Darkness Revival
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ienvenidos a Darkness Revival.Estais a punto de adentraros en Londres, año 1890, una época tan peligrosa como atrayente. La alta sociedad se mueve entre bailes oficiales, bodas, cabarets y fumaderos de opio. Las prostitutas y mendigos se ganan como pueden la vida, engañando, robando o estafando. Pero hay algo mucho mas oscuro en las calles de la ciudad del Támesis, más oscuro aún que el terrible Jack. Seres sobrenaturales como brujas, vampiros, metamorfos y malditos se esconden entre los miembros de la sociedad, temerosos de la sangrienta hermandad que les persigue: la Black Dagger Brotherhood. ¿Sobrevivirás? .


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El muchacho llamado Harold. (Libre para cualquier caballero)

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Mensaje por Hertha Ann Russell Vie Ago 01, 2014 8:43 am



El muchacho llamado Harold.
Libre ф 1/8/1890 ф Algún callejón cerca del puerto.


"No les deseo a las mujeres que tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas". — Mary Wollstonecraft



Desafiando a mis tías, para variar, y al resto del mundo, salí de casa en plena noche. No es que no me preocupase aquel asesino que se hacía llamar Jack el Destripador y que asesinaba prostitutas en Whitechapel, es que yo no era prostituta y la prudencia nunca se ha encontrado entre mis virtudes. Además, no iba a irme sola, uno de mis primos venía conmigo.

– Algún día todas las mujeres vestirán con pantalones.

Le dije mientras me abrochaba el chaleco gris con raya clara y me ataba la corbata. Mi primo me miró y se rió, y dijo algo así como que no sabía cómo tomarse que a mi me sentaran sus trajes mejor que a él. Aunque supongo que debería ser yo la que tenía ofenderse por aquello, pero nunca me había preocupado tener la cinturita de avispa y me gustaba demasiado comer como para privarme de ello por atar de más las lazadas del corpiño.

En cortas distancias, era innegable que era una mujer, pero con el pelo recogido bajo el sombrero, el traje de mi primo y envuelta en la oscuridad de la noche Londinense pasaría totalmente desapercibida, como siempre. Puede que aquella fuese la única rutina de la que no me cansaba y, como cada vez que atravesaba a hurtadillas el jardín trasero de la casa, un hormigueo en el vientre me hizo sonreír.

Aquel día nos reuníamos en una taberna del puerto. un negocio familiar y modesto destinado a los marineros y estibadores. Uno de los hijos del dueño tenía nuestra edad y, aunque no sabía leer ni escribir bien, disfrutaba de las tertulias que manteníamos los miembros de la gaceta y, cuando intervenía, era elocuente como el que más. Estaba intentando enseñarle las letras y las cuatro reglas, pero apenas disponíamos de unas pocas horas por la noche después de las tertulias.

Llevaba bajo el brazo un portafolios de piel oscura en el que llevaba mi último manifiesto. Apenas acababa de terminarlo y había tenido que soplarle a la tinta para poder guardarlo dentro. A mitad de camino, mi primo se palpó en los bolsillos buscando algo en la chaqueta. Rodé los ojos y suspiré porque sabría lo que venía a continuación.

– Me he olvidado la pitillera en casa.

– Pues no fumes.

– No tardaremos mucho, Annie…

– Ve tú. Te espero allí. Quiero llevarle a Thomas los ejercicios antes de que lleguen los demás. Sabes que le da vergüenza reconocer que le estoy enseñando.

– ¿Estarás bien?

– No hay nadie por la calle y estamos cerca.

A regañadientes, mi primo volvió a casa y yo crucé los brazos sobre el cuerpo, calándome más el sombrero y comencé a andar con paso seguro y decidido hacia la taberna, intentando no mirar alrededor para evitar encontrarme con nadie, clavando la vista en el suelo. Se escuchaba el murmullo quedo en las calles adyacentes de las prostitutas saliendo al paso de los caballeros y las voces de algunos borrachos que acabarían pronto en pelea si nadie los separaba.

