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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .
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L'aigle - Alice Elizabeth Brontë. Privado
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L'aigle - Alice Elizabeth Brontë. Privado
No era un día cualquiera. Esperaba a dos personas y a una de ellas no la conocía.
Caminaba con los brazos cruzados en la espalda, de arriba abajo por la habitación de exposición donde sus pinturas descansaban expectantes. Nervioso, si sueño había sido premonitorio como solía las siguientes tres horas serian excitantes. Aquella mañana esperaba a un cliente importante que si veía algo que le gustara le daría el impulso económico que necesitaba… para el opio y el vino – Llevo tres días sin fumar, este infierno terrenal acabará por destruirme. – Suspirando escucha los pasos pesados del cliente, y tras abrirle la puerta educadamente le hace pasar.
Un hombre gordo, pasada la treintena y al que al parecer el olor a pintura de la habitación le resultaba especialmente desagradable. – Por dios chico abre las ventanas. – No tenía por costumbre hacer caso a lo que una ballena le decía, pero sus vicios bien merecían el sacrificio. – Claro señor, disculpe. – Abriendo el ventanal de par en par, observa la calle y se fija en una figura femenina, de paso firme y decidido que cruza la calle para parar junto a su puerta. – Ahí está. Debe ser ella. – Girando sobre sus talones corre hasta el orondo cliente. – ¡Disculpe señor tiene que marcharse! Ha habido una urgencia, mi tía Rosalinda se ha puesto enferma del riñón y tengo que verla. – Sin darle tiempo a responder, saca prácticamente a empujones al ricachón quien maldice una y otra vez semejante falta de respeto.
Sin detenerse, cierra la puerta y sirve dos copas de vino. No tardan en llamar de nuevo y con una media sonrisa abre la puerta. Era una joven hermosa, de alta cuna al parecer y de un solo vistazo vio que era bruja. – Y ella ya sabe que lo soy también. – Actuando con naturalidad, la invita a entrar y a que tome asiento mientras coloca la copa de vino entre sus gráciles dedos. – No estábamos citados, pero he de reconocer que esta visita no es una sorpresa. Esta noche he soñado con un Águila, bella y majestuosa, entrando por mi ventana iluminando mi día y haciendo, aunque fuera por unas horas, de este mundo un lugar donde merece la pena vivir. – Debía ser ella, ¿Quién si no? – Sera una hija de Mailok, si el rico lo fuera su transformación seria en un cerdo no en un águila. – Soy Javert, y si no es descortés preguntar, espero poder conocer el nombre de la mujer que hoy me ha hecho despertar con una sonrisa en mis labios.
Javert Chevalier- Clase Media
- Ocupacion : Pintor
Localización : Londres, en el Soho
Re: L'aigle - Alice Elizabeth Brontë. Privado
La joven Brontë había accedido al Soho y su bohemia manera de vivir, allí se encontraban los mejores artistas, desde poetas hasta músicos, solo era cuestión de preguntar por los nombres adecuados y se alcanzaría la perfección artistita. Ella buscaba a un autor en particular, en una de las fiestas, de las miles a las que acudió, se paró ante un cuadro que descansaba en el pasillo. Quedándose obnubilada hasta que la dueña de la casa se le acercó con una sonrisa hipócrita. - ¿El autor? Un joven artista del Soho, no sé cómo se llama, a decir verdad, no me agrada nada. Es un absurdo capricho de mi marido, tendrá que preguntárselo a él. – así que la joven había sorteado los coloquios de hombres fumando puros y tomando coñac. Apostando y contemplando a las mujeres en el salón y hablar con el dueño. – Javert Chevalier, vive en el Soho, le daré después la dirección. Ahora disfrute del baile señorita Brontë. – Pero Alice no bailó más, contempló el cuadro y su belleza hasta el final de la fiesta.
Al día siguiente, le pidió ayuda a su hermano. Gabriel no solo se encargaba de la importación y exportación de productos de las Indias o Asia, sino que también era quien rigurosamente llevaba el control de sus pedidos. No había persona en Londres que no conociera, o a quien le vendiera. Alice le convenció, y le dio la información junto a un talón. Ambicionaba un par de cuadros decorando la casa, y se fiaba de su criterio. Antes de darse cuenta, sus pies llegaron al barrio donde residía el artista en cuestión.
