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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .
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Las encrucijadas de vías te pueden llevar a cualquier parte {Libre}
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Las encrucijadas de vías te pueden llevar a cualquier parte {Libre}
Cuidado con lo que deseas...
La brisa refrescante de media tarde se coló pudorosa bajo los faldones de Ella. Ese era un sitio generalmente vedado, pero es algo susceptible a ocurrir cuando una dama se sienta con las piernas abiertas sin decoro ni recato. La muchacha observó de soslayo como su desgastada sobrefalda de tonos oscuros se hinchaba levemente. No se molestó en retenerla, siquiera en buscar una posición menos impúdica. Con las manos apoyadas sobre los muslos, con el tronco inclinado hacia delante y el entrecejo fruncido parecía tremendamente concentrada en algo, manteniendo los ojos fijos en un punto lejano, enredados en los raíles de un andén vacío. Su imagen se asemejaba más a la de un luchador oriental preparado para embestir a su contrincante que al de una señorita que, obviamente, distaba mucho de parecer.
Sobre su cabeza, la inmensa claraboya de Sanit Pancrás filtraba una luz ya de por sí escasa y grisácea, sumiendo toda la estación en aguas profundas de fosa atlántica. Le gustaba ese lugar pese a las aglomeraciones de gente. I los trenes. Y las vías, sobretodo. No es que soñara en “escapar de su vida” o algo semejante; generalmente siempre había aceptado lo que le había tocado vivir, más por luchadora que por sumisión. De algún modo, quería ganarle a la vida. Y por el momento seguía respirando.
Quizás por eso había llegado hasta allí; todas las veces que olvidaba guiar sus pasos terminaba bajo esa inmensa cúpula de cristal y acero, aunque en ese momento se arrepentía bastante de encontrarse en ese lugar, tan lejos del teatro.
Los viajeros y transeúntes le dedicaban, los que no tenían demasiada prisa, miradas de desdén, otros, de mofa. Incluso hubo quienes parecieron gravemente ofendidos ante tan lamentable espectáculo. La mezcla de su inapropiada actitud en un espacio público parecía superar al desagrado que producía su aspecto, por una vez totalmente liberado de telas, sombras y miedos. Pese a haber sido un accidente.
Pero nada de eso parecía importarle: ni su postura, ni la gente, ni el hecho de haber olvidado su velo. Había otra cosa que la absorbía como una esponja seca. Algo totalmente nuevo y de lo que no estaba segura de su posición al respecto.
Estaba preparada. Resopló como un caballo listo para entrar al galope, golpeándose las piernas en un acto de resolución absoluta. Ella se acordó entonces de todos sus antepasados. Pudo notar como sus músculos se resquebrajaban con la vibración del golpe. Unas agujetas monstruosas que nacían de sus ingles y que se expandían en un doloroso hormigueo hasta las puntas de sus dedos le hicieron inclinarse quejumbrosamente hacia delante. No, no iba a levantarse. ¿Porque demonios había huido tan lejos? Huir… digamos que es una forma de hablar. No pudo evitar preguntarse cómo demonios había llegado hasta allí teniendo en cuenta que casi no podía caminar, cosa que hacia como un pato viejo con artrosis.
-Maldito Luca… Si, Luca sin S que si no se enfada…- Hablaba consigo misma, mofándose. Por fin, después de esperarlo con muchísimas ganas, su papel de “chica de los recados” había quedado diezmado para dar cabida a su nuevo entrenamiento específico como parte de la compañía de circo. Desde hacía un tiempo, ya habían empezado a tonificarse con el grueso de sus compañeros, preparándose para lo que pudiese venir con ejercicios generales. A raíz de un pequeño incidente donde ayudó con el montaje de unas cuerdas tras el escenario, decidieron que tenía habilidades para el funambulismo pese a ser algo “vieja” para empezar a entrenar. Quedó bajo la mentoría de Luca, un italiano de inglés ininteligible y pocas luces pero con una habilidad extraordinaria para mantener el equilibrio sobre cualquier superficie.
Ella, a lo largo de su vida se había enfrentado a situaciones durísimas y agotadoras, pero nunca antes había sentido unas punzadas como aquellas en un lugar tan íntimo. Flessibilità, decía Luca, molto important le repetía mientras ella se retorcía en el suelo con las piernas abiertas al límite de la rotura. Si tuviera algo de decencia hubiese desistido de hacer dichas prácticas en aquella bochornosa situación. A su lado, podía ver como los demás hacían aquello como si fuera fácil, especialmente Charlotte.