Al torcer una esquina, y por caminar mirando al suelo, me topé con un cuerpo cálido, pero apenas me dio tiempo apreciar al pobre viandante al que había arrollado antes de perder el equilibrio y caerme de espaldas, aterrizando sobre mi trasero en un charco de barro del que prefería no pensar la procedencia. El portafolios también se había caído al suelo, esparciendo a su alrededor las hojas que llevaba dentro. Los ejercicios de cuentas para Thomas… y también el manifiesto.



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Mensaje por Maxwell J. Dankworth Vie Ago 01, 2014 12:33 pm

La noche podría haber sido genial, podría haber estado llena de entretenimiento y diversión si el estúpido de de Jeff no se hubiera empeñado a ir con Max. Hacía años que no se veían, y aquel hombre no despertaba su curiosidad. Se limitaba a hablar de su familia y su devoción a Dios. Aunque luego se acercaba demasiado a las prostitutas, y luego con Maxwell no quería probar nada. Aquello le ponía de los nervios. Vale que el hombre no era excesivamente guapo, pero se había imaginado lo divertido que sería poseerlo y reírse de él por su debilidad y su poco a pego a Dios, pero aquel estúpido seguía pensando que los acercamientos de Max se limitaban a una cordial relación de amistad entre caballeros. Estúpido, cómo le odiaba.

Consiguió librarse de él cuando entraron a un fumadero de opio. Estuvieron allí fumando al menos dos horas. Maxwell se dedicó a lanzar aros de humo al aire mientras Jeff le hablaba sobre las importaciones internacionales, sobre las bellas mujeres de Londres y sobre lo estupendos que eran sus hijos. En fin, cosas que a Maxwell no le importaban lo más mínimo, solo quería pasarlo bien y entregarse al placer carnal con cualquier desconocida o desconocido, pero la presencia de Jeff le molestaba demasiado como para intentarlo.

Respiró profundamente el aire nocturno cuando saliò de aquel lugar lleno de humo. Agradeció realmente que el aire fuera fresco. Jeff salió detrás de él tambaleándose ridículamente. Maxwell no se molestó en ver cómo estaba sino que echó a andar en busca de un lugar donde pudiera tomar una copa y con un poco de suerte darle esquinazo a Jeff.
El hombre le adelantó, Max ni siquiera se dio cuenta de cuando fue, pero tampoco le dio importancia.
Le perdió de vista unos instantes cuando Jefd giró la esquina. En seguida escuchó el sonido de cuerpos caer al suelo. Sonrió divertido imaginandose a ese idiota tumbado en el suelo y lamentándose de su dolor. Pasó la esquina y se sorprendió. Jeff había tirado a alguien al suelo, estaba oscuro, Max pudo ver que llevaba ropa de hombre, pero cuando la luz de la luna se dejó de ver entre las nubes vio algo que llamó su atención, aquel hombre tenía unas facciones curiosas que llamaron su atención, una sonrisa suave se formó en sus labios y se acercó a quien estaba en un charco -Disculpe la torpeza de mi compañero- dijo mientras le tendía una mano para ayudarle a levantarse -¿puedo invitarle a una copa para compensarle por lo acontecido?- preguntó educado con una sonrisa cortés en los labios.
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Mensaje por Hertha Ann Russell Sáb Ago 02, 2014 7:05 pm

El hombre con el que había chocado estaba tan borracho que no había logrado ni moverse del suelo después de colapsar tras la caída. Levanté las manos del charco y las limpié en el chaleco. Total, más negro que era el cuervo no iban a ser las alas y ya me había manchado los pantalones. Bueno, más bien ya había manchado los pantalones de mi primo.

-Borrachos…

Mascullé. No me había dado cuenta del otro hombre que se había acercado a nosotros, así que cuando se dirigió a mi me sobresaltó y tuve que llevarme una mano al pecho. – Por el amor de Dios… – Intenté que mi voz sonara grave. Bueno, no es que tuviera una voz especialmente fina y delicada, pero no estaba segura de si se había percatado de que no era un hombre.

El joven me ofrecía la mano, pero la rechacé y me incorporé del suelo por mi misma. No necesitaba ayuda para algo tan tonto. Intenté mantener la cabeza gacha todo el tiempo, esperando que la escasa iluminación y el sombrero escondieran mi rostro lo máximo posible.

