"La mano de una mujer" - [Lizzie Williams] || Privado

Ese día, como era costumbre, la ciudad había amanecido teñida de esos colores grises, apagados, sin vida. Pocos eran los rayos de sol que se colaban entre las densas nubes y ninguno llegaba a traspasar los cristales de la balconera de mi dormitorio.
Desperté en casi una total oscuridad, pese a que Emma descorrió las pesadas cortinas de manera enérgica. La habitación continuó en la penumbra y, dado que no tenía ninguna tarea por la mañana decidí, para sorpresa de Emma, volver a enterrarme entre las sábanas y dormir un par de horas más con tal de recuperar las horas de sueño que había perdido la noche anterior. Emma no tenía idea alguna de qué era lo que hacía cuando salía. Es más, ni siquiera sabía que salía, pues lo hacía sigilosamente, y del mismo modo, regresaba a casa.
-Prepara un baño dentro de un par de horas, Emma, necesito descansar un poco más.. -rezongué desde la cama, hecha un ovillo, con los ojos cerrados, cansados. La mujer asintió en silencio y se retiró de la habitación, dejando que de nuevo, me sumiera en el dulce abrazo de Morfeo..

No sé a ciencia cierta cuanto tiempo pasó hasta que desperté de nuevo, envuelta por el aroma del jabón que empezaba a inundar mi habitación. Emma salió del cuarto de baño contiguo, secándose las manos en el delantal que adornaba su uniforme de criada y agachó la cabeza dedicándome una leve sonrisa, indicándome que el baño estaba listo. La despaché cortesmente y cuando la puerta de mi dormitorio se hubo cerrado, salí de la cama. Anoche llegué tan cansada que ni siquiera me cambié de ropa. Todavía llevaba unos viejos pantalones de hombre y una camisa holgada que antes de estar cubierta de sangre reseca había sido blanca. Seguramente ya habrían encontrado el cuerpo y, como siempre, se habría formado un gran revuelo. ¿Nunca iban a acostumbrarse?

Escondí la ropa, como siempre, en el baúl donde conservaba aún todas las prendas de John y me dirigí al al cuarto de baño donde la bañera me esperaba humeante.
El agua lamió mi piel, arrastrando la sangre que se había quedado pegad a ella, tiñéndola como se tiñe el té cuando sumerges las hierbas. Me lavé a conciencia, pues caí en la cuenta de que horas más tarde, esperaba una importante visita.

Acabé de asearme, eliminando las últimas pruebas de que aquella noche Jack había vuelto y tras vestirme adecuadamente y acicalarme, Lizzie volvió a asomar entre mi rostro. Las horas se me hicieron largas, sentada en aquella butaca del comedor que había pertecido a mi difunto marido, desde la cual había contemplado como la sangre inundaba el comedor y como su cadáver había quedado abierto en la alfombra. Apenas probé bocado a la hora de la comida y cuando a media tarde el timbre resonó en la casa, salté velozmente a abrir la puerta, antes incluso que Emma pudiera salir de a cocina. Alisé la falda con las manos y retoqué mi pelo frente al espejo de la entrada y contemplé aquella curiosa silueta que se dibujaba nítidamente en el cristal. Abrí la puerta, sonriendo ligeramente. - Tan puntual como siempre, señor Moriarty...-saludé inclinando la cabeza ligeramente y me hice a un lado, mostrandole el interior de la casa con mi mano en un elegante gesto para invitarle a que entrase. -Por favor... entre, no se quede ahí parado... Tenemos muchos temas que tratar, señor...