Hizo una nueva tentativa de levantarse, sabiendo que a su regreso le esperaba un buen tirón de orejas por parte del italiano por haberse saltado su práctica. Se la veía algo patética, con las piernas separadas y arqueadas por ser incapaz de adoptar una posición más erguida. Se maldijo nuevamente por estar allí, por no haber cogido el velo, por no aguantar y haberse saltado la práctica, por perder el control de su mente, por seguir siendo una endeble…
Siguió maldiciéndose una y otra vez mientras daba pasitos cortos hacia la salida de la estación, acunada por la llegada de una humeante locomotora que justo entraba por el fondo. Se detubo, absorta de nuevo. No podía evitarlo, le fascinaban.
Sobre su cabeza, la inmensa claraboya de Sanit Pancrás filtraba una luz ya de por sí escasa y grisácea, sumiendo toda la estación en aguas profundas de fosa atlántica. Le gustaba ese lugar pese a las aglomeraciones de gente. I los trenes. Y las vías, sobretodo. No es que soñara en “escapar de su vida” o algo semejante; generalmente siempre había aceptado lo que le había tocado vivir, más por luchadora que por sumisión. De algún modo, quería ganarle a la vida. Y por el momento seguía respirando.
Quizás por eso había llegado hasta allí; todas las veces que olvidaba guiar sus pasos terminaba bajo esa inmensa cúpula de cristal y acero, aunque en ese momento se arrepentía bastante de encontrarse en ese lugar, tan lejos del teatro.
Los viajeros y transeúntes le dedicaban, los que no tenían demasiada prisa, miradas de desdén, otros, de mofa. Incluso hubo quienes parecieron gravemente ofendidos ante tan lamentable espectáculo. La mezcla de su inapropiada actitud en un espacio público parecía superar al desagrado que producía su aspecto, por una vez totalmente liberado de telas, sombras y miedos. Pese a haber sido un accidente.
Pero nada de eso parecía importarle: ni su postura, ni la gente, ni el hecho de haber olvidado su velo. Había otra cosa que la absorbía como una esponja seca. Algo totalmente nuevo y de lo que no estaba segura de su posición al respecto.
Estaba preparada. Resopló como un caballo listo para entrar al galope, golpeándose las piernas en un acto de resolución absoluta. Ella se acordó entonces de todos sus antepasados. Pudo notar como sus músculos se resquebrajaban con la vibración del golpe. Unas agujetas monstruosas que nacían de sus ingles y que se expandían en un doloroso hormigueo hasta las puntas de sus dedos le hicieron inclinarse quejumbrosamente hacia delante. No, no iba a levantarse. ¿Porque demonios había huido tan lejos? Huir… digamos que es una forma de hablar. No pudo evitar preguntarse cómo demonios había llegado hasta allí teniendo en cuenta que casi no podía caminar, cosa que hacia como un pato viejo con artrosis.
-Maldito Luca… Si, Luca sin S que si no se enfada…- Hablaba consigo misma, mofándose. Por fin, después de esperarlo con muchísimas ganas, su papel de “chica de los recados” había quedado diezmado para dar cabida a su nuevo entrenamiento específico como parte de la compañía de circo. Desde hacía un tiempo, ya habían empezado a tonificarse con el grueso de sus compañeros, preparándose para lo que pudiese venir con ejercicios generales. A raíz de un pequeño incidente donde ayudó con el montaje de unas cuerdas tras el escenario, decidieron que tenía habilidades para el funambulismo pese a ser algo “vieja” para empezar a entrenar. Quedó bajo la mentoría de Luca, un italiano de inglés ininteligible y pocas luces pero con una habilidad extraordinaria para mantener el equilibrio sobre cualquier superficie.
Ella, a lo largo de su vida se había enfrentado a situaciones durísimas y agotadoras, pero nunca antes había sentido unas punzadas como aquellas en un lugar tan íntimo. Flessibilità, decía Luca, molto important le repetía mientras ella se retorcía en el suelo con las piernas abiertas al límite de la rotura. Si tuviera algo de decencia hubiese desistido de hacer dichas prácticas en aquella bochornosa situación. A su lado, podía ver como los demás hacían aquello como si fuera fácil, especialmente Charlotte.
Hizo una nueva tentativa de levantarse, sabiendo que a su regreso le esperaba un buen tirón de orejas por parte del italiano por haberse saltado su práctica. Se la veía algo patética, con las piernas separadas y arqueadas por ser incapaz de adoptar una posición más erguida. Se maldijo nuevamente por estar allí, por no haber cogido el velo, por no aguantar y haberse saltado la práctica, por perder el control de su mente, por seguir siendo una endeble…
Siguió maldiciéndose una y otra vez mientras daba pasitos cortos hacia la salida de la estación, acunada por la llegada de una humeante locomotora que justo entraba por el fondo. Se detubo, absorta de nuevo. No podía evitarlo, le fascinaban.