-¿No debería invitarme él?

Pregunté en tono sarcástico señalando al borracho dormido en el suelo con la cabeza mientras me agachaba para recoger los papeles con tono nervioso. Por suerte, el manifiesto estaba más o menos intacto y aquel extraño no había reparado en él. Sólo entonces me permití levantar levemente la mirada para descubrir el rostro de mi interlocutor.

Era atractivo y más joven de lo que había imaginado. Olía también a alcohol y a tabaco, pero también se adivinaba un olor sugerente y elegante de perfume. Tenía los ojos levemente enrojecidos y una sonrisa agradable. Parecía inofensivo, pero aún así no me hacía demasiada gracia que un extraño me abordase de ese modo.

-M-me están esperando… Pero gracias por la invitación.
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Mensaje por Maxwell J. Dankworth Sáb Ago 02, 2014 8:04 pm

Sonrió al ver el sobresalto del hombre caído, había algo que no le terminaba de convencer de su apariencia, pero, si tenía suerte tendría toda la noche para tratar de averiguarlo, o tal vez para conseguir su objetivo.
Le hacía gracia que mirara todo el rato al suelo, eso solo confirmaba su sospecha de que ocultaba algo, y lo descubriría. Al escuchar el comentario sarcástico sobre lo que debería hacer el pobre Jeff, que yacía ya dormido en el suelo una risa suave abandonó su boca
-Me temo, caballero- dejó caer la última palabra como si una parte de él dudara de ello –que mi compañero está en demasiado mal estado como para hacer lo que debería- dijo con una sonrisa de disculpa, como si realmente el idiota de Jeff le importara.
Cuando su interlocutor alzó por primera vez la cabeza para mirarle sus ojos brillaron, tanto por la diversión como porque el hecho de que le mirara le gustaba, todo juego empezaba por una simple mirada.
El lleve tartamudeo de la persona frente a él le resultó divertido, una muestra de nervios, o quizás algo de atracción, aún no lo sabía. La excusa expuesta por su interlocutor no le pareció un problema, ya que a su parecer tenía solución
-Si le parece bien puedo quedarme aquí con usted hasta que su acompañante vuelva e invitarles a ambos- dijo con educación y una sonrisa encantadora –Realmente quisiera compensarle por lo ocurrido- se mostró arrepentido.
-Permitidme que me presente, me llamo Maxwell Dankworth- le tendió la mano –¿Y usted?
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Mensaje por Hertha Ann Russell Miér Ago 06, 2014 8:53 pm

Sí que era insistente aquel tipo. Parecía demasiado obcecado en invitarme a aquella copa. ¿Se debía acaso a un verdadero interés por desagraviarla? Quizá simplemente era un afán por obtener un nuevo compañero de correrías, en el caso de que se hubiera creído, alentado por su estado de embriaguez, que yo era realmente un varón, ya que su actual compañero no parecía capaz de seguirle el ritmo. La otra opción es que hubiera descubierto que realmente era una mujer, aunque me siguiera el juego, y quisiera aprovecharse de la situación.

– No estoy esperando a nadie, me esperan a mí.

¿Acaso había visto como mi primo se marchaba? Eso indicaría que aquel muchacho llevaba más tiempo pendiente de mí del que me gustaba. Pretendí actuar con normalidad, cogiendo mi portafolios bajo el brazo y arreglándome el chaleco. Sin prestarle demasiada atención comencé a caminar, saltando el cuerpo del borracho caído. Los pantalones mojados del barro se me pegaban de forma incómoda en las piernas al caminar.

– Harold.

Mentí con una facilidad asombrosa. El nombre salió de entre mis labios casi sin pensar. estaba acostumbrándome demasiado a aquella doble identidad, pero no podía decir que fuera algo que me disgustase o me preocupase en absoluto. Siempre me había sentido más cómoda en el rol de varón que en el de mujer.