De una puerta vio salir a trompicones a un opulento hombre, al que no hacia ni artista ni bohemio. Seguramente fuera una de esas personas que miraban los cuadros sin saber nada y los despreciaban por no tener nombre afamado. Pero todo artista tenía un comienzo en el que nadie les reconocía su arte, y pasaban días encerrados sin probar bocado pues no tenían más que pintura en sus manos. Miro la dirección anotada y llamó, no tuvo que esperar mucho para ser bienvenida al estudio.
Olía a pintura, y no la disgustó todo lo contrario: Era donde el artista creaba, bien merecía un respeto. Sonrió con elegancia tomando asiento así como el joven artista la había invitado así como la copa de vino. No debía tener unos años más que ella y parecía una diferencia abismal entre las dos formas de vida. Era atractivo aunque en eso no se detuvo, fue lo que su habilidad mencionaba sobre él, era otro brujo. ¿Fiura? No. Estaban en conflicto con Kalastria, como para dedicarse al noble don del arte. Y ahí el hombre descubrió sus cartas: Un descendiente de Abrahel, lo que llamo aún más su atención, era la primera vez que veía un descendiente de aquel brujo. Las visiones del futuro, los nexos de conocimientos, los sueños, interpretarlos, solo ellos dominaban cómo.
- ¿Así que un Águila? – preguntó Alice orgullosa. Los sueños del joven artista habían vaticinado su presencia con increíble precisión, metáforas, y habían acertado. – Me alegro que la vista de tan hermoso ave le aliviara sus sueños, es cierto que los descendientes de Abrahel no tienen sueños muy tranquilos ¿cierto? – inquirió llevándose la copa a los labios. – No hace falta adularme señor Chevalier, compraré igual sus cuadros. – Rio, lo cierto es que ella no estaba acostumbrada a los halagos, y su escapatoria era la sinceridad más brutal. – El nombre de esa águila es Alice Brontë. – miro alrededor.- Venia a que me enseñara algunos de sus bellos cuadros, estoy interesada en adquirirlos. Me enamoré de uno suyo nada más verlo señor Chevalier. – confesó dejando la copa de vino, era suficiente por el día, no era amiga del alcohol o él de ella, ya no recordaba quien comenzó aquella enemistad.
Al día siguiente, le pidió ayuda a su hermano. Gabriel no solo se encargaba de la importación y exportación de productos de las Indias o Asia, sino que también era quien rigurosamente llevaba el control de sus pedidos. No había persona en Londres que no conociera, o a quien le vendiera. Alice le convenció, y le dio la información junto a un talón. Ambicionaba un par de cuadros decorando la casa, y se fiaba de su criterio. Antes de darse cuenta, sus pies llegaron al barrio donde residía el artista en cuestión.
De una puerta vio salir a trompicones a un opulento hombre, al que no hacia ni artista ni bohemio. Seguramente fuera una de esas personas que miraban los cuadros sin saber nada y los despreciaban por no tener nombre afamado. Pero todo artista tenía un comienzo en el que nadie les reconocía su arte, y pasaban días encerrados sin probar bocado pues no tenían más que pintura en sus manos. Miro la dirección anotada y llamó, no tuvo que esperar mucho para ser bienvenida al estudio.
Olía a pintura, y no la disgustó todo lo contrario: Era donde el artista creaba, bien merecía un respeto. Sonrió con elegancia tomando asiento así como el joven artista la había invitado así como la copa de vino. No debía tener unos años más que ella y parecía una diferencia abismal entre las dos formas de vida. Era atractivo aunque en eso no se detuvo, fue lo que su habilidad mencionaba sobre él, era otro brujo. ¿Fiura? No. Estaban en conflicto con Kalastria, como para dedicarse al noble don del arte. Y ahí el hombre descubrió sus cartas: Un descendiente de Abrahel, lo que llamo aún más su atención, era la primera vez que veía un descendiente de aquel brujo. Las visiones del futuro, los nexos de conocimientos, los sueños, interpretarlos, solo ellos dominaban cómo.