© hekate
Re: Las encrucijadas de vías te pueden llevar a cualquier parte {Libre}
Apartó ligeramente las oscuras y aterciopeladas cortinas del carruaje que ocultaban su figura del débil sol que aquella tarde bañaba la ciudad. Londres. Como había descubierto hacía ya varias décadas, ¿o quizá algún siglo? No lo recordaba con exactitud, Londres era un buen lugar para la residencia de un vampiro, puesto que la mayoría de las veces, la ciudad presentaba un aspecto gris y tétrico debido a que un manto de nubes grises la cubría por completo. Pocos eran los días donde el sol brillaba con fuerza en lo alto del cielo y no hubiera una nube, por pequeña que fuera, que amenazase con taparlo. Así pues su sorpresa fue bastante grata cuando descubrió que el Lord al que había suplanto y robado su identidad era Londinense. Poca gente lo conocía en persona, salvo sus criados. Uno de esos nobles que pasaba día y noche encerrado en su mansión contando el dinero mientras bebía de copas de brandy... Eso le permitió que la tarea de suplantarlo fuera mucho más sencilla. Simplemente cambió al personal de la casa, contrató nuevas jóvenes, cocheros y sirvientes y ya podía dedicarse a vivir unas largas décadas como Lord Nottingham..
Ese día en concreto había decidido salir por la tarde, como siempre encerrado en el carruaje hasta que las luces del día apaciguasen lo suficiente como para poder salir sin que su piel se viera dañada. Los caballos se detuvieron ante la increíble estación de Saint Pancras, siempre tan imponente. Jareth había visto, dada su longeva edad, muchas maravillas que el ser humano había creado. Si alguien se lo hubiera dicho, casi dos mil años atrás, no lo habría creído posible. Es más, lo habría tachado de loco, o algo similar. Pero conforme los años pasaban, más se maravillaba con la capacidad que tenían los hombres para crear cosas hermosas, gigantescas y que perdurasen durante años. Inmutables. Las pirámides, sin ir más lejos... Las catedrales góticas... Y luego aquellas maravillosas estructuras de cristal.
Sus extraños ojos otearon el cielo a través de los oscuros vidrios y finalmente golpeó varias veces con un largo bastón el lado del carruaje donde el cochero se sentaba. El carruaje se detuvo ante aquella orden y los caballos relincharon. Aún dentro de aquella caja de madera pudo escuchar la agitada respiración de los imponentes corceles. No los veía, pero podía sentir las vibraciones de las patas de aquellas bestias. El carro se ladeó unos momentos mientras Edgar bajaba de su puesto y abría la puerta para que Lord Nottingham bajase. El barullo que rodeaba la estación se coló sin permiso dentro y Jareth frunció el entrecejo por unos segundos. Le gustaba el ruido, pero no ese ruido que no le decía absolutamente nada. Solo escuchaba voces y voces y ninguna de ellas le resultaba interesante. Sus botas, con un tacón de varios dedos de altura se posaron grácilmente en el suelo Londinese. La punta del bastón se clavó en el suelo mientras una de sus enguantadas manos tapaban sus ojos a modo de visera mientras caminaba hacia el interior de la estación. Una de las cosas que más le gustaban, sin duda, eran aquellas serpientes de metal que escupían aquel humo denso y espeso por sus chimeneas. Gustaba de contemplarlas, de observar como las ruedas, engranaban las unas con las otras con una perfección y una simetría sorprendentes. El ser humano sin duda, pese a ser cruel, vengativo.. era también maravilloso y sorprendente.
La estación estaba poblada de damas, caballeros, siempre caminando con prisas de un lado a otro, subiendo al tren en el último minuto o bajando de estos para fundirse en un cálido abrazo con quien les esperase en las vías. Pero le llamó la atención una dama que parecía, en contrapunto con el resto de los transeúntes, no tener prisa alguna. Miraba con los ojos brillantes el imponente tren que entraba en ese momento en la estación, inundándolo todo con ese humo de olor a carbón. A Jareth le gustó, podría decirse que le cautivó la expresión de su extraño rostro, el cual parecía a medias descolorido. Sin duda, algo poco común. Dudó unos segundos, pero finalmente acabó por acercarse, siempre con un paso sutil, grácil, hasta quedar frente a ella.
