Recepción de la Fiesta de Juliette Plantâgent

A las doce de la mañana del día dieciséis de Octubre el astro rey se resistía a salir. Aún así, las nubes no eran espesas y dejaban pasar parte de los reconfortantes rayos, tranquilizando a los asistentes de la que ya se preveía como la gran fiesta que daría fin a la Temporada: la presentación en sociedad de la Duquesa de Aquitania. Existía gran excitación en torno al evento, pues parecía que iba a ser tan grandioso como inesperada la incursión de su organizadora.

Los invitados que llegaban a las inmediaciones de Hyde Park encontraban un sendero de rosas blancas atadas con lazo azul (colores de Francia) y el escudo rojo del león dorado (escudo de Aquitania) prendido del mismo. Todo ello no era más que un preámbulo del magnífico despliegue que había entorno a la reciente y vistosa obra del Palacio de Cristal (que no debía haber sido barato de alquilar). Entorno al mismo, decorado también en la misma línea, se extendían las pintorescas mesas de madera blancas como las que se ponen para las reuniones campestres y grandes carpas como se indicaba en la habitación. Según los invitados iban llegando, los camareros, vestidos impecablemente con levita color crema y azul, les indicaban a que carpa debían pasar y se les servía un copa de vino rosado espumoso. Todos comentaban cuán amables y educados eran, aunque alguno dejó notar su extremada palidez.

La gente se iba distribuyendo por el jardín, saludándose los que se conocían, y aprovechando para formar grupitos y escrutarse unos a otros. Pero había una pregunta que predominaba por encima de todas ¿cuándo saldría la Duquesa? Seguramente, su llegada sería espectacularmente anunciada, y probablemente estuviera esperando a que hubieran llegado la mayoría de los invitados para ser aún más espectacular.

Por primera vez en mucho tiempo, Benjamin se había despertado sin resaca. La mañana lucía maravillosa, estaba descansado y lleno de energía y, por supuesto, no tenía aquel molesto dolor de cabeza. En días cómo aquel, se planteaba seriamente dejar de beber aunque claro, aquel pensamiento duraba poco, cinco segundos para ser exactos. Los necesarios para recordar que, si estaba dónde estaba, era gracias a las visiones que obtenía perdiendo el sentido con el alcohol.

Se lavó y se vistió con sus mejores galas, pues aquel no era un día como otro cualquiera. La mayor fiesta del año iba a dar comienzo y él quería dar buena impresión. Montones de gente influyente y rica estaría allí y bueno… el joven Hammilton quería conseguir nuevos clientes.

Cuando estuvo preparado, el brujo partió al encuentro de su hermana. Ella sería su acompañante y, si era objetivo, tenía que reconocer que no podía tener mejor compañía. Aline era su confesora, conocía todos sus secretos y siempre le apoyaba… Era todo lo que necesitaba en aquel momento.

-Aline…- Benjamin observó, claramente fascinado, a su hermana. La joven le esperaba en el salón principal, totalmente preparada y bueno, tenía que reconocer que estaba espectacular- Estás muy hermosa… Todos los caballeros de la fiesta se girarán para admirarte- sonrió con cariño y le cogió del brazo- ¿nos vamos? ¿Estás preparada?

La pareja salió unos minutos más tarde por la puerta principal de la enorme mansión y se montó en el carruaje, que les condujo rápidamente al sitio donde tendría lugar la fiesta. Una vez allí, Benjamin no pudo evitar asombrarse de la increíble puesta en escena de la duquesa. Hasta el más mínimo detalle estaba controlado, y el joven brujo buscó a la anfitriona de la fiesta para darle su más sincera enhorabuena. No la encontró, por supuesto, por lo que negó con la cabeza y frunció el ceño, algo confundido.

-Oye Aline… ¿ves a alguien interesante por aquí?

Los eventos sociales no eran lo suyo, pero Aline tenía que admitir que estaba un poco emocionada por esa fiesta.

¿Y qué? Todo lo estaba haciendo por su hermano, porque mucha gente influyente acudiría al evento y porque así el negocio familiar prosperaría, eso era lo que Benjamin la había repetido miles de veces desde que recibieran la invitación. Y aunque ella era muy feliz con su vida en ese momento, sabía que su hermano no estaba conforme, que nunca lo estaba, y si verla a ella cómoda en ese lugar le hacía un poco más feliz… bueno, la sonrisa de la pelirroja sería más brillante que el mismísimo Sol. ¿Para qué estaban los hermanos, si no?

