El rumor de las rosas blancas.

   

Una reunión más de cortesía, una tarde más perdida de mi lectura de Los cuentos de Canterbury. El vestido de tono salmón llevaba preparado semanas, al igual que parte de los complementos que debería de llevar a juego, por lo que cuando esa tarde llegó no tuve más que por que recogido me harían para llevar aquel vestido. El vestido hasta media manga sólo destacaba por las pequeñas flores de un rosa más intenso que destacaban sobre el tono pastel. Por mucho que su familia fuera conocida por realizar los vestidos más únicos de Londres, ella siempre optaba por mantener la discreción en todo momento y para sus padres era más bien el catálogo de telas que el maniquí al que vestir con lo más novedoso.

Antes de salir de su casa observó su reflejo en el gran espejo de la entrada: el pelo sujeto en un complicado recogido que no terminaba de controlar algún mechón rebelde, pero que si no lo hacía era por poco; los guantes largos y blancos hasta mitad del brazo, justo un par de centímetros por debajo de la manga del vestido; y el traje quedaba acorde con mi cuerpo, por suerte el tono salmón era lo suficientemente vivo para que destacara sobre la piel blanca y los pequeños pendientes de brillantes en forma de botón le otorgaban el último toque al conjunto en general. No tenía gran debilidad por los grandes despliegues en lo que a joyas se refería, y más de una discusión me había llevado por ello.

El carruaje nos llevó apenas un par de calles antes de volver a parar. Antes de salir me conciencié y traté de poner la mejor cara de circunstancia posible, con el tiempo tenías que tener la facilidad para aparentar comodidad en un sitio del que querías huir si te fuera posible. Desde que mi hermano me ayudó a bajar del carruaje hasta que conseguí despistar a mis padres que hablaban con unos vecinos no dejaron de enseñarme y pasearme por todo el salón como si fuera un cuadro en una exposición. Saludos, reverencias, comentarios banales y conversaciones sin sentido se sucedían una tras otra hasta que divisé un elegante hueco con una silla tras una columna, era mi oportunidad para descansar los pies, y pasar desapercibida durante un poco de rato. No tarde demasiado en encaminarme hasta tal punto que dejé de tener conciencia de lo que había a mi alrededor hasta que un joven me empujó derramando el vino que tenía en parte de la falda de mi vestido. Pese al tiempo de reacción que tuve, el bajo del mismo estaba manchado, aunque no tenía demasiada importancia, no creía que volviera a ponerme ese traje.

- No, no os preocupéis. Ha sido un simple incidente -dije lo bastante alto, y en un tono despreocupado para que aquellos que tenían sobre nosotros la vista la devolvieran a sus asuntos. Me fijé en la cara del chico y parecía realmente preocupado, no es que yo estuviera cómoda siendo el entretenimiento de toda una sala, pero nada podíamos conseguir poniéndonos ambos como tomates y sin que ninguno dijera algo para relajar el ambiente. - No os lamentéis más, ha sido un simple desliz que cualquiera hubiera podido tener. Además, era una tela un tanto fea y habéis tenido la cortesía de darme un motivo para deshacerme de ella.

Benjamin soltó un poco de aire y miró hacia los lados, el resto de los presentes parecían haberse olvidado de lo sucedido, centrándose de nuevo en sus asuntos. El ambiente agradable reinaba e incluso la música se reanudó de nuevo, así eran las cosas en la alta sociedad, un error podía macarte y a la vez se olvidaba en cuestión de segundos, pero no por ello dejaba de ser el cotilleo del momento (dependiendo obviamente de que se tratase) pero la muchacha parecía saber bien el funcionamiento de todo aquello.

-Puedo acompañaros para que os limpiéis o mi madre podría dejaros un vestido, seguramente encontrará alguno de vuestra talla. No creo os guste ir con manchas de vino -comentó mirándola con discreción, evitando cualquier contacto visual con los ojos grisáceos de la muchacha-

Le sorprendió que no le hubiera dado tanta importancia al hecho de deshacerse de un vestido cara o los valoraba muy poco al tener tantos o simplemente su aspecto le era indiferente. La mayoría de jóvenes damas que había conocido tenían muy en cuenta el estar perfectas en cada momento y por ello pensó que ella también sería igual.

Decidió conducirla escaleras arriba, donde podrían estar algo más tranquilos ya que se trataba de una zona privada para la familia y los invitados no podían pasar.

-¿Y bien? Me sabría mal amargaros el acto por un descuido -sonrió tímidamente - dejad entonces que os ayude a arreglar este percance.

