hoy mi Señor estará satisfecho. O daré la vida por intentarlo >> la calma reina en el tejado durante unos segundos, hasta que el Maestro rompe el silencio. – Y libranos del mal, Amén. – Todos se incorporan y esperan pacientes, asegurando que las espadas están en su sitio y dedicando unos últimos pensamientos al Creador, o en el caso de Carlai, a la Cortesana que puede quedarse sin sus besos.
Finalmente, la sonrisa del Maestro se dibuja lentamente en sus finos y crueles labios, clavando la vista en la casa donde sus Hermanos deben adentrarse. Una frase, solo una frase sale de sus labios pero es más que suficiente para que un escalofrío recorra la espina dorsal de todos los allí reunidos. Una frase que provoca los latidos desenfrenados de Felurian y que una pequeña corriente de placer oculto e irreconocible recorra su alma.
Matarlos. Matarlos a todos.
Como perros de caza, los Cazadores vuelven a deslizarse en las sombras y se dirigen a su objetivo como maquinas perfectamente engrasadas. Saben cuál es su cometido y lo asumirán sin dudar, aunque les pueda costar la vida.~#~
Esta vez te toca a ti, no me jodas Felurian. – Se encontraban en el tejado, esperando la señal de Elénè desde la casa de enfrente y discutían por quien debería entrar en aquella ocasión el primero por la ventana. No era sencillo, tenían que dejarse caer con una cuerda atada y balancearse para romper los cristales y entrar sin saber si antes de poder incorporarse ya tendría encima varios de sus enemigos, pero, Carlai tenía razón. – De acuerdo, asegúrate de que no me dejo ninguno a mi espalda cuando entremos. – No hacían falta más palabras, incluso esas sobraban. La señal de la Observadora llega y la Cazadora se deja caer, calculando la distancia en la que tiene que impactar con los pies por delante en el cristal.
El impacto la deja dolorida y a priori cree que lleva pequeños cristales clavados en las piernas, pero no se da tiempo para mirar sus posibles heridas. Su hermano aterriza junto a ella y el único pasillo que se encuentran frente a ellos es tal y como Elénè Devereux dijo que sería: Tan estrecho que solo dos personas podrían andar a la vez por él. Era perfecto para los intereses de los Cazadores, y teniendo el tiempo justo para desenfundar siete vampiros se abalanzan sobre ellos saliendo de todas las habitaciones. El espacio reducido impide que aquellos seres pudieran abusar de su fuerza y velocidad inhumanas, la ventaja más poderosa con la que contaban al enfrentarse a los Hermanos de la Daga Negra. Tenían que cargar de dos en dos, y eso era un trabajo sencillo para dos Cazadores tan compenetrados como Carlai y Felurian.
Las espadas danzaban en un baile macabro, fintas, giros y cabezas cercenadas se sucedían mientras la pareja bailaba a un ritmo que solo ellos dos podían escuchar, un ritmo que Felurian aseguraría estaba guiado por la mano divina. Como una espiral de acero infranqueable comienzan a avanzar lentamente, con el temor de que alguno de aquellos monstruos tuviera un arma de fuego a mano, algo que sería la perdición para ellos ya que la ventaja del estrecho pasillo se convertiría en su sentencia de muerte.
Afortunadamente, los vampiros solo van armados con armas improvisadas, algún bastón espada y sus propias manos. Cuando tan solo quedan dos, deciden que no merece la pena perder su vida eterna en una batalla ya perdida y huyen mientras Felurian les observa saltar por una de las ventanas sabedora de que Elénè y los Guardianes les darán caza sin dificultad.
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Cinco. Cinco son los Hermanos muertos tras aquella matanza, cinco por catorce era un más que aceptable, y Felurian estaba segura de que los valientes Cazadores ahora descansaban en el Paraíso. La misión había resultado un éxito, y no entendía por qué algunos de sus compañeros lloraban a los muertos y maldecían su suerte, ahora estaban en un lugar mejor y habían fallecido con honor, sirviendo a Dios, ¿Qué razón había por sentir lastima por ellos? << Lastima deberían sentir por nosotros, mañana lucharemos en otra batalla. >> Los Aspirantes de la Hermandad se encargarían de limpiar la escena con la ayuda de los Cazadores menos expertos, era una forma de quitarle trabajo a los guerreros y de hacer que fueran fortaleciendo su estómago.