- ¿Así que un Águila? – preguntó Alice orgullosa. Los sueños del joven artista habían vaticinado su presencia con increíble precisión, metáforas, y habían acertado. – Me alegro que la vista de tan hermoso ave le aliviara sus sueños, es cierto que los descendientes de Abrahel no tienen sueños muy tranquilos ¿cierto? – inquirió llevándose la copa a los labios. – No hace falta adularme señor Chevalier, compraré igual sus cuadros. – Rio, lo cierto es que ella no estaba acostumbrada a los halagos, y su escapatoria era la sinceridad más brutal. – El nombre de esa águila es Alice Brontë. – miro alrededor.- Venia a que me enseñara algunos de sus bellos cuadros, estoy interesada en adquirirlos. Me enamoré de uno suyo nada más verlo señor Chevalier. – confesó dejando la copa de vino, era suficiente por el día, no era amiga del alcohol o él de ella, ya no recordaba quien comenzó aquella enemistad.
Invitado- Invitado
Re: L'aigle - Alice Elizabeth Brontë. Privado
Perspicaz y hermosa. Una combinación que Javert empezaba a creer que era lo común entre las londinenses a juzgar por los encuentros que había tenido con las féminas de aquel país tan peculiar. No deseaba que la conversación tomara una vertiente mística y comenzaran a hablar sobre nada que tuviera que ver con su raza, para él ellos dos eran tan humanos como cualquier transeúnte de la calle y no necesitaba mayor mención. No puede evitar sonreír ante las palabras de la joven y mientras la escucha hablar bebe con sorbos cortos la copa de vino. – Mi señora, nada está más lejos de mi intención que pecar de adulador. Durante mi vida he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso… y usted ha traído un pequeño pedazo de ese hermoso lugar a mi humilde morada. Disculpe, a buen seguro la estoy incomodando con mis posiblemente atrevidas palabras. – Con una media sonrisa pícara, comienza a ordenar sus cuadros con sumo cuidado.
Javert no era de los que se cortaban o creían en el amor cortes. El amor era pasión, la pasión era deseo y el deseo era felicidad, aunque fuera efímera, ¿Por qué iba a privarse de una noche de ensueño por unos estúpidos códigos morales? Era injusto a la par que estúpido, y él no iba a caer en esa trampa. Echando un vistazo por encima de su hombro, observa como la dama echa un vistazo a la habitación mientras el prosigue su búsqueda – Curiosa e inquieta, interesante. – Finalmente opta por mostrarle primero uno de sus cuadros favoritos. Si supiera con certeza en qué lugar de la casa pretendía ponerlos podía tener mejor criterio, pero no le había dicho nada y tampoco quería preguntar, podía ser indiscreto. Irónico dada su actitud.
Levantando el soporte que lo sostiene, lo acerca frente a la bruja para que pueda observarlo de cerca. En el cuadro venia representado un hombre de mediana edad, vestido con ropas elegantes sentado de espaldas al observador mientras pintaba un cuadro. Y en ese cuadro a su vez pintaba la misma escena, y así sucesivamente hasta que la vista lo permitiera. Era un juego, una ilusión y ante todo algo que prácticamente nadie pondría en su hogar por pecar de ''fuera de lo común''. – Enamorarse… que palabra tan llena de significado, ¿no le parece? – Dándole espacio para que pudiera examinar el cuadro y decidir con tranquilidad, prosigue. – El hambre, una vez dijo un poeta, es la cosa más importante que conocemos. La primera lección que aprendemos. Pero el hambre puede calmarse fácilmente, puede saciarse fácilmente. Hay otra fuerza, otro tipo distinto de hambre una sed que nunca se sacia y que no puede extinguirse. Su propia existencia es lo que nos define, es lo que nos hace… humanos. Esa fuerza es el amor. Si por amor a mi arte usted ha venido hasta mí, yo no puedo aceptar su dinero.
La mujer parecía sorprendida, a buen seguro se preguntaba cómo era posible que Javert pudiera rechazar un pago a juzgar por la necesidad económica que a todas luces tenía. – Es innegociable, en esta ocasión usted saldrá de aquí con dos cuadros y no tendrá que vaciar su bolsillo. Para mi es pago más que suficiente que haya sabido valorar mis creaciones.