El baño estaba cerca y la dejó un momento sola, no tardó mucho en regresar con una toalla húmeda en la mano. Era la primera vez que quitaba una mancha y no estaba seguro de si sabría hacerlo muy bien, las gotas de sudor caían por su frente perlada.

Por mucho que traté de liberar un poco de tensión el ambiente parecía que aquel muchacho estaba más preocupado por el vestido que yo misma. No era algo que me preocupara en demasía, lo más seguro es que tras esta noche no volviera a ponérmelo ni una vez más, de eso ya se encargarían mis padres. Pero tratando de no parecer descortés acepté su ayuda, extrañándome cuando comenzó a dirigirse escaleras arriba.

- Disculpad mi pregunta, pero, ¿acaso sois un Winter? No quisiera importunar a los anfitriones adentrándome en su casa sin permiso alguno. -dije con la mejor de mis intenciones. No me importaría que aquel que parecía mi nuevo acompañante estuviera tan callado, aunque debía agradecerle que me hubiera sacado de aquel lugar tan abarrotado y con demasiado ruido para mi gusto. Arriba sólo resonaba el eco de la fiesta de abajo, pero gracias al Señor, aquel lugar parecía completamente otro muy diferente. Mucho más acogedor y sin tanta ostentación ofrecía un ambiente más amable. Me dejó unos segundos en el servicio y tuve que sentarme para poder alcanzar mejor el bajo de la falda, cosa nada sencilla entre el corsé que me obligaba a estar tensa y erguida en todo momento y el pesado polisón que me impedía sentarme en casi cualquier lugar. Pasé más tiempo en alcanzar la tela manchada que en divisarla, no era una gran mancha, y el vino rosado apenas se veía entre la tela, no era una gran pérdida, desde una distancia común apenas se diferenciaría de las flores del vestido.

- No me habéis estropeado el acto, sólo ha sido un pequeño percance. Suerte tendremos ni de estos segundo no sacan nada más -susurré como si de un secreto se tratase y al final no pude por más que reírme. Seguro que mis padres pondrían después el grito en el cielo, pero también lo pondrían si hubiera rechazado sus atenciones... Padres, nunca se les entiende- Más siento yo haberos hecho tirar la copa, se os veía disfrutar con ella. A lo mejor después podríais indicarme qué bebíais para probarlo por mí misma, y que no lo haga mi vestido.

"Rayos" pensó para sí mismo, estaba tan acostumbrado a escapar de las presentaciones monótonas a las que era expuesto que se le había olvidado por completo presentarse, si sus padres se hubieran enterado le habrían gritado posiblemente. Pero eso por supuesto en la interior del hogar, para el resto de presentes tenían que ser la familia perfecta, ese típico cuadro familiar que se solía colgar en la chimenea.

-Sí, soy Benjamin Winter, es un placer conocerla ¿Señorita...? -desconocía su nombre y no le sonaba que los hubieran presentado en otra ocasión, generalmente los Winter solían celebrar los eventos con los mismos invitados. Pero se habría acordado de ella, tenía unos rasgos faciales bastante característicos y Ben tenían buen ojo para esas cosas. Sus instintos de pintor le hacían percatarse de detalles que a simple vista no se veían, porque él se había acostumbrado a mirar más allá -Veo que tenéis las mismas ganas que yo de volver a bajar... -dijo con ironía y se contagió de la risa de ella- Es agradable encontrar a alguien más que deteste estas... ¿Chorradas? -susurró- Y no os preocupéis por la copa... Pero hace más amena la velada, cuando estéis lista nos tomaremos unas cuantas, hacedme caso... Vuestro vestido ha tenido la suerte de catar un delicioso vino, pero sería injusto que su propietario no saciara su sed.

Miró hacia los lados y lanzó la toalla al suelo, tras hacer ese acto tan poco apropiado sonrió lentamente y miró a la muchacha de manera cómplice, invitándola a que ella también hiciera algo similar. Se sintió mejor, había aliviado su frustración.

Se quedó de pie y la observó, esperando con curiosidad conocer su movimiento ¿Habría aceptado su invitación a la inmoralidad? Tenía ganas de respirar llenándose los pulmones y de expulsar toda la rabia que ambos deberían de cargar una larga tarde, era muy injusto que fueran ellos los que pasearan sus caras largas mientras sus padres movían sus fichas para labrarles un futuro sin su permiso.

Por un momento tuve miedo de que aquel joven no fuera parte de la familia Winter y que todo aquello fuera una desfachatez por parte de ambos. Pero con la inocencia que desprendía era casi imposible que fuera de otro modo. Su nombre me sacó una sonrisa, mi madre antes de llegar me había estado repitiendo los nombres de los anfitriones una y otra vez. Pero una vez más no la había estado escuchando en absoluto. Suerte tuve cuando no le sentó mal que preguntase por su nombre, esperaba que le sentara peor.