– Me esperan en una taberna del puerto.
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Mensaje por Maxwell J. Dankworth Sáb Ago 09, 2014 11:31 am

Alzó las cejas al escuchar que otros esperaban a aquél caballero, pero no se iba a dar por vencido tan fácilmente, una de las cosas que había recibido tras el exorcismo, aparte de un aura de seducción y enorme deseo de cometer deseos carnales había sido la insistencia. La paciencia ya había sido algo más difícil de conseguir, ya que había tenido que conseguirla por su cuenta, rescatarla de su antiguo yo, del niño que tensaba en un futuro respetable, con una buena mujer a la que amara y con unos hijos obedientes, pero ahora todo eso le repugnaba, él moriría solo, estaría solo en el momento en que la dulce muerte le liberara de su demoníaca prisión, y quizás entonces se arrepentiría de sus pecados justo antes de ser enviado al infierno para reunirse con su creador, Asmodeo, el que le había hecho aquello.
Observó al tal Harold marcharse. La forma en la que decía su nombre parecía muy convincente, con mucha seguridad de que lo que decía era cierto, pero el hecho de que no lo dijera mirándole a la cara no hacía más que aumentar la sospecha de Maxwell de que aquella persona escondía algo, y lo descubriría, encontraría la forma de averiguarlo y también encontraría la forma de atraer a aquel caballero hasta sus brazos. No sería la primera vez que lo  consiguiera, ya había compartido su lecho con hombres, el primero había sido su padre. Era divertido ver la cara de extrañeza y las reacciones de algunos hombres tras yacer con él, lo había pasado bien.
Sonrió al escuchar el lugar en el que el tal Harold iba a pasar la noche, era muy probable que le buscara, sin duda iba a hacerlo y no era algo que pensara esconder.
- Es más que probable que nos volvamos a ver, señor Harold, y si pasa eso me alegrará mucho- dijo con amable educación.
- Pienso descubrir lo que esconde, señor - dijo señalando el portafolios que quedaba resguardado bajo el brazo de su interlocutor, aunque no era eso a lo que se refería, y algo en el tono de su voz, dio a entender levemente que se refería a algo que estaba más allá del portafolios.
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Mensaje por Hertha Ann Russell Lun Ago 11, 2014 10:09 pm

Seguí andando sin volver la vista atrás hasta que escuché su voz a mi espalda diciendo que volveríamos a vernos. Por alguna extraña razón, aquella frase me hizo esbozar una sonrisa no consentida en mis labios que agradecí que él no pudiera ver. Me giré y dí unos pasos de espaldas, mirándole, pero asegurándome de que el sombrero continuaba ocultando mi rostro.

– Estoy seguro de ello, caballero…

Sin embargo, no me hizo tanta gracia aquella amenaza… o promesa, de que acabaría por descubrir el secreto que escondía. Que descubriese que en realidad era una mujer no me importaba demasiado. A fin de cuentas, era algo que escondía más por mi propia seguridad que por verdadera necesidad. Pero si descubría los artículos que escribía para la gaceta sí podría verme en serios problemas.

Podrían expulsarme de Cambridge.

– La curiosidad mató al gato, señor Maxwell. ¿Nunca lo ha oído?

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y sentí cierta excitación en aquella situación. Antes de dar la vuelta a la esquina y salir de su rango de visión, alzó la voz otra vez para que me oyera, poseída por una osadía impropia de mí, al menos impropia en aquel tipo de menesteres, pues me consideraba una mujer arrojada, pero no era dada a flirtear.

– ¡Si volvemos a vernos aceptaré esa copa!

Pocos minutos después llegué a la taberna donde había quedado en reunirme. Había mirado hacia atrás cada pocos pasos, bien para asegurarme que él no me siguiera, o con la esperanza de que lo hiciera. No tenía demasiado claro qué era lo que quería y eso me hacía sentirme confundida y molesta conmigo misma.