Saliendo de la casa, busca a su Maestro con la mirada pero sin éxito. Alejándose de la casa, se dirige a la Torre de Londres protegida por la oscuridad londinense pero antes de avanzar diez metros se percata de que su pierna derecha empieza a flaquear. Echando un vistazo al pantalón de cuero negro y ve dos cristales de considerable tamaño clavados en su pierna << Perfecto. >> Con el furor de la masacre no había sentido el dolor, pero en frío empezaba a quemar como si hubiera metido la pierna en la boca del Infierno. Sentándose en el frio suela, se quita la capa y se dispone a quitarse los cristales, con torpeza, pero antes de tocarlos siente la presencia de alguien que se acerca hasta ella por uno de los callejones.
Los pasos le resultan lo suficientemente familiares como para saber quién es antes de que saliera a la luz, y con un suspiro deja caer los brazos hasta el suelo. – Echa un vistazo a la herida, Elénè. – No creía que la Observadora tuviera unos fuertes conocimientos médicos, pero a buen seguro eran mejores que los de ella.
Felurian Jaegar- Clase Media
- Localización : Castillo de Londres
Re: Deliver us from evil | Elénè Devereux | Privado
Pese a que no era una estación de frío, por las noches ese viento helado característico que asolaba la ciudad soplaba con fuerza. Por aquella época, en Paris aún podía salir de noche sin tener que abrigarse demasiado, pero allí, en la ciudad londinense, si no querías helarte de frío, como mínimo debías llevar una buena capa, aún cuando era primavera o verano. No me gustaba llevar tanta ropa encima cuando iba de misión, pero aquellas largas capas que se movían con un bailoteo hipnótico, movidas por la brisa, se me antojaban agradables a la vista y a la sensación de protección que otorgaban.
Esa noche me hallaba resguardada en las negras sombras que las esquinas de tres tejados me prodigaban como refugio. Desde esa posición era invisible a cualquiera que alzase la vista a los tejados, pues estaba completamente rodeada de oscuridad. Quizá podía delatarme el brillo de los ojos, pero lo dudaba.
Allí, escondida en ese lugar permanecí durante lo que me pareció una eternidad, pero tenía que estar concentrada, con los ojos fijos en la casa que tenía delante de mí, cruzando la calle, sin perder detalle alguno a lo que tras los mugrientos vidrios de las ventanas sucedía. Por el pasillo se movían varias siluetas, altas. Salían y entraban de habitaciones ubicadas a ambos lados del pasillo.
Cuando me hube cerciorado de que había contado el número correcto, ni uno más ni uno menos, salí corriendo desde mi posición, corriendo por los tejados de la ciudad. Aquel dato era crucial para la misión, no podía fallar, pues si yo fallaba, mi equipo fallaba. Y yo no fallaba nunca
Esa noche me hallaba resguardada en las negras sombras que las esquinas de tres tejados me prodigaban como refugio. Desde esa posición era invisible a cualquiera que alzase la vista a los tejados, pues estaba completamente rodeada de oscuridad. Quizá podía delatarme el brillo de los ojos, pero lo dudaba.
Allí, escondida en ese lugar permanecí durante lo que me pareció una eternidad, pero tenía que estar concentrada, con los ojos fijos en la casa que tenía delante de mí, cruzando la calle, sin perder detalle alguno a lo que tras los mugrientos vidrios de las ventanas sucedía. Por el pasillo se movían varias siluetas, altas. Salían y entraban de habitaciones ubicadas a ambos lados del pasillo.
Cuando me hube cerciorado de que había contado el número correcto, ni uno más ni uno menos, salí corriendo desde mi posición, corriendo por los tejados de la ciudad. Aquel dato era crucial para la misión, no podía fallar, pues si yo fallaba, mi equipo fallaba. Y yo no fallaba nunca
El recuerdo se mostró ante mis ojos, borroso. Como una fotografía en la que el tiempo ha hecho sus estragos y ha difuminado los contornos. Las hojas de los árboles se mecían a las ramas, tratando de no sucumbir ante los azotes de una ventisca Parisina. "Vous devez faire attention à tout moment, Elene. Vous ne pouvez pas laisser vous échapper ou un petit détail." La voz de mi padre, con ese acento tan marcado, se colaba en mi cabeza por encima de los silbidos del viento. "Parfois, le moindre détail est ce qui fait la différence entre une victoire et une défaite. Jamais vous oublier"...
