Night time sharpens-Evangeline Chevalier

Aquel sitio era, sin duda, el peor de la ciudad. La suciedad se extendía por las calles mugrientas, el mal olor flotaba en el aire, las prostitutas se amontonaban en las esquinas, esperando que, con suerte, algún cliente al que no le importaba contraer cualquier enfermedad, le diera un par de monedas a cambio de su cuerpo, cuerpo que podía ser despedazado en cualquier momento. Y, sin embargo, no les importaba arriesgarse. Y todo por algo tan patético como calderilla. Si al menos fueran billetes.

¡Cielos! La gente pobre era tan patética.

Por desgracia, era mucho más seguro alimentarse de ellos que de gente elegante, limpia y con dinero. Principalmente porque esa gente tenía gente que se preocupaba por ellos, en cambio, los que vivían en el West End estaban tan acostumbrados a perder a gente que. aunque lamentasen su pérdida, Scotland Yard no movería un dedo por ellos. Era asqueroso, pero los cerdos también eran asquerosos, y, aún así, su carne bien preparada era un manjar. Un manjar que no podría degustar nunca más, pero lo había sido años atrás. Cuando podía ver el sol y la preocupación parecía tan lejana como las estrellas.

Poco a poco, había logrado que Leonardo le permitiera salir de casa sola, le había demostrado que no necesitaba un guardaespaldas. Como si alguno de los dos pensara que realmente lo era. Leonardo era muchas cosas, pero no un guardaespaldas. Leonardo era un secuestrador, un perro guardián. En algún momento había actuado como las cadenas que le impedían desmadrarse, ceder a sus deseos, a la sed. Pero, mayoritariamente, había sido quien la había mantenido vigilada a diario, para que no pudiera volver con Ryan.

Y por eso ahora la dejaba sola, porque pensaba que se había olvidado de Ryan. Como si fuera a hacerlo. Como si pudiera hacerlo. No, Aloysia no se había olvidado de Ryan. Ni lo haría nunca. Pero aquello era algo que Leonardo no tenía por qué saber.

Sus delicados zapatos se empezaban a manchar del barro, por llamarlo de alguna forma, de las calles. Sus ropajes, sin duda, estarían absorbiendo el hedor de su alrededor. Ella no pertenecía a aquel lugar. Lo sabía ella y lo sabían las personas que encontraba a su paso, ninguna de las cuales se dignaba en disimular el descaro con el que la observaban. Pero a ella le daba igual.

Estaba buscando a su víctima, a su cena.

Y tenía que ser una cena digna de Aloysia Bellerose.

Aloysia continuó avanzando, en busca de su presa. Sin embargo, no tardó mucho en encontrarla. Pese a estar allí, aquella mujer no era una mujerzuela pobre que perteneciera a Whitechapel. No, era elegante y sofisticada. Perfecta para ella. Y por ello se acercó, sin embargo, cuando quiso darse cuenta, su presa la estaba observando. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que Aloysia conocía a aquella mujer.

Sí, la conocía. De años atrás, cuando la vida había sido hermosa y podía reír sin preocupaciones. Entonces ella asistía a las reuniones y fiestas que se celebraban en París, acompañada por Ryan. Habían sido una pareja maravillosa, digna de una novela con final feliz. Habían sido envidiados por todo el mundo.

Sin embargo, de aquello solo quedaban los recuerdos. No había más risas despreocupadas y sinceras. No había más fiestas en París. Y, desde luego, no había más Ryan. Aloysia lo había perdido, junto a sus sueños y esperanzas. Había habido un tiempo en el que había intentado contactar con él, comunicarse, hacer que la salvara de su captor. Pero había perdido la forma de contactar con su amado, y no le quedaba nada salvo las memorias del pasado.

Sin embargo, lo que tenía delante no era un recuerdo, era real. Era Evangeline Chevalier. Y Aloysia se sentía incapaz de chuparle la sangre, de alimentarse, de matar... a alguien a quien conocía. Quizás no habían sido grandes amigas, pero sí que habían charlado y bromeado juntas, y aquello no podía estar bien.

El problema ahora era que ella la había visto y, sin duda, la había reconocido. ¿Debía escapar? Desde luego, la noticia de su desaparición se habría extendido por Francia como la pólvora, sus padres y Ryan habrían removido cielo y tierra para dar con ella. De modo que si aquella chica veía que estaba allí, podría contarlo. Quizás aquello era bueno, ¿no? Quizás mediante Evangeline, Aloysia podría contactar con Ryan...

No, era demasiado fácil, demasiado bonito. Sin duda, si Leonardo se enteraba, la sacaría de Londres a rastras y todo volvería a empezar. Debía ser discreta, pero huir no era, precisamente, ser discreta. Quizás lo mejor era actuar con naturalidad, aunque no había nada natural en desaparecer en Francia y aparecer cinco años más tarde en Londres y hacer como si fuera normal. A menos que...

─ Disculpe, señorita, ¿ocurre algo? ─  preguntó, poniendo su tono de voz más inocente y parpadeando con suavidad, como si no entendiera qué pasaba. Quizás si fingía no recordar nada, funcionaría. Era lo único que se le ocurría para salir de aquella situación.

Se sentía estúpida, años atrás había descubierto que los sentimientos la hacían débil, que debía anularlos, que debía ser independiente y no preocuparse por los demás. Pero eso era cosa de su nueva vida, y Evangeline pertenecía a otra etapa: su vida anterior.