- Señorita Beatrice Black. Es todo un placer Benjamin Winter -dije con una sonrisa, estirando la mano para estrechar la suya. No era un gesto demasiado ortodoxo, pero ni él ni yo parecíamos lo suficientemente asqueados de aquellos actos sin sentido a los que debían de asistir. Hasta ese instante no me había fijado en él con detenimiento, no se podía decir que no fuera guapo, incluso atractivo. Los rasgos del rostro, el extraño brillo en su mirada casi le hacían más interesante. Su risa suponía una victoria para mi, una pequeña y mínima victoria, pero era más de lo que esperaba conseguir aquella tarde- No siempre podemos disfrutar gastando el tiempo en aquello con lo que verdaderamente disfrutamos. Es una injusticia con la que habremos de convivir. -dije sin demasiados reparos. parecía que ambos nos encontrábamos en la misma situación de malestar, ¿para qué engañaros más?

- Creo que deberíamos ir a por esa copa de vino antes de que vuestra madre aparezca por esa puerta preguntando por la integridad de mi vestido. No quiero tener que contarle lo ofendido que se encuentra ante la torpeza de su hijo. -Bromeé, no es que me gustara mucho tener que volver a bajar, pero antes de que los cotilleos se fueran extendiendo como una chispa en una mecha. Me levanté del borde de la bañera, que lo había utilizado como asiento provisional, y recoloqué la tela del vestido y salí del baño esperándole en el pasillo. No podría tomar más de una copa de ese vino tan delicioso, pero al menos sí que quería pobarlo, y a lo mejor hablar sobre algo que no fuese sólo palabrería barata y sin sentido.- No me hagáis esperar, no querría tener que regresar a una conversación más sobre los cambios en la moda femenina; o con suerte sobre la belleza de las rosas rojas.

Bejamin la escuchó hablar desde el pasillo, tenía mucho carácter, quién lo habría dicho... Tras ese aspecto de muñeca de porcelana tenía un espíritu bastante guerrero.

El chico se encontraba en el baño, el agua caía bajo sus pálidas manos, creando una pequeña catarata que descendía hasta perderse. Agradeció el frescor que le produjo el agua fría regalándole una grata sensación y con las manos todavía empapadas las pasó por sus cabellos castaños, despeinándolos algo más.

Beatrice estaba de pie en el pasillo y Ben de manera caballerosa, como le habían enseñado desde pequeño, ofreció su brazo. Hizo una leve inclinación y tras eso extendió su brazo, se sintió bastante ridículo, cuando veías a otros muchachos hacerlo quedaba bien, pero hacerlo uno mismo... Su porte era elegante y sus movimientos intentaban acompañar a su buena imagen, aunque su timidez no siempre ayudaba.

-Ignoremos los comentarios y si se acerca mi madre le daremos lo que tanto quiere, la imagen de dos excelentes jóvenes disfrutando de un agradable evento Winter -sonrió y bajaron las escaleras, Ben intentó ir al ritmo de las notas de piano, aunque el pianista era bastante malo- acaban de destrozar una pieza de Mozart... El Réquiem ha sido mancillado -puso los ojos en blanco y fulminó con la mirada al autor- seguidme, señorita Black.

Bejamin caminó hacia el lugar en el que se habían conocido, en una preciosa mesa de madera de cerezo descansaba una bandeja con copas de vino. El mango de cristal simulaba un fino cuello de cisne y las copas resultaban todavía más tentadoras a la hora de coger, eran de un gusto realmente encantador. El joven cogió dos con dedos cuidados y la acercó hacia Beatrice.

-¿Un brindis? -preguntó moviendo la copa en círculos, el líquido tinto hacía remolinos, era una tormenta púrpura-

No estaba acostumbrada a que me hicieran esperar demasiado, y aunque mis palabras no eran más que una broma, por unos instantes temí que le hubieran molestado. Esa era la peor de las opciones posibles, molestar a alguien que sólo había tratado de ayudarme en todo momento. Por suerte regresó con una sonrisa; y, en un acto un poco fuera de lugar, me ofreció su brazo, inclinándose para hacer una reverencia y besar mi mano antes de bajáramos las escaleras. No terminaba de entender aquella acción aún cuando volvimos a entrar en el salón y todo el mundo se giró para mirarnos y cuchichear sobre qué hacíamos juntos, o por qué habríamos tardado tanto en bajar. Alguna risilla aguda se escuchaba por entre los asistentes, pero preferí no prestar atención alguna.