-Son impresionantes.. ¿Verdad? -pregunto con un tono de voz amable, casi jovial. No era un niño, evidentemente, pero tampoco le gustaba actuar como un "adulto" de casi dos mil años. Sí, era un Lord, pero eso no le convertía en alguien amargado ni estirado. Es más, le gustaba mostrar su parte amable a la gente.
Ese día en concreto había decidido salir por la tarde, como siempre encerrado en el carruaje hasta que las luces del día apaciguasen lo suficiente como para poder salir sin que su piel se viera dañada. Los caballos se detuvieron ante la increíble estación de Saint Pancras, siempre tan imponente. Jareth había visto, dada su longeva edad, muchas maravillas que el ser humano había creado. Si alguien se lo hubiera dicho, casi dos mil años atrás, no lo habría creído posible. Es más, lo habría tachado de loco, o algo similar. Pero conforme los años pasaban, más se maravillaba con la capacidad que tenían los hombres para crear cosas hermosas, gigantescas y que perdurasen durante años. Inmutables. Las pirámides, sin ir más lejos... Las catedrales góticas... Y luego aquellas maravillosas estructuras de cristal.
Sus extraños ojos otearon el cielo a través de los oscuros vidrios y finalmente golpeó varias veces con un largo bastón el lado del carruaje donde el cochero se sentaba. El carruaje se detuvo ante aquella orden y los caballos relincharon. Aún dentro de aquella caja de madera pudo escuchar la agitada respiración de los imponentes corceles. No los veía, pero podía sentir las vibraciones de las patas de aquellas bestias. El carro se ladeó unos momentos mientras Edgar bajaba de su puesto y abría la puerta para que Lord Nottingham bajase. El barullo que rodeaba la estación se coló sin permiso dentro y Jareth frunció el entrecejo por unos segundos. Le gustaba el ruido, pero no ese ruido que no le decía absolutamente nada. Solo escuchaba voces y voces y ninguna de ellas le resultaba interesante. Sus botas, con un tacón de varios dedos de altura se posaron grácilmente en el suelo Londinese. La punta del bastón se clavó en el suelo mientras una de sus enguantadas manos tapaban sus ojos a modo de visera mientras caminaba hacia el interior de la estación. Una de las cosas que más le gustaban, sin duda, eran aquellas serpientes de metal que escupían aquel humo denso y espeso por sus chimeneas. Gustaba de contemplarlas, de observar como las ruedas, engranaban las unas con las otras con una perfección y una simetría sorprendentes. El ser humano sin duda, pese a ser cruel, vengativo.. era también maravilloso y sorprendente.
La estación estaba poblada de damas, caballeros, siempre caminando con prisas de un lado a otro, subiendo al tren en el último minuto o bajando de estos para fundirse en un cálido abrazo con quien les esperase en las vías. Pero le llamó la atención una dama que parecía, en contrapunto con el resto de los transeúntes, no tener prisa alguna. Miraba con los ojos brillantes el imponente tren que entraba en ese momento en la estación, inundándolo todo con ese humo de olor a carbón. A Jareth le gustó, podría decirse que le cautivó la expresión de su extraño rostro, el cual parecía a medias descolorido. Sin duda, algo poco común. Dudó unos segundos, pero finalmente acabó por acercarse, siempre con un paso sutil, grácil, hasta quedar frente a ella.
-Son impresionantes.. ¿Verdad? -pregunto con un tono de voz amable, casi jovial. No era un niño, evidentemente, pero tampoco le gustaba actuar como un "adulto" de casi dos mil años. Sí, era un Lord, pero eso no le convertía en alguien amargado ni estirado. Es más, le gustaba mostrar su parte amable a la gente.
© hekate
Re: Las encrucijadas de vías te pueden llevar a cualquier parte {Libre}
Zapatos Estrechos
No le oyó. Siquiera trató de distinguir aquellos sonidos de todo el barullo que la rodeaba. No estaba ignorándole fue, simplemente, que no se dio por aludida. Aquellas palabras joviales resbalaron por sus pabellones auditivos hasta disiparse en el chirrido de los frenos de la inmensa locomotora. Además, ¿Quién le dirigiría la palabra más que para impropiarla?
Todo cuanto hizo fue levantar la mirada en un gesto molesto, preparada para escupir veneno sobre la cara del insensato que se atrevía a taparle la vista, tan inapropiadamente cerca, de la única cosa que la entretenía en esos momentos en los que su orgullo agonizaba triturado por el dolor muscular.
Pero sus palabras huyeron escopeteadas en sentido opuesto, dejando tras de sí el ardor de un espiritoso tragado sin mesura. Todo cuanto salió de su boca fue un sutil y casi mudo “Apártese”, apenas un licor afrutado sin fermentar.