Sin embargo, no era esto lo que la ilusionaba, ni siquiera el hecho de conocer gente nueva, ni tan siquiera la posibilidad de que el galante caballero con el que soñaba estuviera entre los asistentes o cerca del lugar de recepción. Simplemente tenía un presagio. No como los que tenía Benjamin, esas… visiones como él las llamaba, fruto de su recientemente descubierto poder, sino simplemente.... tenía la impresión de que algo iba a pasar. ¿Una aventura? No lo creía, aunque Aline vivía con la esperanza de que alguna emoción llegara a su vida (“¿Más que ser la hermana de un brujo?”, se reprochó a sí misma al instante), pero tal vez encontrara material para escribir finalmente algo que pudiera publicar. Además, ¿quién no estaría emocionado ante la perspectiva de la fiesta de presentación en sociedad de la mismísima duquesa de Aquitania? Nadie, ni siquiera alguien como Aline.

De forma que se vistió el vestido que su madre la había ayudado a escoger (más bien había escogido ella sola) junto a los demás que llevaría a medida avanzara la tarde, y bajó al salón principal donde esperó a su hermano unos minutos hasta que él estuvo preparado. ¿Quién dijo que eran las damas las que se eternizaban a la hora de arreglarse? No en esta familia.

No pudo evitar ampliar su sonrisa al ver a Benjamin de tan buen humor y con una cara tan alegre. Eso significaba que no había bebido la noche anterior y, aunque sabía que no duraría, la joven estaba orgullosa. A pesar de apoyar a su hermano en prácticamente todo, desaprobaba sus métodos para conseguir ese poder, se estaba destruyendo a sí mismo y lo peor era que ni siquiera la escuchaba cuando ella se lo advertía. Por eso Aline era especialmente feliz cuando, aunque no fuera por obra de sus consejos, el mayor de los Hammilton dejaba olvidado el alcohol por una noche.

- Muchas gracias. –le devolvió la sonrisa cariñosa y le tomó el brazo.- Tú también estás muy elegante, seré la envidia de todas las damas hasta que se den cuenta de nuestro parentesco. –y lo decía en serio. Su hermano era muy apuesto, y ese día, especialmente ese día, irradiaba alegría y buen humor. No dudaba que estaría rodeado de muchachas toda la tarde, lo cual sería bueno para ella pues la daría mayor libertad de movimiento para curiosear.- Adelante.

Dio el visto bueno y no tardaron en llegar al lugar de recepción. No eran los primeros, pero tampoco eran los últimos.
Aline estaba sorprendida, al igual que el resto de asistentes, al parecer, por el lujo de detalles con el que se había puesto todo en marcha. Observadora a pesar de su miopía, la muchacha hizo un rápido repaso a toda la sala con los ojos entrecerrados para intentar enfocar mejor pero negando finalmente con la cabeza.

- No veo a la duquesa, si es a lo que te refieres. Y ahora mismo no puedo encontrar ninguna cara conocida, me temo. Propongo que nos quedemos aquí un rato, no creo que nuestras amistades tarden en llegar. –propuso, y no pudo evitar añadir.- Y si tardan en hacerlo, puedes ir y presentarte a alguien, que yo puedo arreglármelas sola.

Sonrió con inocencia a su hermano, consciente de que por nada del mundo la dejaría sin compañía por propia voluntad. Quería a su hermano, y realmente prefería charlar con él de cualquier cosa antes que intentar inventar un tema de conversación con desconocidos, pero también sabía que él trataría de emparejarla con algún caballero rico y poderoso en cuanto tuviera la oportunidad.

Y se negaba en rotundo a brindársela ella misma.