– ¿Qué le has hecho a mis pantalones? ¿Y dónde diablos estabas? ¡Me tenías preocupado! – Exclamó mi primo al verme llegar. Finalmente me había adelantado. Balbuceé alguna excusa mientras volvía a mirar hacia atrás, hacia la puerta.
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Mensaje por Maxwell J. Dankworth Vie Ago 22, 2014 7:03 pm

Claro que lo he oído, aunque no creo que hay que correr el riesgo, la muerte no me asusta-dijo al tiempo que una meda sonrisa se formaba en sus labios. Le divertían tanto aquellas situaciones, situaciones en las que a parte de desplegar sus encantos y todas sus habilidades de caza tenía podía jugar a ser un detective. Estaba claro que aquel hombre ocultaba algo, al igual que estaba claro que Maxwell acudiría a la taberna del puerto, pero no lo haría enseguida, consideraba que la mejor opción era esperar un rato, así, el caballero se habría desmadrado un poco, quizás ya habría probado algo de alcohol y tendría la lengua más suelta, o estaría más dispuesto a dejarse llevarse llevar por sus instintos más primarios, quizás le alegrara la noche a Max, el cual podría disfrutar del tacto de una piel y de unos labios nunca antes probados por él.

Observó al caballero Harold marcharse y comenzó a caminar, no iba a ningún sitio, no en principio, dejó que pasara un buen rato antes de poner rumbo a la taberna del puerto. Caminó en silencio, con las manos en los bolsillos, había dejado a su mente descansar durante un rato, vagando sin rumbo, pero ahora volvió a activar sus pensamientos buscando la manera de descubrir los secretos de aquél hombre.

Sonrió al sentir la brisa marina en el rostro y al percibir el olor de la sal en sus fosas nasales. No tardó en encontrar la taberna que andaba buscando. Abrió la puerta con energía y se permitió por un momento observar los detalles de aquel lugar antes de que sus claros ojos azules emprendieran la búsqueda del muchacho que se escondía en aquella sala.
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Mensaje por Hertha Ann Russell Sáb Sep 20, 2014 6:14 am

Al final conseguí olvidarme de aquel desconocido que me había abordado en la calle. Mi primo me invitó a un vaso de vino y mis compañeros de tertulia y correrías se rieron de lo patosa que era cuando les conté cómo me había caído tras tropezarme con aquel borracho. Lo que más les sorprendía era que no se hubieran dado cuenta de que era una mujer. Busqué también un momento para escabullirme a solas con Thomas y poder darle los ejercicios, disculpándome hasta lo indecible porque estuvieran un poco maltrechos y llenos de barro.

Dejé que me insistieran un poco antes de enseñarles el próximo manifiesto del periódico, pero al final cedí y lo saqué de la carpeta. En vez de leerlo en voz alta, se lo fueron pasando de uno en uno para leerlo en voz baja. Mi primo se lo leyó a un par de compañeros que no sabían leer prácticamente susurrándoselo al oído. La oscuridad que les confería el fondo de la taberna nos hacía sentirnos seguros, pero aún así sabíamos que podíamos meternos en un buen lío si alguien descubriera esto. En especial yo.

Fueron firmando el manifiesto uno a uno, para dejar de manifiesto su conformidad con las ideas expuestas. No podía dejar de sonreír orgullosa ante la lealtad incondicional de mis compañeros. Ojalá todo esto que estábamos haciendo sirviera de algo, al menos para inflamar las mentes de trabajadores explotados que se atrevieran a plantarse ante los abusos de sus jefes, o que algún empresario con algo más de escrúpulos sintiera caerse su cara de vergüenza al verse identificado en mis líneas… No. Eso no pasaría.

Guardé de nuevo el manifiesto y, tras comentarlo un poco, la conversación enseguida derivó hacia temas más frívolos. Un par de mis amigos empezaron a hablar de mujeres con la esperanza de escandalizarme, pero era una tarea inútil. Al poco tiempo, acabaron retandome a beber en contra de Thomas. Les hacía demasiada gracia ver a una mujer beber como yo lo hacía, y a mi me encantaba demostrarles que no soy ninguna blanda.

Fueron poniendo varios vasos de vino sobre la mesa. Thomas y yo íbamos cogiendo cada uno de ellos y bebiéndolos de un sólo trago. Mi primo contaba el tiempo en su reloj. Al cabo de un minuto, el ganador sería aquel que más vasos hubiera bebido. El resto de los presentes nos coreaban y animaban. Si mis tías me vieran ahora mismo… Creo que podría matarlas de un infarto. Pobre mujeres. No lograron hacer de mí una señorita.
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