Javert Chevalier- Clase Media
- Ocupacion : Pintor
Localización : Londres, en el Soho
Re: L'aigle - Alice Elizabeth Brontë. Privado
Agradeció que no se concentrara en el origen sobrenatural de ambos, cansada estaba de oír las opiniones de otros brujos sobre el conflicto entre descendientes de Fiura y Kalastria, quien debía tener la razón en el conflicto absurdo. Si un descendiente de Mailok tenía en cuenta la ética cuando mutaba, o lo voluble que era la cordura de un descendiente de Abrahel. Eran constantes aquellos debates cuando estaba con sus tías, y por una vez, recordaba que era humana y corriente como los demás.
El artista poseía una bella sonrisa con deje de picardía en los hoyuelos. Sus ojos guardaban con recelo historias que nada tenían que ver con la sonrisa que mostraba inmodesto. La joven sonrió incomoda por el comentario, no toleraba de buen modo los halagos hacia ella, pero tal vez debía acostumbrarse. Y le agrado de la manera que Jarvert los enunció, parecía mas un poeta que pintor. Alice pensaba que cuando el arte encontraba al adecuado mensajero de la belleza de este, lo convertía en artista desde el primer halito de su vida. – No me incomoda señor Chevalier, si fuera así se lo haría saber. – comentó reconocida. – Pero me resulta complejo sentirme agradecida por tales cumplidos y de proporcionarle un poco de paraíso. – añadió con una sonrisa en los labios. Miles de preguntas sobre lo místico que atañía al joven artista rondaban en su cabeza, pero eran malos modales, no deseaba increparlo para saciar su curiosidad.
Sus ojos vagaron por la estancia en la que se encontraba, contemplando todo lo que la rodeaba, cada detalle era digno de observación: El caballete lleno de salpicaduras de pintura de distintas tonalidades, los pinceles a remojo dentro de un frasco de cristal con agua de un color amarronado casi negro. Flores de diversas tonalidades adornaban un retazo de tela arrugada Y deshilachado por algunos lados. Los lienzos pintados con otros totalmente en blanco, se acumulaban en la estancia sin orden alguno. Era el caos en su pura esencia, la anarquía que plasmaba la mente del artista ahora estaba en torno a ella. Confiriendo un carácter de templo de las artes que no pretendía irrumpir sin permiso.
El pintor dio con una de sus obras, que avivaron la curiosidad innata de la joven Brontë. Era una ilusión óptica, un juego en la mente bastante peculiar pero no por ello menos bello. Los detalles del pintor casi del tamaño de una moneda bien merecían unas palabras de reconocimiento, pero la pregunta del señor Chevalier la dejó sin palabras. – Supongo. – trato de ocultar sus mejillas sonrosadas, con algunos mechones dorados de su pelo.
El amor, una gran incógnita sin resolver, oculta tras bellas palabras y sueños románticos, no creía haber tenido un amor para poder lograr dar una opinión acertada. Y en el fondo temía amar porque tal vez lo hubiera olvidado, porque tal vez no fuera capaz de darle a otra persona lo que anhelaba. El amor había llegado a su vida en escasas y contadas ocasiones, fugaces, espejismo que se desvanecían. Pero lo que decía Jarvert era fascinante, comparar el amor como un hambre más que saciar, y que nunca lograba su fin. Una fuerza indómita que daba sentido a la existencia de cada uno. Le asombró sin duda que Jarvert no quisiera dinero, era cierto que ella se había enamorado del cuadro y acudió a él en busca de más piezas, pero no le parecía justo para el trabajo del artista.
- P-pero señor Chevalier. – fue a argumentar pero no la dejo, entonces su cabeza comenzó a crear ideas. Entonces una surgió a su mente y sonrió poniéndose en pie, sacando el cheque. – Señor Chevalier admiro su trabajo, tiene mucho sentimiento, pero me gustaría que aceptara este dinero. – le detuvo antes de que hablara.- La casa que tengo en Londres, esta carente de buen arte, me gustaría que personalmente la llenara de color a través de su pinturas. –le acercó el cheque.- Este dinero no es para pagarle los cuadros, sino para sufragar, nuevos pinceles, colores y lienzos en blanco. Me gustaría que la casa tuviera un toque personal, y sus obras serán suficiente. Incluso uno personal. Único para mí, que pueda contemplar y enamorarme más de él. Por favor, acepte el trato. Es su trabajo, no puedo llevármelo sin darle algo a cambio. – explico alarmada, aguardaba que el descendiente de Abrahel accediera la propuesta.