"No lo he olvidado, padre." Los detalles marcan la diferencia. Busqué moverme con agilidad entre los tejados, aunque claramente, yo no estaba tan dotada ni tan entrenada como los mismísimos cazadores. Ese no era mi cometido, aún así no dejaba de entrenar para cada día fortalecerme. Era una Observadora, sí, pero eso no quitaba que no recibiera entrenamiento, o que una noche mientras hacía mi trabajo alguien pudiera atacarme... Ese era el detalle que lo cambiaba todo.
Finalmente, aunque casi sin aliento, llegué donde el resto de mi grupo se encontraba. Apoyé las manos en las rodillas mientras respiraba agitadamente. – Ya está. Son catorce, en la planta de arriba hay siete y en la de abajo otros siete…
Dediqué los siguientes minutos a volver a retomar el control de mi cuerpo. Las rodillas dejaron de flaquearme y me arrodillé, como todo el resto de los presentes, para el rezo que efectuábamos, sagrado e intocable. La última frase que el Maestro pronuncia hace que mi piel se erice, que me estremezca por completo. Ese hombre tenía una visión del mundo demasiado amplia y a la vez, demasiado aterradora y escalofriante. No era la persona con la que mejor me llevaba de la Orden, pues siempre acababa por ponerme los pelos de punta, pero en aquel momento, no pensaba precisamente en eso. Yo no podía asistir al ataque, y aunque quisiera y lo hiciera, no sobreviviría. Mi entrenamiento, aunque defensivo y a la par agresivo, no era ni de lejos tan bueno como el de Carlai, o como el de Felurian. La observé alejarse y en un breve e instante fugaz, le deseé suerte en el interior de mi cabeza, aunque agradecí no haberlo dicho en voz alta. No podía, ni estaba dispuesta a dejar que esa insolente muchacha creyera que sentía algo por ella. Pero a decir verdad, en cada misión, temía por su vida.
* * *
Aguardé paciente, expectante y a la vez excitada, escondida nuevamente entre las sombras mientras en aquella casa empezaba a desatarse el infierno en la tierra. Mis compañeros de equipo, pese a su juventud, eran tremendamente violentos, letales y excelentes en su trabajo. Desde mi lugar contemplé a Carlai y Felurian, como se movían, compenetrados el uno con el otro. Sincronizados de tal manera que parecía que sus mentes estuvieran conectadas, cortadas por el mismo patrón. Juntos, eran la máquina de matar perfecta. Sus misiones siempre salían exitosas y ellos pocas veces salían heridos de gravedad. Los observé moverse por el estrecho pasillo del piso inferior, mientras también me lamentaba de los compañeros que veía morir sin poder hacer nada. Aunque hubiera querido, tampoco habría cambiado absolutamente nada. Sin embargo, varios de los aquellos huyeron por las ventanas al ver que sus fuerzas, segundo a segundo, se iban viendo menguadas.
Y aquella era mi oportunidad. Mi oportunidad de demostrar que también, pese a ser una Observadora, podía acabar con uno de aquellos seres, que también era una cazadora. Aunque claramente no tan buena.
Salté al tejado mas cercano que tenía, con el resto de los Guardianes corriendo a mi lado, persiguiendo a los dos que se habían escabullido de la batalla. Por mucho que huyeran y corrieran, la muerte los alcanzaría igual. Dios había querido que murieran aquel día, y yo iba a encargarme de ello..
El grupo se dividió en dos. Un guardián se quedó conmigo mientras los otros se fueron persiguiendo al vampiro que corría velozmente, sorteando las chimeneas de los tejados. Eran más rápidos que nosotros, pero aún así, nos conocíamos las calles y los tejados mejor que ellos, al menos yo, era mi cometido. Tanteé hasta dar con la daga que siempre llevaba conmigo, mi protectora y más de una vez, mi salvadora y aceleré la carrera, sorteando los obstáculos hasta que lo tuve suficientemente a tiro como para atreverme a lanzar la daga con fuerza sin temor a fallar.