- Si vuestra madre pregunta le comentaré el buen gusto que tuvo al elegir las alacenas del pasillo superior. Seguro que se siente más que satisfecha con tal alago. - pronuncié antes de que nos viéramos obligados a separarnos para comenzar a bailar. No era algo que me volviera loca, pero con el tiempo y las más que intensivas clases de Lizzie, era algo que se había convertido en una repetición de movimientos gráciles que realizaba casi como si le fueran tan naturales como caminar. Buenas reprimendas y dolores de pies le había costado conseguirlo. La música, tan dulce y armoniosa, si se interpretaba con rectitud, parecía en este caso una aberración a los oídos de cualquier amante de la música- ¿Es usted un gran amante de la música, señor Winter?

No me negué a seguirle, más no pude evitar reír entre diente cuando vi el sitio al cual se dirigía. Ya no quedaba rastro alguno de los trozos de cristal roto o del vino derramado, pero era indiscutible que aquel lugar era el más alejado de todo el salón, y el mejor para ocultarse todo lo posible de las miradas indiscretas. Me tendió una fina copa de cristal, que casi temí que se rompiera al coger, pero que atraían a la vez con algo que parecía mágico, casi hipnótico. - Por supuesto, brindemos. Pero no por nosotros. Mejor por una interpretación decente de las obras de arte. -sugerí al notar que la nueva música que brotaba del piano no era mucho mejor que la anterior.

Benjamin amaba la música al igual que la pintura, ambas eran sus pasiones, si respiraba era por ello. Hay personas que necesitan el alcohol para vivir, una buena novela, una calada de un  cigarrillo... El muchacho vivía para sentir el arte, las manchas de pintura en sus dedos y las teclas del piano, esa sensación le reconfortaba más que ninguna otra. Tenía talento, muchas veces se lo habían dicho, pero sus padres seguían viéndolo como un pasatiempo inútil que no le llevaría a ninguna parte en la vida. Algunas veces había deseado con todas sus fuerzas el impulso de abandonar su hogar y volar hacia Paris, tener una nueva vida como artista callejero, era mejor pasar hambre que vivir anclado a ser un infeliz.

-Decir que amo la música es quedarse corto -alzó la copa y la chocó suavemente contra la de ella, el cristal emitió un dulce sonido- cuando me sea posible le regalaré una buena interpretación del Réquiem, se lo prometo. Mis padres seguramente me insistan para que toque algo, no tenía nada pensado... Pero cuando estoy delante del piano tampoco tengo que hacerlo, son mis dedos los que piensan por mí ¿No toca algún instrumento?

La señora Winter apareció sin que ninguno de los dos la viera venir, su largo cuello de cisne le daba un aspecto todavía más orgulloso si eso era posible. Le dio dos golpecitos en el hombro su hijo, el cual se giró sobresaltado, daba la impresión de que hubiera visto a un fantasma en vez de a su madre. Bejamin alzó una ceja y en sus labios se dibujaron una curvada (fingida) sonrisa.

-Por favor, querido ¿Podrías tocar algo? -preguntó su madre, aunque su tono era más de orden que de una inocente proposición-

El joven rió mirando a Beatrice, se notaba que conocía bien a sus padres, más de lo que ellos conocían a su hijo.

-Lo que os había dicho... -susurró en voz baja, la madre de Ben se marchó no sin antes haber intentando poner oído para escuchar lo que hablaban- Disfrutad de la pieza.

Benjamin caminó hasta el piano, en esas ocasiones abandonaba su expresión tímida y de mirada baja para ser una persona confiada, que disfruta con lo que hace. Sus pálidas manos pasaron sobre las teclas blancas y negras, disfrutaba de todo aquello, una descarga eléctrica le recorría... Si la muerte le hubiera tocado habría muerto feliz. Comenzó a tocar sin tener muy claro lo que el público deseaba escuchar, pero ahora estaba solo en el mundo y eso le gustó.

No sabía qué, pero algo cambió en el momento que le pregunté por la música. Parecía como si sus ojos hubieran cambiado su tono, y ahora tenían un brillo casi mágico. Cierto que la música me gustaba, pero nunca había sentido por ella una fascinación tal como para parecía tener él. Quería contestar, pero antes de que me fuera posible apareció una mujer de cuello largo y altiva pose pidiéndole a Benjamin que nos deleitara con alguna pieza. Tal y como se dirigió a él no hubo demasiadas dudas sobre de quién se trataba.