No fue el miedo a su atuendo de noble, ni su refinada postura lo que la detuvo. Siquiera esa extraña y vieja mirada bicolor que se paseaba por sus manchas. Fue algo diferente; era como llevar unos zapatos que se han quedado pequeños pero de los cuales no puedes prescindir.
Paseó los ojos por aquella figura estilizada, sabiendo que terminaría pudriéndose en un calabozo si no aprendía a controlarse con la alta cuna. No es que les tuviese un verdadero respeto, ni que considerada su estatus superior, era una cuestión puramente de supervivencia. Había unas reglas no escritas que todo el mundo debía de respetar aunque no dudaba nunca en derribarlas si se le daba la oportunidad.
Volviendo a sus cabales, rezó para que aquel hombre no hubiese escuchado su orden, asumiendo que era ella la que se había interpuesto en el camino del noble y este le había mandado que se moviera; ese era un asunto que realmente le intrigaba, el motivo de porque los aristócratas solo sabían caminar en línea recta, siendo el resto quien tenían que virar. Se preguntó qué pasaría el día que se dirigieran hacia una farola.
En un andar poco fluido se apartó hacia un lado, dudando unos segundos hacia qué dirección moverse, como una muñeca mecánica de precario equilibrio. Lo más sensato hubiese sido alejarse de allí pero se quedó a un lado cual sirvienta dejando paso a su amo, mirando fijamente aquellos bonitos zapatos de tacón que le alzaban grácilmente del suelo.
- Discúlpeme señor, pero no le he visto… - lo añadió como el que repite por enésima vez una salmodia. Tampoco no tenía muy claro que podía hacer y que no, tan llenos de manias y caprichos que tenían esa gente, pero le pareció a adecuado, quizás lo justo para salir airosa.
Ahora sí, el círculo estaba completo. Ya podía coger esas piernas flacuchas y ejercitarlas al máximo. Pero siguió allí, parecida a un perro que espera un regalito tras dar la patita.
Todo cuanto hizo fue levantar la mirada en un gesto molesto, preparada para escupir veneno sobre la cara del insensato que se atrevía a taparle la vista, tan inapropiadamente cerca, de la única cosa que la entretenía en esos momentos en los que su orgullo agonizaba triturado por el dolor muscular.
Pero sus palabras huyeron escopeteadas en sentido opuesto, dejando tras de sí el ardor de un espiritoso tragado sin mesura. Todo cuanto salió de su boca fue un sutil y casi mudo “Apártese”, apenas un licor afrutado sin fermentar.
No fue el miedo a su atuendo de noble, ni su refinada postura lo que la detuvo. Siquiera esa extraña y vieja mirada bicolor que se paseaba por sus manchas. Fue algo diferente; era como llevar unos zapatos que se han quedado pequeños pero de los cuales no puedes prescindir.
Paseó los ojos por aquella figura estilizada, sabiendo que terminaría pudriéndose en un calabozo si no aprendía a controlarse con la alta cuna. No es que les tuviese un verdadero respeto, ni que considerada su estatus superior, era una cuestión puramente de supervivencia. Había unas reglas no escritas que todo el mundo debía de respetar aunque no dudaba nunca en derribarlas si se le daba la oportunidad.
Volviendo a sus cabales, rezó para que aquel hombre no hubiese escuchado su orden, asumiendo que era ella la que se había interpuesto en el camino del noble y este le había mandado que se moviera; ese era un asunto que realmente le intrigaba, el motivo de porque los aristócratas solo sabían caminar en línea recta, siendo el resto quien tenían que virar. Se preguntó qué pasaría el día que se dirigieran hacia una farola.
En un andar poco fluido se apartó hacia un lado, dudando unos segundos hacia qué dirección moverse, como una muñeca mecánica de precario equilibrio. Lo más sensato hubiese sido alejarse de allí pero se quedó a un lado cual sirvienta dejando paso a su amo, mirando fijamente aquellos bonitos zapatos de tacón que le alzaban grácilmente del suelo.
- Discúlpeme señor, pero no le he visto… - lo añadió como el que repite por enésima vez una salmodia. Tampoco no tenía muy claro que podía hacer y que no, tan llenos de manias y caprichos que tenían esa gente, pero le pareció a adecuado, quizás lo justo para salir airosa.
Ahora sí, el círculo estaba completo. Ya podía coger esas piernas flacuchas y ejercitarlas al máximo. Pero siguió allí, parecida a un perro que espera un regalito tras dar la patita.
Es lo que pasa con los zapatos estrechos, vas calzado pero nunca podrás correr con ellos.
© hekate
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