Esta voló, cortando el viento, silbante y fue a hundirse hasta la empuñadura, más de un palmo de hoja afilada, en la mitad de la espalda del vampiro. Su grito resonó en el cielo y se desestabilizó, cayendo por el borde de la cornisa. El Guardián y yo bajamos a la calle de un sencillo salto, agarrándolo antes de que pudiera escapar. El resto fue sencillo. Su cuerpo desmembrado quedó oculto entre la basura de un callejón oscuro y eché a andar de vuelta a la sede, una vez acabada la misión. Me aseguré de limpiar bien la daga, volviendo a guardarla en el cinto que pendía en mi cadera, cuando contemplé una figura recostada en el suelo. Antes de que pudiera decir nada, Felurian habló. Chasqueé la lengua y pasé por su lado, rodando los ojos, aunque supongo que no lo vio. -¿Qué te hace pensar que puedes darme ordenes así como así, Felurian? -le espeté con un tono de voz algo seco mientras pasaba de largo. Mi primera intención fue dejarla allí y que se apañase. Si volvía, le estaría dando a entender que tenía poder sobre mi, que yo estaba allí, siempre dispuesta para ella. Y las cosas eran al revés en realidad. Mas con el tiempo, las experiencias compartidas y el hecho de que era mi compañera de grupo había creado un sentimiento hacia la joven que, como mínimo, era de... compasión.
Bufé molesta y desande los pasos que había hecho, agachándome a su lado y contemplando los cristales de la pierna. -No tiene buena pinta.. estate quieta, intentaré sacártelos..- Pasé mi mano por el pelo, echándomelo atrás para que no me molestase y agarré con los dedos el pedazo de cristal más grande. Estaba bastante incrustado pero pude arrancarlo bien. La sangre empezó a manar de la herida, pero no la tapé. No tenía nada a mano. Seguí sacando los cristales que podía agarrar, pero había varias esquirlas pequeñas que se me escurrían entre los dedos. -Habéis hecho un gran trabajo hoy. Se os han escapado dos, pero los hemos perseguido y dado caza...- susurré mientras dejaba caer en el suelo el último de los cristales. La sangre bajaba por su pierna en un largo reguero carmesí que creaba un charco en el suelo. -He sacado los que he podido... Prueba a levantarte- le tendí la mano esperando que la tomara. Aunque me daba lo mismo si la tomaba o no.
Invitado- Invitado
Re: Deliver us from evil | Elénè Devereux | Privado
Por los Ángeles de la Noche, como odiaba a aquella mujer.
Odiaba el tono de su voz, odiaba su forma de andar, sus gestos. Odiaba su ropa, su olor. Odiaba su mirada y sobre todo la odiaba la capacidad pasmosa que tenia para ponerla nerviosa. Sabia que la Observadora no se iría dejándola allí, una Hermana de la Hermandad no podía rehusarse a ayudar a otro por muy mala que fuera la situación o la relación entre ellos, pero simplemente el hecho de que hubiera andado unos pasos ignorándola le hace morderse los labios y callarse todas las barbaridades que esta a punto de decirle.
Aquella mujer irreverente y provocadora era útil, endemoniadamente valiosa para la Hermandad como para que Felurian se tomara el privilegio de pedir que se le asignara otra Observadora. O esa era la razón que se daba a si misma para que después de tanto tiempo y tantos roces (no todos desagradables) aun continuara aguantando las pullas constantes de la francesa, era mucho mas fácil que aceptar que la deseaba.
Que era a la única mujer, que demonios, a la única persona a la que podía considerar ser su amante.
No la amaba, ella solo amaba a Dios. Pero si la deseaba como un perro hambriento ansia un trozo de carne. La hacia perder el control de si misma en las noches en las que la Observadora se deslizaba entre sus sabanas, le mostraba un mundo que ella nunca se había atrevido a mirar o experimentar por considerarlo pecaminoso y eso era algo que le resultaba dolorosamente atractivo.
La Devereux tenia el control y Felurian lo sabia. Mientras que fuera así era mejor aparentar que la situación entre ambas estaba igualada y mantener un clima de irónica tranquilidad… lo ultimo que quería es que sus encuentros fueran el nuevo rumor de la Torre de Londres o que su Maestro (ya no lo era, pero ella seguía aprendiendo de cada gesto, cada detalle que Edward mostraba al mundo) se enterara de su impío romance… ¿la repudiaría? Era algo en lo que prefería no pensar. << Debo controlar mis ganas de romper sus huesos, esta loca y no le importaría en absoluto airar a los cuatro vientos nuestros encuentros. Estoy segura. >> sin decir una palabra observa paciente como le quita varios trozos de cristal y le hace una cura básica << Desde luego no una puta maestra de la medicina >> haciendo caso a su petición, se incorpora con un ligero gesto de dolor en su rostro ayudándose de la mano de Elénè. – Gracias, creo que puedo moverme por mi misma. – Tardaría horas en llegar a la Torre de Londres en ese estado, pero ya no era esa su intención << Pasaré la noche en una taberna de mala muerte hasta que amanezca, no pienso desangrarme por el camino >>. – Hoy ha sido una gran victoria… << En fin, en realidad es lo justo >> pero no hubiera sido posible si tu te hubieras equivocado con el pasillo de arriba. Fue un buen trabajo, Carlai no ha recibido ni un arañazo pese a que estábamos a priori en desventaja.