- No defraudéis a vuestro público. No quiero que por un desliz no podáis volver a aparecer en ninguna reunión social más. -respondí antes de que se marchara en dirección al piano. Sola de nuevo esperaba que no apareciera ningún otro caballero para entablar conversación. No esperaba que en aquella reunión fuera a encontrar a alguien que estuviera tan asqueado con aquella toda parafernalia como yo. Esperé a verle sentado en el taburete frente al piano para acercarme a su lado. No quería molestar, aunque mientras que caminaba se le veía seguro de lo que hacía y de él mismo, nada tenía que ver con aquel joven tímido con el que había conversado.

La música comenzó a sonar al poco, y cierto era que le apasionaba. No comprendía mucho de aquello, pero la armoniosa melodía parecía flotar en el ambiente. La sala se quedó en absoluto silencio mientas unas notas iban sucediendo a las otras, y mis labios poco a poco convertían aquella sonrisa que siempre tenía, por otra muy parecida pero de sorpresa y admiración.

No levantó ni por un momento la vista, escuchaba los susurros tenues que en cierta manera hacían que su pieza fuera más hermosa. Cerró sus ojos y se dejó llevar por aquella maravilla sensación embriagadora, había tanta belleza en sus movimientos que cualquiera se habría detenido para escucharle, mirarle y sentir algo de admiración por la manera en la que creaba todo aquel ambiente.

Las notas se detuvieron y Benjamin siguió con la cabeza baja, los mechones castaños claros cayeron por su frente. Los aplausos reinaron en la sala principal de la mansión Winter, parecía haberles dejado cautivados, prendados por la belleza que era la música que creaba aquel joven.

Los aplausos continuaron a la par que Ben se levantó del  taburete, antes de marcharse presionó varias teclas y una dulce melodía sonó, los ojos curiosos de los presentes brillaban, seguramente esperaban alguna pieza más... Pero él no quiso, simplemente miró a sus padres que le devolvieron el saludo con una leve inclinación de cabeza, eso era todo.

La belleza seguía en su cabeza y otro pianista ocupó su lugar, tenía talento, pero no tenía la chispa que hacía que te enamoraras de su música, el talento era algo que se obtenía, pero el trabajo duro y la pasión no solían ir ligados. Eso era lo que aquel pianista tenía, un talento poco trabajado y poco amor por lo que hacía. Para amar hay que sentir y que ese sentimiento te duela en el pecho, que te duelan los dedos y continúes con ello.

Buscó con la mirada a Beatrice y juró verla tras unos elegantes caballeros, se acercó hasta ellos con una sonrisa. Esperaba haberse ganado su aprobación, le importaba lo que pensaran de su manera de tocar y por supuesto, aceptaba las críticas.

El embriagador sonido de la música me tenía absorta, tanto que no escuché el sonido que producían los zapatos de Joseph al andar. Sólo noté su mano sobre mi hombro cuando ya estaba a mi lado extendiendo el brazo libre para apartar la copa de cristal de mi poder y poder beber él de ella, hasta vaciarla. "Madre dice que tenemos que irnos, ahora" fueron las únicas palabras que pronunció mientras miraba a Benjamin en el piano como hacía yo.

-Deja que termine la pieza- susurré sin saber si me abría escuchado. Pero en aquellos instantes no creía que pudiera moverme de lo enganchada aue estaba a la melodía que reinaba en el ambiente. No me dejó que pasara más de un par de segundos desde que la música cesó cuando ya me estaba dirigiendo hacia la puerta. Nada en esta familia se podía hacer con tiempo y tranquilidad. Lo único que quería, por una vez en mucho tiempo era poder entablar amistad con alguien y que no fuera por intereses comerciales. ¿Acaso era tanto pedir? ¿Acaso no iba a poder tener alguna amistad fuera de las que eran beneficiosas para la familia?

Mis padres en la puerta ya estaban impacientado, y apenas me permitieron mirar al fondo de la estancia para ver como Ben venía hacia nosotros. Con una escusa me alejo de la incesante protección de mis padres, y aún a sabiendas de que esto después supondrá un par de reprimendas me acerqué hasta él.

- Creo que cualquier pianista a vuestro lado va a estropear la pieza que toque. - Le dije con una sonrisa sincera. "Beatrice" Sonó a mis espaldas antes de que pudiera decir nada más, por cosas así dejé de ilusionarme con las reuniones sociales- Ya voy, madre. He de irme, pero si decidís poneros en contacto conmigo, será todo un placer. Gracias por hacer más amena esta velada. Ha sido todo un placer, señor Winter.

No pude quedarme ni un instante más antes de tener que abandonar aquella casa y aguantar una de la peores vueltas a casa que pudieran ser imaginadas.