Lo cierto es que cuando había recibido la carta de la Duquesa de Aquitania había alzado una ceja con escepticismo. Primero porque no había oído hablar de ella en los días de su vida y segundo porque le parecía inecesariamente arriesgado organizar una fiesta al aire libre en esa época del año. En realidad era un riesgo en cualquier momento del año, vivían en Londres a fin de cuentas. Lo cierto es que apenas tenía interés en aquella celebración, como mucho una mínima curiosidad por saber quién sería la famosa Juliette Plantâgenet pero era una ocasión única para poder barajar a candidatas para esposa para su hermano. La vida privada de Arthur le interesaba aún menos que la fiesta de la francesa pero por el bien del buen nombre de la empresa debía casarse y si él no buscaba a una futura señora Wolfe lo haría ella.

Aquella mañana el tiempo decidió llevarle la contraria y amaneció con un sol fantástico y ni una nube que amenazara lluvia más tarde. Se vistió y esperó a que la criada la peinara en lo que las otras criadas preparaban el baúl con su ropa para todo el día que llegaría ahí antes que ella misma. Mientras esperaba a Arthur se dedicó a leer el periódico aunque a penas le dio tiempo a abrirlo ya que su hermano se presentó sorprendentemente puntual. Y parecía que el día tenía propuesto sorprenderla porque no sólo estaba ahí en hora sino que iba perfectamente acicalado y elegante.

-Buenos días Arthur, tienes buen aspecto. Bien hecho, será más fácil encontrar a alguien que quiera casarse contigo si pareces estar a la altura de tu apellido-aunque no lo pareciera, era lo más parecido a un cumplido que Evelyn podía dedicarle a su hermano menor. Se subió con él al carruaje que ya les esperaba y al llegar lo hizo de su brazo observando la opulenta puesta en escena ante ella. Si la señorita Plantâgenet podía permitirse aquello, tal vez fuera un buen partido. Era extrangera lo cual no era ideal pero su hermano tampoco y no se le podía pedir peras al olmo.

-¿Vas a jugar al cricket esta tarde?-le preguntó en un intento de iniciar una conversación civilizada mientras miraba a los que ya habían llegado entre los que reconoció a Benjamin Hammilton-mira, ese es Benjamin Hammilton y esa encantadora joven debe ser su hermana. Deberíamos ir a saludarlos-miró de reojo a la muchacha desde la distancia. Por lo menos era guapa, eso seguro que atraería a Arthur y aunque no tenía decidido si era lo mejor a lo que podia aspirar algo era algo y así ella tendría tiempo de discutir de negocios con su hermano.

A Alexandra no le gustaba para nada aquellos eventos sociales a plena luz del dia. No por la gente que la rodeaba sino por su enemigo común y eterno de todo vampiro. El sol. Para aquella ocasión compro algo de maquillaje y una buena sombrilla para protección. Por fortuna su vestido de dia también la cubría de los pequeños rayos del sol que para ella podían ser potencialmente fatales.

Se bajo del carruaje y camino por aquel sendero de rosas el cual no le pareció nada agradable hacerlo, aunque si fingió una buena sonrisa falsa ante los otros invitados y los camareros. Casi no noto la presencia de Benjamin y Evelyn ni mucho menos de Aline o alguno que otro miembro de los licantropos que vivían en Londres. Su meta era entrar en la carpa lo antes posible antes de que su dolor de cabeza estuviese por las nubes de ubeda. En unos instantes miro a su derecha en donde estaba Zelinda, su eterna acompañante quien seguramente tendría los mismos síntomas que ella por la exposición al sol del medio día.

Al llegar a su carpa ordeno a los acomodadores abrirla hacia el exterior lo mas posible (todo esto con la excusa de que tenia un breve dolor de cabeza y necesitaba sentarse un momento) , de modo que ella pudiese interactuar con los demás invitados sin moverse mucho del sitio pero lo suficiente para que el sol no la cocinara hasta las cenizas. Sintió un gran alivio cuando entro a la sombra de su carpa, casi como si se hubiese sacado un gran peso de encima. Se relajo unos momentos caminando en un pequeño circulo para luego tomar asiento mientras observaba a su alrededor, esta vez si notando la presencia de Evelyn y Hamilton. Aquellos humanos con habilidades psíquicas no le agradaban mucho en realidad y gracias a dios que ella no podía detectarlos.

-Zelinda, si que te esmeraste en la vestimenta, me encanta- Le hablo diciéndole un pequeño cumplido mientras fijaba su mirada en los demás que iban llegando poco a poco.