Intentando dar un par de pasos, el dolor lacerante la obliga a detenerse y a apoyar la espalda en la pared. << Mierda. >>. – Creo que voy a quedarme un poco por aquí, la brisa nocturna siempre me ha sido agradable… - Sin poder evitarlo una sonrisa se dibuja en sus labios, ambas sabían que ninguna de las dos reconocería jamás sufrimiento alguno en presencia de la otra por muy evidente que fuera y por muy estúpida que fuera la situación.
Odiaba el tono de su voz, odiaba su forma de andar, sus gestos. Odiaba su ropa, su olor. Odiaba su mirada y sobre todo la odiaba la capacidad pasmosa que tenia para ponerla nerviosa. Sabia que la Observadora no se iría dejándola allí, una Hermana de la Hermandad no podía rehusarse a ayudar a otro por muy mala que fuera la situación o la relación entre ellos, pero simplemente el hecho de que hubiera andado unos pasos ignorándola le hace morderse los labios y callarse todas las barbaridades que esta a punto de decirle.
Aquella mujer irreverente y provocadora era útil, endemoniadamente valiosa para la Hermandad como para que Felurian se tomara el privilegio de pedir que se le asignara otra Observadora. O esa era la razón que se daba a si misma para que después de tanto tiempo y tantos roces (no todos desagradables) aun continuara aguantando las pullas constantes de la francesa, era mucho mas fácil que aceptar que la deseaba.
Que era a la única mujer, que demonios, a la única persona a la que podía considerar ser su amante.
No la amaba, ella solo amaba a Dios. Pero si la deseaba como un perro hambriento ansia un trozo de carne. La hacia perder el control de si misma en las noches en las que la Observadora se deslizaba entre sus sabanas, le mostraba un mundo que ella nunca se había atrevido a mirar o experimentar por considerarlo pecaminoso y eso era algo que le resultaba dolorosamente atractivo.
La Devereux tenia el control y Felurian lo sabia. Mientras que fuera así era mejor aparentar que la situación entre ambas estaba igualada y mantener un clima de irónica tranquilidad… lo ultimo que quería es que sus encuentros fueran el nuevo rumor de la Torre de Londres o que su Maestro (ya no lo era, pero ella seguía aprendiendo de cada gesto, cada detalle que Edward mostraba al mundo) se enterara de su impío romance… ¿la repudiaría? Era algo en lo que prefería no pensar. << Debo controlar mis ganas de romper sus huesos, esta loca y no le importaría en absoluto airar a los cuatro vientos nuestros encuentros. Estoy segura. >> sin decir una palabra observa paciente como le quita varios trozos de cristal y le hace una cura básica << Desde luego no una puta maestra de la medicina >> haciendo caso a su petición, se incorpora con un ligero gesto de dolor en su rostro ayudándose de la mano de Elénè. – Gracias, creo que puedo moverme por mi misma. – Tardaría horas en llegar a la Torre de Londres en ese estado, pero ya no era esa su intención << Pasaré la noche en una taberna de mala muerte hasta que amanezca, no pienso desangrarme por el camino >>. – Hoy ha sido una gran victoria… << En fin, en realidad es lo justo >> pero no hubiera sido posible si tu te hubieras equivocado con el pasillo de arriba. Fue un buen trabajo, Carlai no ha recibido ni un arañazo pese a que estábamos a priori en desventaja.
Intentando dar un par de pasos, el dolor lacerante la obliga a detenerse y a apoyar la espalda en la pared. << Mierda. >>. – Creo que voy a quedarme un poco por aquí, la brisa nocturna siempre me ha sido agradable… - Sin poder evitarlo una sonrisa se dibuja en sus labios, ambas sabían que ninguna de las dos reconocería jamás sufrimiento alguno en presencia de la otra por muy evidente que fuera y por muy estúpida que fuera la situación.
Al fin y al cabo, se odiaban. ¿No?
Felurian Jaegar- Clase Media
- Localización : Castillo de Londres
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