El artista poseía una bella sonrisa con deje de picardía en los hoyuelos. Sus ojos guardaban con recelo historias que nada tenían que ver con la sonrisa que mostraba inmodesto. La joven sonrió incomoda por el comentario, no toleraba de buen modo los halagos hacia ella, pero tal vez debía acostumbrarse. Y le agrado de la manera que Jarvert los enunció, parecía mas un poeta que pintor. Alice pensaba que cuando el arte encontraba al adecuado mensajero de la belleza de este, lo convertía en artista desde el primer halito de su vida. – No me incomoda señor Chevalier, si fuera así se lo haría saber. – comentó reconocida. – Pero me resulta complejo sentirme agradecida por tales cumplidos y de proporcionarle un poco de paraíso. – añadió con una sonrisa en los labios. Miles de preguntas sobre lo místico que atañía al joven artista rondaban en su cabeza, pero eran malos modales, no deseaba increparlo para saciar su curiosidad.
Sus ojos vagaron por la estancia en la que se encontraba, contemplando todo lo que la rodeaba, cada detalle era digno de observación: El caballete lleno de salpicaduras de pintura de distintas tonalidades, los pinceles a remojo dentro de un frasco de cristal con agua de un color amarronado casi negro. Flores de diversas tonalidades adornaban un retazo de tela arrugada Y deshilachado por algunos lados. Los lienzos pintados con otros totalmente en blanco, se acumulaban en la estancia sin orden alguno. Era el caos en su pura esencia, la anarquía que plasmaba la mente del artista ahora estaba en torno a ella. Confiriendo un carácter de templo de las artes que no pretendía irrumpir sin permiso.
El pintor dio con una de sus obras, que avivaron la curiosidad innata de la joven Brontë. Era una ilusión óptica, un juego en la mente bastante peculiar pero no por ello menos bello. Los detalles del pintor casi del tamaño de una moneda bien merecían unas palabras de reconocimiento, pero la pregunta del señor Chevalier la dejó sin palabras. – Supongo. – trato de ocultar sus mejillas sonrosadas, con algunos mechones dorados de su pelo.
El amor, una gran incógnita sin resolver, oculta tras bellas palabras y sueños románticos, no creía haber tenido un amor para poder lograr dar una opinión acertada. Y en el fondo temía amar porque tal vez lo hubiera olvidado, porque tal vez no fuera capaz de darle a otra persona lo que anhelaba. El amor había llegado a su vida en escasas y contadas ocasiones, fugaces, espejismo que se desvanecían. Pero lo que decía Jarvert era fascinante, comparar el amor como un hambre más que saciar, y que nunca lograba su fin. Una fuerza indómita que daba sentido a la existencia de cada uno. Le asombró sin duda que Jarvert no quisiera dinero, era cierto que ella se había enamorado del cuadro y acudió a él en busca de más piezas, pero no le parecía justo para el trabajo del artista.
- P-pero señor Chevalier. – fue a argumentar pero no la dejo, entonces su cabeza comenzó a crear ideas. Entonces una surgió a su mente y sonrió poniéndose en pie, sacando el cheque. – Señor Chevalier admiro su trabajo, tiene mucho sentimiento, pero me gustaría que aceptara este dinero. – le detuvo antes de que hablara.- La casa que tengo en Londres, esta carente de buen arte, me gustaría que personalmente la llenara de color a través de su pinturas. –le acercó el cheque.- Este dinero no es para pagarle los cuadros, sino para sufragar, nuevos pinceles, colores y lienzos en blanco. Me gustaría que la casa tuviera un toque personal, y sus obras serán suficiente. Incluso uno personal. Único para mí, que pueda contemplar y enamorarme más de él. Por favor, acepte el trato. Es su trabajo, no puedo llevármelo sin darle algo a cambio. – explico alarmada, aguardaba que el descendiente de Abrahel accediera la propuesta.
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