No se confunda, joven. (Magnus Sephard)

Ya era completamente de noche cuando la duquesa de Westminster se levantó del sofá dispuesto en el amplio salón de su casa en Kensington. No era la más grande de las que tenía, pues el palacio de Eaton Hall era su residencia principal y la más grande, pero Londres le gustaba más que Cheshire y quería aprovechar para pasear por las calles de la ciudad cuando podía. Dentro de unos años, su innegable perpetua juventud parecería extraña y debería retirarse. No estaba dispuesta a perder el título, y para eso estaba su hijo. Él heredaría el ducado y luego tendría otro hijo que lo heredaría después. Así iban a mantener su riqueza y así vivirían cómodos eternamente. Los planes de la duquesa estaban perfectamente definidos y esperaba no tener que eliminar a ningún entrometido. Sabía a ciencia cierta que había otras criaturas en Londres, lo que no sabía era de que lado estaban.

Se acercó a la puerta y se abrochó la chaqueta que su sirvienta le había colocado. Sonrió y tomó el paraguas justo antes de salir a la calle. Lo abrió y caminó bajo la lluvia hasta el carro que la esperaba unos pasos más allá. Su destino era Whitechapel. Nunca resultaba difícil engañar a un par de vagabundos que subieran al carro ante la promesa de comida y trabajo en su servicio. Los llevaba a casa y los servía de alimento para su niña. Con aquella intención subió al carromato negro tirado por dos caballos. En cuanto estuvo sentada y acomodada, dio dos golpecitos en la madera y el cochero latigueó a los caballos para ponerse en marcha.

Whitechapel era un barrio sucio. Olía mal, pero no le importaba. Era el barrio en el que menos acción policial había, en el que menos preguntas se hacían, y en el que más sangre fácil podía conseguir. El carromato paró en una de las primeras calles y el cochero bajó para abrirle la puerta a Eleanor. La duquesa le pasó el paraguas al cochero, éste lo abrió y ella bajó del carromato sin mojarse. Cogió el paraguas y emprendió el camino por el callejón oscuro. Las meretrices de no demasiado buena reputación no se veían aquel día, debido a la lluvia. Caminó calle abajo hasta que dio con lo que buscaba. Una casa a medio derruir. Podía apostar que en aquel lugar había más de un sin techo guareciéndose de la lluvia. Entró y cuando estuvo bajo techo, cerró el paraguas.